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¿Tiempo o cuerpo? (Blanco y en botella)

07 de Septiembre de 2025
Actualizado a las 12:51h
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Tiempo o cuerpo

Sugerencia: Léase hasta el final, o no léase en absoluto.

Todo hombre, toda mujer con oficio vende, además de su conocimiento, servicio o producto, su tiempo. La mujer «empoderada» también lo hace. ¿Por qué se empeñan algunas en que otras muchas no alquilen, también, su cuerpo? ¿No es más «degradante» para la persona, hombre o mujer, vender sus ocho o diez horas de tiempo, de mala gana y con sonrisa impuesta, a diario, hasta la jubilación? ¿Acaso comerciando únicamente con tiempo, conocimiento y servicio queda una a salvo de esa «posesión, imposición del macho» que, según denuncian, se produce cuando existe comercio carnal? ¿No es igualmente dueño (o dueña empoderada) y macho patriarca, el poseedor de una cadena de supermercados, o clínicas, o restaurantes, no es dueño de ese precioso tiempo que en sus instalaciones le venden, a él (o ella), cajeras, camareros o auxiliares de clínica? ¿Y qué oficio desempeña, digamos, un estríper? ¿Son también las hembras que pagan y buscan los servicios de este profesional vendedor de espectáculo y tiempo (¿y cuerpo?), son ellas objetos poseídos por el macho? ¿O acaso no mandan ellas, por el contrario, en dicho trueque? ¿Catalogamos esta actividad como algo inocente y hasta gracioso, alejado del oscuro mundo de la prostitución? ¿La tipificamos, igualitariamente, como una cosificación del hombre en sí, de «todos» los hombres, de todo el género masculino? ¿Y si, en un feliz momento de la coyuntura, una señora del grupo decide ir más allá y contrata un añadido que proporcione la «terrible» penetración? ¿Quién manda entonces? ¿Quién posee? ¿Y quién es nadie para meterse en la vida de dos personas adultas que deciden alquilar tiempo, servicio, cuerpo y herramienta? (Ojo porque ahora, si presentas una determinada constitución física, coincidente con lo que llaman «enanismo» ―otro diagnóstico o etiqueta―, olvídate de opositar a estríper, como cualquier hombre, sin que sea investigada la naturaleza de tus actos, moral y legalmente, ya que, según la actual política «proteccionista», tu trabajo se considera doble humillación, por más que tú, el interesado, alces la voz y defiendas tu derecho de hacer lo que te venga en gana: no aceptan tu mayoría de edad, ni la de la prostituta, y lo hacen «por vuestro bien»).

La mayor paria de la sociedad siempre fue la adúltera, seguida de la prostituta. Sobre aquella caía toda la «culpa» del mundo, que no era otra cosa más que el deseo insatisfecho, la carencia de muchos hombres y muchas mujeres, proyectada en su persona. La adultera era considerada ladrona (por otras mujeres), puta (por otras mujeres y muchos hombres), traidora (por mujeres «decentes» y algún hombre), la enemiga de la estabilidad matrimonial, una criatura satánica en comparación con la inocente prostituta que, actualmente, según las prohibicionistas, o es tonta y no sabe lo que hace, o está forzada y lo ignora, o lo niega por miedo (aunque declare lo contrario, no se la escucha, no se la respeta), o no le queda otra vía de buscarse el pan como consecuencia de la falta de oportunidades, en cuyo caso gana al hombre en este último recurso a vida o muerte, pues el macho, o se mete a chapero de urinario público ―si le quedan juventud y físico―, o directamente se muere de hambre. Por cierto, ¿quién protege a los chaperos? ¿Por qué no se persiguen igualmente, igualitariamente, a los homosexuales (bisex, por lo común, casados y con nietos) consumidores de sexo de pago?

De modo que, fíjense en la paradoja, la adúltera es, o era, puta para su marido a la vez que ladrona para la esposa de su amante, pero, imagino, para las PAVA (Prohibicionistas Administradoras de Vidas Ajenas) hoy será mujer libre, empoderada y dueña de su destino, su cuerpo y su tiempo. ¿Por qué, pregunto, no ha de merecer igual rango aquella que sin «robar maridos» ni «poner cuernos», elige voluntariamente alquilar su tiempo, su cuerpo y conocimiento con dosis de simpatía y cariño de bote (o no), al margen de otros añadidos, adulteraciones y falsedades (como en todo negocio) que un cliente, imbécil o no, acepta pagar agradecido? Hablemos claro: ¿quién, si es que hay alguien, sacrifica su «dignidad» aquí?

Las PAVA gobiernan de oídas, a golpe de consigna, carentes de un fundamento basado en la experiencia: ninguna de ellas ha pisado burdel o puticlub alguno (de haberlo hecho sabrían que muchos «puteros» van allí a recibir tratamiento psicológico), ni le ha dado a una prostituta la oportunidad de expresarse. No. Las callan con su soberbia y su «razón». Toda una falta de respeto, tremenda, para esa «mujer», así, universal, cuyo cuerpo, según ellas, no se vende. Olvidan, o no, que lo primero es la voluntad, la cual desprotegen, insultan, ignoran.  

