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Sobredimensión y espectáculo informativo

23 de Julio de 2025
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Sobredimensión y espectáculo informativo Tele Cero

Buscar y mantener el equilibro en la observación de la vida es el antídoto contra el desquiciamiento mental y la visión sesgada de la realidad en la que se cae, cuando se sobredimensiona la trascendencia de las cosas que pasan, cuando se da a un suceso una dimensión excesiva o más importancia de la que en realidad tiene. Sobredimensionar la información es un fenómeno actual, creciente y común en todos los medios, en especial en los programas de información televisivos, reflejo de la degradación del periodismo una de cuyas reglas básicas es no calificar ni magnificar lo que se cuenta, porque las informaciones tienen valor por sí mismas y por eso se trasladan al destinatario. O que la repetición durante horas de opiniones especulativas sobre la razón y alcance del hecho noticiable, desinforma y confunde por la dificultad del receptor para distinguir la información de la opinión; además de contribuir a expandir la idea de que vivimos en un caos generalizado.

Sobredimensionar la información es el efecto del proceso de trasformación de la información en espectáculo mediático, donde el hecho noticiable pierde el rigor informativo difuminado a favor del entretenimiento que busca el impacto emocional con recursos narrativos audiovisuales que dramatizan, magnifican, teatralizan —con humor o ironía—, o exacerban el impacto de los hechos que se trasladan a la audiencia. La información se trasforma así en una trama narrativa sin fin, que se puede estirar como un chicle mediante la repetición, una y mil veces, de los mismos argumentos especulativos e imágenes, cubriendo horas de emisión a un coste de producción menor que producir programas específicos de entretenimiento.

Formatos que favorecen la polarización desde la propia presentación física de sus participantes en pantalla, al situar en una mesa semicircular a los todólogos defensores de los postulados de la derecha enfrentados a los que argumentan desde la izquierda, con un presentador en el medio que presenta y opina como los demás. Presentación física deliberada que propicia el enfrentamiento discursivo que anula el rol social del periodismo—trasmutado en espectáculo televisivo— de garante del equilibrio informativo presentando los hechos con objetividad para que el receptor piense por sí mismo y saque sus propias conclusiones.

Formatos televisivos que echan leña al fuego de la confrontación política, porque no radiografían la variedad de asuntos noticiables de interés para la ciudadanía que se generan cada día, sino aquellos en los que se concita la pugna partidaria que sumerge a la audiencia en un sinfín especulativo,  aunque no haya noticias nuevas del asunto sobre el que se especula, que termina por inocular al espectador la idea perversa de la imposibilidad de llegar a acuerdos porque todos los políticos son iguales.

Estrategia informativa a la que se ha sumado TVE, para sorpresa de los trabajadores y defensores del carácter público del medio, que no comprenden como la TVpública se sumerge y contribuye al barro político, desvirtuando su función de servicio público, por mucho que Mañaneros 360 y Malas Lenguas hayan mejorado sus ratios de audiencia en sus franjas horarias, que fluctúan entre 9,1 y el 13% de espectadores, entre 400.000 y 600.000 en función de los días. Datos significativos, pero que no son para tirar cohetes viniendo de unos índices de audiencia del 7,1%, ni justifican la competencia en un terreno que desvirtúa la esencia de servicio público del medio.  

No todo vale para ganar audiencia, y menos cuando por el camino se tira por tierra el principio y sentido de equilibrio de los medios públicos en la difusión de información veraz, no especulativa; porque su papel no es contribuir a polarizar la sociedad convirtiendo los hechos noticiables de calado social en entretenimiento o arma política para orientar y adocenar el pensamiento de la audiencia; sino contar la pluralidad de informaciones que se producen a diario de interés suficiente para el espectador, sin calificativos ni grandilocuencias que sobredimensionan su  valor, orientan el pensamiento y matan el espíritu crítico del espectador.  

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