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Tierras raras expropiadas

10 de Abril de 2025
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Expropiacion. Tierras raras expropiadas

¿No es una clara señal de alarma, de final de la historia, que se abran nuevas minas de materiales escasísimos , precisamente?

Os voy a narrar, en cuatro palabras y apoyado en mi evidencia científica, por mucho que me repita y no queráis saber, la demencial cronología de esta locura mundial generalizada, con su indiscutible base en la puñetera y destructiva «conexión full-time»:

Curiosidad-Herramienta-Necesidad-Vida en sí. Por ese orden.

Aquello de Internet y, concretamente, del correo electrónico (gran invento que muy pocos usan ya, por miedo a escribir en condiciones), que en los primeros años noventa del pasado siglo se dio a conocer como una revolucionaria forma de comunicación (sin dejar de ser un mero juguetito) con la cual experimentaban unos pocos, sin que la mayoría de la sociedad, sin acceso ni interés a/por la misma, sufriese insoportables deseos de poseerla (como sociedad adulta, no la necesitaba), aquella curiosidad para la mayoría derivó, ya perfeccionado y visto su potencial comercial, en una herramienta (juguetito) «para todos», audiovisual, podríamos decir, a disposición, mayormente, del personal administrativo, privado o público, así como del alumnado que, como era de esperar, sacó todo su jugo (y sigue haciéndolo) en el terreno del entretenimiento, descuidando la supuesta revolución pedagógica. Lo cual se entiende, ¿qué esperabais? Son niños, con la mente clara, y toman los juguetitos por lo que son.

Y aquí viene lo bueno, precisamente, cuando los adultos se infantilizan (y son más niños que los niños), lobotomizados gracias a los medios y a la introducción del no-teléfono inteligente, que eleva la simple cháchara a disciplina yupi interactiva. El éxito del invento reside en su potencial como megáfono del ego: aquí estoy YO, con MIS fotos, MIS macarrones con tomate y MI gente, y que lo sepa todo el mundo.

Ya se sabe, lo dijo Vilallonga en su día, que ni dinero, ni sexo: el ego mueve el mundo, y a esas alturas el chiringuito virtual va instalándose como ne-ce-sa-rio, adoctrinamiento mediático mediante. Paralelamente, y a la carrera (no vaya a ser que se enfríe la cosa), se concreta lo que ya venía gestándose unos años atrás, eso que ahora llaman la «transformación digital» (a lo digital, más bien), quizir: la mudanza de la vida en sí a las pantallas: emociones, inquietudes, trabajo, ocio, relaciones, consumo, industria, comercio, cobros y pagos, cuernos, desplazamientos, aplazamientos, esperas, desesperas, todo todito volcado a ese mágico mundo yupi de las pantallas, lo que ineludiblemente acarrea, en el plano estrictamente personal: vulnerabilidad, tensión, paranoia, trabajo administrativo gratuito (has de ser casi tu propio gestor, tu informático personal), pero sobre todo, «distracción»: juguetito. A nivel mundial (ahora lo vemos, también a nivel local), disponemos de una bonita gama de consecuencias finales aparejadas, curiosamente, a esa «transición ecológica»: esquilmación del entorno y, con él, de sus poblaciones, colonización, invasión, guerra en último extremo, toxicidad sin límites, indisociable de la producción en masa de toda la cacharrería «verde», industrial y doméstica, dentro de la cual millones de consumidores en todo el planeta pasan el día, ahí, bien encharcados en lo virtual, sin atender a lo que está pasando a su alrededor, como es todo lo expuesto, dentro de lo cual destaca, como última hora: toma por la fuerza monetaria y legal (e ilegal, si hace falta) de tierra española para la explotación minera o megafotovoltaica, aquiescencia mediante de los gobernantes a los que votáis para que os defiendan y administren, quienes callan o proclaman lo benéfico del proceso argumentando que las comunidades afectadas (todos nosotros), que pierden formas de vida, salud, territorio, obtendrán a cambio cientos de miles de euros ¿…?

Lo primero que pide un niño al ocupar su plaza en el AVE es conexión; ni agua le hace falta. Un consumidor o consumidora sale de un edificio, el gimnasio, su casa, un bar, una institución, y lo primero que hace al pisar la acera, o que viene haciendo desde el interior del inmueble, es echar mano a su prótesis inteligente, a ese apéndice para todo. Y esto es bueno y aceptado y lo que hay, como ese autobús o vagón de tren donde todos, a la orden, bucean en los juguetitos.

Miradlo de esta manera, por un momento: de todo lo que hacemos, lo que tenemos que hacer: comer, movernos, comunicarnos en vivo, trabajar, desplazarnos, ¿en qué medida ha facilitado algola conexión a cadena perpetua? ¿Acaso esta imposición no ha ido añadiendo, soterrada y traicioneramente, montañas de burocracia, trámites online, más esperas, por muy «fáciles» que se presenten en sociedad? Cientos de fáciles trámites, claves, aplicaciones, dependencia e impaciencia para, finalmente, seguir haciendo lo que tenemos que hacer o nos gusta, todo ello neoburocratizado, precisando mantenimiento, actualización, seguridad, con nuevos «riesgos» y «peligros» añadidos (nuevas excusas para sacarte el dinero y meterte miedo), y una palpable neurosis mundial de caballo (de esta no se habla); todo tan simple y fácilmente superable mediante la adulta, sana, legítima y humana acción de APAGAR el dispositivo y salir a la calle a respirar un poco, libre, como ahora mismo yo me dispongo a hacer (uf, palpitaciones y todo me ha provocado la redacción de este dichoso artículo), no sin antes recordaros dos de las muchas finales consecuencias asociadas a esta locura, aquellas que, de momento, más deberíais tomar en consideración: expropiación de tierras y destrucción de modos de vida, en el campo andaluz y español (en tu pueblo, sí, señora), a manos de unos señores con mucho poder, sin intermediarios ni diplomáticos que valga: a saco, para abrir minas o instalar mega plantas fotovoltaicas. Y el juguetito no-teléfono inteligente, y las pantallas gigantes, y los coches incendiarios como telón de fondo.

Ya lo sabéis.

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