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Tierras raras y mamarrachadas (episodio final)

23 de Abril de 2025
Actualizado a las 22:05h
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Tierras raras y mamarrachadas (episodio final)

Coinciden los expertos acreditados en que las tierras raras (lantánidos) son «esenciales» en la fabricación de la cacharrería que nos asola, incluyendo las nuevas armas (bajo el eufemismo «defensa»). Y confirman al mismo tiempo, apresuradamente, la «escasez» de dichas tierras. Así, tal cual, sin reparos. Quizir: «esenciales» para (esto no lo dicen; el espíritu crítico no es lo suyo), grosso modo, machacar la Play, mandar la foto de los macarrones con tomate (en el mejor de los casos) y/o compartirla trescientas mil veces, wasapear sin freno, mamarrachear impunemente en las redes antisociales y largo etc. Me salto (por ahora) lo del armamento de última generación, cuyas flamantes fábricas van creciendo en nuestro entorno más cercano, porque no precisa consideraciones extra: es un fin en sí mismo, y resulta bastante asqueroso, si cabe, tomarlo (por añadidura) como «esencial», y no digamos aceptarlo con sonrisa, añadiendo serviles congratulaciones por las repercusiones laborales y económicas.

Pero volvamos a las tierras raras y la paradoja esenciales/escasas. Binomio condenado a muerte segura, a muy corto plazo, por cualquier persona con sentido común, libre de la ceguera mercantilomaníaca de los industriales involucrados y sus expertos. Y digo yo, ¿no es más fácil aflojar la máquina, un poquito? Sí, para una humanidad inteligente y práctica; no, para los mercachifles y sus expertos, antisociales de altura, a los que no conviene reducir velocidad y reconducir la producción por terrenos más limpios (dentro de lo posible), procurando que esos elementos tan escasos, dispersos y costosos de extraer, dejen de ser tan esenciales. Porque no lo son, ni de lejos: los megamercachifles los hacen esenciales. Falsa necesidad y vulnerabilidad adquirida: los dos puntales esenciales de su gran negocio. Por eso nunca, ni ellos ni sus expertos a sueldo (más sectores voceros aparejados), pondrán el acento en el para qué y el cómo.

No me voy a extender aquí, por enésima, en detallar el desastre ya suficientemente reflejado en todos los elocuentes rostros-frente-a-pantallas que pueblan las calles, andenes, trenes y hasta salas de cine. Lo que aquí brilla, como la desatendida pantalla del cine, por su ausencia, lo que nadie pone sobre el tapete es el USO y el ABUSO final de todos esos fastidiosos añadidos a los que las «voces acreditadas» bautizaron como «esenciales». Porque, supongamos que los millones de apestosos vehículos que saturan calles, aparcamientos, aceras, cualquier descampado que se preste (¿nadie los ve ni los huele?), llegasen (que ni por asomo), por la Gracia de la más destructiva y loca «transición energética», a ser todos eléctricos. Menudo saqueo significaría tamaña brutalidad. ¿Darían lo suficiente las «escasas concentraciones» de tierras raras y demás basuras? Supongamos que sí, venga, e imaginemos también que esos escasos elementos abastecerían las sucias fábricas de nuevas generaciones de teléfonos prótesis inteligentes, al tiempo que los viejos dispositivos se amontonan en los burocratizados puntos verdes o el fondo del océano. Llegado el caso, pareceque a ningún experto acreditado o señor de ciencia libre de intereses económicos (ya que a ningún político), le importaría un poquito el uso, el para qué de toda esa masa tecnológica en funcionamiento y continuo gasto. Nadie, o muy pocos, parecen inquietarse ahora y subrayar críticamente, en lugar de aceptar y casi aplaudir, que millones de usuarios, niños y adultos, dediquen horas diarias a visionar y enviar y compartir la más accesoria, enfermiza y elevada también, por qué no, de las basuras, propias y ajenas, con las aparejadas implicaciones (psiquiátricas) energéticas que ello supone, especialmente para unos data center (pocos saben lo que son estas cosas), tan saturados, tan humeantes, que ya se instalan con «pequeños» reactores nucleares, conocidos como SMR.

¿Estamos locas?

Nadie cuestiona si uno, veinte o mil de esos futuros desplazamientos «limpios», en coches eléctricos, guardaría o no un sentido del cual carecen muchos de los que ahora se llevan a cabo sobre motores de combustión. Si acaso promocionan como inteligente y verde llevar a/y recoger del cole al niño para ahorrarle una caminata de cinco minutos (constatado), porque tal maniobra se produce mediante «energía limpia». No se piensa lo que se plantea. No hay criterio, ni visión de futuro, ni de presente, solo febril avance, carrera hacia el precipicio, en el cual YA estamos cayendo. No es el qué, sino el lamentable para qué y el costoso, a todos los niveles, cómo, lo que nadie o pocos se detienen a calibrar. Ningún experto acreditado o político hará pedagogía del uso, porque va en contra de su negocio. Y si algún colectivo alza una voz inteligente, documentada y con fines prácticos, es decir: rentables, al fin y al cabo (sentido común), y se manifiesta (por todos nosotros), hay quien todavía, con su rancio guion de conformista, recurre a la trasnochada sentencia: «cuatro ecologistas y poco más». Otra elocuente postura, que habla por sí sola, de algún falso hombre de «ciencia» (la palabra más prostituida del diccionario), o de un experto a secas, de fábrica.

¿Recordáis cuando no llovía? Hace muy poquito. Entonces se promocionaba el ahorro en insultantes campañas como aquella de «cierra el grifo; no tenemos agua que perder». No imagino un argumento similar en la línea «apaga el cacharro; no tenemos neuronas que destrozar»; porque se acabaron, hace ya mucho tiempo.

¿Me equivoco? Sueño con que así sea.

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