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Tiempo de certezas y polvo bajo las alfombras

08 de Abril de 2020
Actualizado el 02 de julio de 2024
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alfombra, polvo

No alcanza uno a saber si la crisis queestamos viviendo estos días nos podrá servir para mejorar individual ycolectivamente en el futuro que, por otra parte, tampoco tenemos muy claro cuálserá, si será y en qué condiciones. Ya nos advirtió la pensadora Marina Garcés quehabíamos creado un mundo con un entramado tan complejo que las capacidades delser humano ya no nos alcanzan para abordar y dar soluciones a los problemas quenos iban a surgir.

Algunas pistas negativas nos ha ido dejando lahistoria de la humanidad, de lo poco que hemos aprendido de crisis demoledorascomo las guerras mundiales, la crisis del petróleo, la Gran Recesión de 2008,etc.; pero, estando confinamos como estamos, tampoco perdemos mucho por jugar aser positivos y pensar junto con Antonio Gramsci que “frente al pesimismo de larazón hay que esgrimir el optimismo de la voluntad”. Vamos a ello.

Estas podrían ser algunas de las cosas quehemos o deberíamos haber aprendido: Que el neoliberalismo no sirve para cuidarde las personas y sí para conducirnos a la autodestrucción y/o al sufrimientode muchos; que los recortes en sanidad fueron, son y serán una salvajada; quemaestros y profesores tienen esas vacaciones que nos dan tanta envidia porqueaguantar a nuestros hijos (y veinticinco más) todos los días no está pagado y,por ir terminando, que muchos trabajadores precarios, invisibles, anónimos noshacen diariamente “el trabajo sucio” para que unos privilegiados llevemos lacómoda vida que, hasta hoy, veníamos llevando. Algunos de ellos se hanvisibilizado estos días y por, primera vez, han ocupado un lugar en nuestrasconciencias: limpiadoras, cuidadoras de residencias de mayores, monitores encentros de discapacitados, transportistas, etc.

Pero, paradojas de la existencia humana,todavía existen trabajadores, hombres y mujeres, que llevan años haciendo ese“trabajo sucio” del que os hablaba y siguen en el anonimato. Realidades que obviamosporque no queremos ver cómo nuestra sociedad crea sufrimiento, vergüenza ydolor y que, ni siquiera, en estos días tan duros somos capaces de mirar cara acara para, cuando menos, reconocer, ponerle cara a quienes trabajan poniendoparches a esa realidad que hace agua por muchos sitios.

Unos de esos profesionales, entre otros, sonquienes que trabajan en los centros de menores. Precarios donde los haya,olvidados, desconocidos, inexistentes para la mayoría. Hombres y mujeres, cuyotrabajo de lunes a domingo durante 24 horas los 365 días del año (estos díasconfinados en espacios mínimos donde guardar la distancia de seguridad impuestapor Sanidad para ellos es casi un chiste) consiste en intentar recomponer lamaltrecha estabilidad emocional, psicológica y física de estos niños y jóvenesa los que su situación familiar y/o sus delitos ha arrastrado hasta un centrode menores. El 60% de ellos con problemas de conducta, el 25% con medicaciónpsiquiátrica o psicológica, el 35% con medidas judiciales producto de violenciaintrafamiliar o contra las personas. Y así podríamos seguir hasta el infinito.

Esa inestabilidad de la que hablábamos, esafractura afectiva, esa falta de autoestima, trastornos mentales, inexistenciade referentes, problemas judiciales etc., como comprenderán, conjuga fatal conlas medidas de higiene y desinfección así como de confinamiento que, en sucaso, supone no salir de los centros ni recibir visitas. ¿Son capaces devisualizar un piso de protección de menores con, por ejemplo, 8 de estos chicosy chicas encerrados a cal y canto en setenta metros cuadrados? ¿Se pueden poneren la piel de un educador de un centro de reforma juvenil con cincuenta osetenta chicos en estos días?

La única lectura positiva de esto es que,afortunadamente, las cifras de infectados en la población joven a día de hoy esmuy baja, en los trabajadores ya es otra cosa. Aún así, ellos siguen, comoservicio esencial que son, acudiendo cada día a su puesto de trabajo,reconstruyendo los sentimientos de estos olvidados chicos y chicas, intentandodarles herramientas para superar su pasado y mirar al futuro (si tenemos) conalgo de optimismo, abriéndoles puertas para que puedan ver que con algo deesfuerzo, trabajo y suerte la vida a lo mejor les vuelve a sonreír o les sonríepor primera vez. Mientras, la garante de ese servicio público que ahora nadieduda de que sea esencial, ósea la administración, sigue prefiriendo que estas“miserias” se oculten debajo de la alfombra.

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