Federico Relimpio

Sistema Público de Salud: cambiar una estructura obsoleta

23 de Febrero de 2024
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Foto Urgencia La Princesa 5-4-18

Cualquier tiempo pasado fue mejor. Así reza el famoso sofisma. Así, se lee con frecuencia acerca de unos tiempos pasados en que nuestro Sistema Sanitario Público rayó la excelencia y fue, por tanto, la envidia de tantos países.

Leo también que el ostensible deterioro obedece a políticas sanitarias descreídas – por decirlo de algún modo – del papel de lo público en la asistencia sanitaria poblacional.

No lo niego. Con todo, me gustaría aportar otro punto de vista, en la medida de que tal vez proporcione una perspectiva diferente. Desde la promulgación de la Ley General de Sanidad, España ha cambiado sustancialmente su pirámide demográfica. Somos un país envejecido, qué duda cabe, compuesto en buena medida por ciudadanos que llevan una carga significativa de enfermedades crónicas. Hay, pues, más necesidad de asistencia sanitaria, especialmente de cuidados.

Sin embargo, el Sistema Público de Salud organiza sus recursos humanos sobre una base rígida, jerárquica y funcionarial, por mucho que se descentralizase en Comunidades Autónomas. El sistema de plazas en propiedad, siguiendo lo establecido para el clásico funcionariado español, dificulta la movilidad, la flexibilidad y la adaptación a las nuevas necesidades. Es preciso decir aquí que los Sistemas de Salud respectivos de las Comunidades Autónomas no han hecho sino profundizar en la rigidez, levantar fronteras artificiales y dificultar la movilidad. En este sentido, padecemos un mastodonte anquilótico, disfuncional tantas veces, incapaz de adaptarse a las cambiantes necesidades de la población.

Pero no se trata solo de que, como sociedad, hayamos envejecido y enfermado. Además, tenemos mucho más acceso a la información y somos más conscientes de nuestros derechos. Por ello, a la hora de ejercerlos, nos topamos irritados con el coloso hierático descrito en el párrafo de arriba. Una estructura que nos sigue recordando al antipático "tipo de la ventanilla" de otras épocas. Y no hablemos de otras aspiraciones sociales, como la libertad de elegir facultativo sin dar explicaciones. El resultado es un terrible y continuo sentimiento social de frustración, relativa a lo sanitario. En otro artículo, llegué a definirla como "medicina basada en el cabreo".

Pero quedan por describir aspectos poco comentados del "milagro sanitario español" de décadas recientes. No todo el mundo sabe que el tardofranquismo legó facultades de Medicina atestadas, con una calidad docente cuestionable. De esas aulas salió una legión de galenos que encontró un difícil encaje laboral en las décadas posteriores, engendrando lo que entonces se llamó "bolsa histórica de médicos parados".

Cabe proponer que dicho superávit tiró a la baja de los salarios durante décadas. Las rigideces del modelo funcionarial hicieron el resto.

Se podría proponer que los bajos sueldos facilitaron la expansión del Sistema Público de Salud y, en consecuencia, la "época de oro" a la que aludía al inicio de este artículo. Pero la generación de los egresados en los años setenta ha llegado a la jubilación y, de repente, el ciudadano español se encuentra ante un panorama sanitario diferente, que sus responsables sanitarios no quisieron ver ni prever.

Formar un médico de Atención Primaria – por citar uno de los colectivos más escasos - conforme a las directrices de la UE, viene a costarle al esforzado candidato unos once años de superación de pruebas. Por si fuera poco, su perspectiva, hoy, es diferente a la de hace cuatro décadas: nuestra formación clínica es conocida y valorada en el extranjero y nuestros profesionales manejan idiomas. Y si este o aquel decide irse a currar más allá de los Pirineos, ve su sueldo bruto triplicado, amén de otras ventajas laborales. Demasiado tentador, ¿no les parece? Emigran muchos profesionales y nuestra autoridades sanitarias, acostumbradas al "como tú, tengo a cinco en la puerta" de antaño, no se adaptan a las nuevas realidades.

Además, la rigidez de la normativa no ayuda en absoluto. La solución, con frecuencia, es echar mano de profesionales extracomunitarios cuya formación, muchas veces, no es comparable a la de los nuestros. La situación es cómica, si no fuera trágica: España invierte cerebros y medios en formar profesionales reconocidos para ofrecerles luego un mundo laboral que deja mucho que desear, en la mayor parte de sus aspectos. Nadie puede, por tanto, reprocharles que busquen un futuro profesional mejor.

La solución va más allá de equiparar progresivamente los salarios a un lado y al otro de los Pirineos – que también –. El verdadero arreglo es entrar a fondo en la naturaleza rígida y funcionarial del "tipo de la ventanilla", para convertirlo en un profesional adaptado a las demandas sanitarias de la población. Nadie serio propone deconstruir el Sistema Público de Salud, sino abordar una auténtica reforma que nos permita superar la "medicina basada en el cabreo".

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