Cuándo sonarán las sirenas de ambulancias y policía para alertar de que hay otra anciana sola, muriendo de tristeza, otro miserable hijo tragando su almuerzo, dejando crecer su barrigón al sol mientras su padre o madre se pudre en soledad hasta que “ya era demasiado tarde”. Y entonces más sirena, tarde, confundiéndose con la performance vacía desarrollada a diario, no sé por orden de quién, en las calles de todo el país. Que no decaiga el “la cosa está muy mal”, ¿verdad? Mientras, nadie hace sonar la sirena por cada paciente de cáncer u otra patología cuyo tratamiento se ha visto considerablemente empobrecido a causa de esta “alarma” que no es sino la evidencia de un sistema sanitario desatendido, abandonado como un anciano.
Cuándo sonarán las sirenas por cada mentira, inconsecuencia, contradicción, falta de criterio de unos “expertos” a los que todavía no he visto la cara. Cuándo sonarán por cada persiana al suelo, cada cartel de “se alquila”, cada plan, proyecto clausurado, cada necesario abrazo prohibido hasta para ese anciano que va a morir muy pronto y, por lo visto, debe hacerlo en soledad, reventado de pena, por decreto e “interés general”. Debería sancionarse cada injustificado golpe de sirena por insultar la memoria de todo el que sufre, todo el que desespera y se deprime en estos días de represión, miedo, irresolución, eventualidad, incertidumbre claramente evitable, innecesaria. Los dramas fuertes siguen ahí, en la sombra ponzoñosa del disimulo, del mirar para otro lado. Todos conocéis un motivo real, merecedor de un golpe de sirena. De modo que cuando escuchéis una de esas llamadas al miedo, una de esas sirenas que retumban sin sentido, a medias, con su “¡buuui! ¡mmmuuui!”, ridículamente ejecutado, pensad en ese extremo, en esa tragedia cercana, en esa mentira y disimulo, y haced algo por alguien, llamad al desesperado, sacad al anciano al sol, antes de que muera de tristeza, y dejaros de una puñetera vez de tanta tontería, si es que os quedan tripas y tenéis lo que hace falta.