Las PAVA argumentan con las terribles secuelas psicológicas que genera el ejercicio de la prostitución. ¿Son más graves, pregunto, que aquellas derivadas de reventarse en el tajo por un euro treinta la caja de naranjas (20 a 25 kgs.) entre una vegetación tratada con pesticidas, donde no se respetan plazos ni condiciones? (las PAVA tampoco han visitado el campo andaluz). ¿Han sido convenientemente juzgadas estas secuelas, junto a las de trabajadoras domésticas habitualmente mutadas a cuidadoras, o las de auxiliares de residencias de ancianos, igualmente hiperexplotadas y desviadas de sus atribuciones originales? Y si no condenan a los y las directoras de esas residencias, a los capataces y latifundistas (¿los llamamos proxenetas?), a los clientes de supermercado que compran naranjas producto de la explotación laboral, ni a los clientes hijos de las ancianas residentes en geriátricos, todos ellos colaboradores de explotación, ¿por qué se ceban con los llamados «puteros», y hasta les aplican multas, cuando son los que dan de comer a esas señoritas que venden su tiempo más cuerpo, voluntariamente?

El cuerpo, de la prostituta, o de la prohibicionista, o del olvidado chapero (y su respetado cliente homobisexual putoro), sigue siendo el mismo, a no ser que pase por quirófano; la mente es la que cambia. Si mañana se inaugurase un local de alterne para señoras o, vulgarmente hablando, una casa de putos, y fuese presentado en sociedad y medios, con todas las de rigor, incluyendo convencional photocall, presidido por las primeras «clientas putoras», con los rostros más influyentes y cool de la política, la televisión, el espectáculo y el deporte, el hecho y el negocio cosecharían un éxito mundial, barriendo, hipócritamente, todos los prejuicios y reservas de las más extremistas. Esa, en el fondo, es la referencia: la opinión popular, tan modificable según quien predique o consuma. Y en base a esa opinión popular (made in USA), hija del adoctrinamiento político o de la mera inercia chismológica, gobiernan y legislan determinadas facciones, más puritanas de lo que ellas mismas sospechan. De ahí, y de la supuesta amenaza (hablemos claro) que para la institución del matrimonio representa la prostituta (cuando, precisamente, son las salvadoras de innumerables parejas, a lo largo de la historia), de ahí surgen declaraciones tremendas, peligrosísimas: falsas. He llegado a leer que la prostituta es «violada sistematicamente, a diario, aun consintiendo». De ser así, ¿qué impide que cualquier mujer que tiene sexo, consentido, se considere violada de igual manera, ya sea por su amante, su pareja o el desconocido que toque? ¿O es el hecho de cobrar el que convierte a la mujer en víctima de semejante crimen? ¿En qué posición se deja al hombre, cliente, amante, marido o desconocido, que en cualquier momento puede ser acusado, nada menos que de violación?

Lo dicen la historia, la lógica y la experiencia: prohíbe la prostitución (si puedes) y aumentaran los abusos; aplica similar castigo a tocamiento y violación, e incentivarás la última; equipara las penas para violación y asesinato, y fomentarás el mismo. De modo que, persigue al «putero», compara consentimiento remunerado con abuso y hasta violación, y cuando llegue el desastre, vuelve a echar balones fuera y a esconderte, como todo cómplice, persiste en la huida hacia delante, sigue en tus trece y niega la mayor; no me sorprendería.

La realidad es esta: Todos somos puteros y puteras en tanto consumimos productos derivados de la explotación laboral. Todos colaboramos con determinados grandes empresarios proxenetas. Todos somos putas desde el momento en que esbozamos una falsa sonrisa, detrás de un mostrador, ante una cámara, frente a un cliente. Todos somos víctimas de una política básica y ferozmente recaudatoria, proxenetista (la multa al putero es mísera mordida de proxeneta estatal), en todos los ámbitos y especialidades, y serán las prostitutas las más perjudicadas si las echan de sus pisos francos y se ven en la acera, infinitamente más vulnerables, mientras la población sigue vendiendo su tiempo, su vida, con una jubilación «en condiciones» como premio, una miriada de zancadillas institucionales en el recorrido y un miedo atroz a tocar, mirar, hablar, escribir contradiciendo a las PAVA: Prohibicionistas Administradoras de Vidas Ajenas.

Apéndice: Aclarado o no todo lo anterior, me parece insultante sacar ahora el asunto de la prostitución (recurso meramente político), del sí o no y del cómo, mientras se deja de lado una asignatura pendiente, de años, que representa la mayor de las vergüenzas: la realidad que en este momento viven tantas mujeres ancianas, residentes en instituciones para mayores, en las que algunas de ellas, pocas o muchas, no quieren permanecer. Siguen allí por la inercia de los demás, sin visitas ni muestras de una mínima preocupación por parte de absolutamente nadie. El tiempo de esas ancianas, al parecer, vale muy poco, no merece ni un minuto de ese tiempo tan útil, tan rentable, que jóvenes y medianos escatiman. No hay paciencia, ni indulgencia, ni compasión, ni se cumple en-ab-so-lu-to, la Ley 8/2 de junio de 2021. Sé muy bien de lo que hablo, lo he vivido, y considero oportunista, inconsecuente, facilón, establecer cualquier tipo de polémica, medida, prohibición, regulación o lo que quieran inventar, argumentando «proteger» a determinadas víctimas, mientras un sector de la población femenina, el de más edad, ingresado en residencias, vive rezando por otro menú, esperando una llamada, la visita de algún «tutor legal» sin corazón, una conversación a su altura, con los suyos, de lo suyo, en un desamparo que remueve las tripas de cualquiera que las tenga. Parece que, por su edad, estas mujeres quedan fuera de la órbita «de género» que hoy llena tantas bocas de grandes palabras, las cuales se traducen en muy pocos resultados. Seguro que tampoco ha puesto un pie, ninguna miembra de las PAVA, en una de estas instituciones; ojo, por sorpresa, sin truco ni amaño político.

Escrito está.

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