Sólo me acuesto para terminar de despertarme y no por empezar doy a entender que se comienza.
Toda cosa que nos pasa, no pasa de ser cosa; y yo amo ser la cosa que me pasa, me beso con la autoridad de quien se tiene cariño; todos somos comediantes de la tragedia ajena.
Todos somos distracciones impacientes que pretenden, en unos pocos años, hacer lo que sus sueños tardarían en imaginar durante mil doscientas noches juntas.
Tristes son los sueños que prescinden de otros hombres. Ningún español ha tenido un sólo sueño que merezca la pena. España rehusa albergar el cadáver de los españoles, la memoria de los que nacerán con los ojos asustados. España se merece mejores compañías que la nuestra pero jamás he permitido que una verdad me ruborice o me disuada.
En una ocasión caminé hacia atrás hasta llegar a Rusia para no perder de vista lo que ocurría en Barcelona.