25 de Marzo de 2025
Guardar
Sadofascismo. Trump Hitler

Escuché que la palabra fascismo era una palabra vieja, que no significaba ya nada porque se utilizaba para todo, incluso para definir a los genocidas, y la duda se abrió como un relámpago. ¿Será verdad que el fascismo se ha quedado obsoleto y que lo que hacen los dictadores que gobiernan el mundo habría que definirlo de otro modo, con otra palabra mucho más fea, que sonara peor, que describiera de manera más fidedigna el horror que provocan todos esos malnacidos a los que la vida, si no es la suya, les importa muy poco?

Hoy me he despertado con la boca seca. Mi lengua parecía una alpargata. Es la ansiedad que me provoca no querer saber nada del mundo, porque me duele saber que el dolor está siendo causado de manera metódica y sobre poblaciones indefensas. ¿Cómo llamar a lo que el ejército de Israel comete sin pudor y como si de un juego se tratara? 400 muertos en un solo bombardeo. La mayoría de corta edad, leo en Telegram, en uno de esos foros de resistencia mediática. Y me pongo de mala hostia, de muy mala hostia, y es entonces cuando me da por pensar cómo es que nadie se ha atrevido aún a pegarle un tiro al asesino que da las órdenes antes de que dé una más, por favor, antes de que una nueva orden se pase por su cabeza.

A la infancia la defendía Trump no hace mucho cuando decía, tal vez sin un ápice de cinismo, que había que desalojar toda la Franja, para que no sufrieran más esos pobres desgraciados, para una vez vaciado el territorio edificar hoteles en primera línea. A la infancia la defendía el de los ojos empapados en sangre hasta que un día se levantó enfurecido porque la verga no se le empinaba y decidió dar la orden de permitir de nuevo las masacres, para regocijo de ese otro viejo disfuncional al que se le escapa la baba cada vez que le muestran imágenes de palestinos moribundos, quemados por el fósforo blanco de las bombas.

En La naranja mecánica de Stanley Kubric, el sadismo consigue desarticular cualquier orden moral, haciendo de la vulnerabilidad objeto de disfrute. Para este sadismo solo hay una cura, el propio sadismo aplicado a quien antes lo aplicaba, pero esta solución implica también una destrucción de los principios que rigen las sociedades libres, al tiempo que genera una paradoja: ¿es el autoritarismo la única manera de acabar con el poder exento de empatía?

Podríamos formular de otro modo esta pregunta, sabiendo como sabemos que el terror es un asunto institucional y de grandes dimensiones: ¿cómo detener a los sádicos cuando son ellos los que dictan las normas, los que tienen en sus manos la decisión divina de disponer de la vida de los otros, los que asesinan a plena luz del día sin que nadie pueda hacer otra cosa que recoger los fragmentos de los cuerpos destrozados?

Esa era la palabra: sadismo, o sadofascismo, para ser más precisos.

El sadofascismo que se ha extendido por el planeta y contra el que resulta complicado luchar, por ser un inmenso incendio que se propaga sin control, tragando con sus lenguas de fuego países enteros, medios de comunicación, democracias, imaginarios sociales, éticas ciudadanas y toda clase de mentes racionales e irracionales, desde las más brutas a las más refinadas, desde las más grotescas a las más educadas, en una orgía de la tortura y del sacrificio.

Ya no hay rincones en los que refugiarse, habría que enloquecer para decidir no querer saber nada y así olvidar que el sadofascismo existe y se ha adueñado del pensamiento general, como antaño se hizo dueño del alma de las religiones. Habría que enloquecer, pero no de psicopatía, que es lo que quieren para que seamos como ellos y comprendamos la miseria de la impotencia que se esconde debajo de las prepotencias fálicas que esos miserables sádicos padecen. Habría que enloquecer, pero de rabia.

Lo + leído