El genocidio diario del pueblo palestino por el ejército de Israel en Gaza desde hace dos años, muestra el horror desencadenado por seres abyectos sin humanidad ninguna, y la dificultad de la comunidad política internacional para detener el pogromo. En especial la UE, incapaz de articular una estrategia activa en defensa de los valores de la Carta de los Derechos Humanos, en la que España es la rara avis que ha tomado medidas como el embargo de armas a Israel y abandera el reconocimiento del Estado palestino. Derechos humanos atropellados por la iniquidad que ejercen en comandita dos sátrapas: Netanyahu, responsable directo del exterminio que ejecuta su ejército, y Donald Trump que ampara, sin rubor, la masacre. Respaldados por los organismos nacionales e internacionales que blanquean los crímenes al permitir participar a Israel en competiciones deportivas (Vuelta ciclista a España, etc.), y eventos culturales de todo tipo (Eurovisión, etc.). Actividades donde la mayoría de sus representantes no se cortan en hacer proselitismo de la política desalmada del gobierno israelí.
Frente a la incapacidad de la política para aislar a Israel y acabar con el exterminio, es el pueblo el que reacciona ante la ignominia de la manera que puede hacerlo, saliendo a la calle para mostrar su indignación ante unos gobernantes que no hacen lo que deberían para detener el terror que sufren a diario los palestinos en Gaza y Cisjordania. Sociedad civil que no comprende por qué el derecho a existir del pueblo palestino queda en un segundo plano, ante un poder abstruso que sostiene la estrategia criminal de Netanyahu de expandir el pánico con traslados de población constantes en franja de Gaza, para hacerles sentir que no hay ningún lugar seguro y que su único futuro es morir, más pronto que tarde, por un misil, un disparo o por hambre.
¿Por qué la UE no pasa de la fase declarativa de condena, y sigue sin aplicar sanciones a Israel como las impuestas a Rusia por invadir Ucrania?, ¿por qué tenemos la percepción de que Israel goza de una bula que no tiene ninguna otra nación, para exterminar a los palestinos sin límite ni control en la crueldad que emplea?, ¿por qué a los gobiernos les cuesta tanto romper relaciones con Israel, como primera medida de presión para que pare la matanza que realiza con una saña inaudita?
Resulta ingenuo buscar la explicación en los seis millones de judíos asesinados por los nazis en la II Guerra Mundial, para justificar el derecho de Israel a hacer los mismo con el pueblo palestino, ni que el sentimiento de culpa de Alemania, 80 años después, maniate a la UE para adoptar decisiones ejemplares. Ni lo justifica, porque no es parangonable en magnitud criminal, el ataque de Hamas del que arrancó el conflicto, ni la política de matón de barrio que aplica Trump en defensa de su amigo Netanyahu. La bula de Israel se asienta en el dinero, en el poder económico que la comunidad judía atesora en EEUU (Hollywood, por ejemplo), el control que ejercen en el mercado de las piedras preciosas (los diamantes) o, por no alargar la lista, en la potencia de su industria tecnológica en seguridad, defensa y armamento que vende a los ejércitos de todo el mundo, cautivos así de su tecnología.
Ésta es la hora de ser valientes en la defensa de los valores y derechos humanos por dignidad y humanidad. Derechos que nunca deben doblegarse, por una estrategia política de vuelo gallináceo o servilismo de lacayo, ante ese poder económico para adoptar medidas necesarias como romper relaciones diplomáticas con Israel, imponerle sanciones económicas y dejar de blanquear su política criminal impidiéndole participar en todo tipo de eventos culturales y deportivos. Ante la inacción del poder político internacional, es la sociedad civil mundial la que mantiene el valor de la dignidad humana, saliendo a la calle para denunciar el genocidio del pueblo palestino por Israel, y a una clase política internacional incapaz de parar los pies a los sátrapas responsables directos: Netanyahu y Trump.