Cada vez que los Reyes, juntos o por separado, los eméritos y los que no son eméritos (que ya tiene narices que tengamos cuatro reyes a los que mantener) o algún miembro de la familia real, celebran cualquier evento (este último de la concesión del Toisón de oro a Doña Leonor por ejemplo, donde por cierto, llamar “Doña Leonor“ a una criatura de 12 años también tiene lo suyo) me acuerdo de cuando la reina, ahora emérita, Doña Sofía inauguró el museo que lleva su nombre.Unas horas antes de su llegada alguien se dio cuenta que no estaban plantados los arbolitos del patio interior. Como no había tiempo para plantarlos, uno de los responsables de la obra tuvo la genial idea de mandar cortarles las raíces y clavar los troncos en cemento fresco. Poco después de consumado el disparate llegó la reina en medio de una nube de aplausos y sonrisas de oreja a oreja. Descubrió la lápida, recorrió varias salas, se hizo unas fotos con el ministro y los directivos del museo y de la obra y se largó tan deprisa como había llegado en medio de más sonrisas, aplausos y un infernal ruido de sirenas. Llevaba tanta gente alrededor entre dirigentes y guardaespaldas que no llegó a ver a los pobres arbolitos muertos de pie. Antes de montar en el coche, como es habitual, felicitó a todos y se despidió de ellos con una sonrisa. El ministro y el resto de autoridades respondieron doblando la raspa, entre noventa y cuarenta y cinco grados o más, según su grado de adhesión a la corona. Las decenas de medios de comunicación que cubrieron tan magno acontecimiento, informaron de todo pero olvidaron contar a los contribuyentes una cosa todavía peor que lo de los arbolitos muertos: la obra no había acabado, ni mucho menos, ni probablemente acabaría nunca. Nada más irse la Reina, retiraron la alfombra roja y el museo volvió a estar patas arriba porque en este país una obra completamente acabada es algo tan raro como un milagro. Pero un milagro de verdad, de los buenos, no uno de esos “milagros” de Lourdes donde un minusválido jaleado por una multitud enfervorizada consigue levantarse de mala manera de la silla de ruedas con la ayuda de sus familiares y dar tres pasos apoyándose en ellos además de en dos muletas, tres bastones y un andador. Digo yo que si es un milagro debería levantarse de la silla de ruedas por sí mismo y andar perfectamente sin un solo trastabilleo. Pero esto es otra historia.Volviendo a la visita real: su majestad la reina no se enteró de nada o no quiso enterarse. A ella le montan el decorado y todo a sus ojos se convierte en un cuento de hadas. Y ella se lo cree o hace que se lo cree, lo cual poco importa porque de lo que se trata es de presidir el acto, tirar del cordón, descorrer la cortinilla, saludar y darse el piro. Lo demás no es cosa suya. Ella pertenece a otro mundo, un mundo que nada tiene que ver con el mundo real. El mundo aperreado del paro, del salario precario, el de la vivienda inalcanzable, el mundo de la pobreza creciente y el salario menguante, el llegar con la lengua fuera o no llegar a fin de mes…etc. etc. En definitiva el mundo que pisamos la inmensa mayoría de sus compatriotas o quizás haya que decir súbditos. El jodido mundo real, situado en el otro extremo de donde vive ella y toda la familia, que es una fantasía a lo Walt Disney con cargo a los presupuestos generales del Estado. Un cuento de hadas al que muchos, sin estar de acuerdo, contribuimos con nuestros impuestos y nuestro silencio. Y ya se sabe que el que calla otorga.Nunca olvidaremos el tratamiento informativo, más baboso y de más vergüenza ajena imposible, que se le daba a todo lo relacionado con el Rey, el emérito y su familia. Sin duda todos recordamos eso de “Don Juan Carlos llegó conduciendo su propio vehículo”, o pilotando su helicóptero, avión de combate, tanque, fragata, submarino, portaaviones o patinete. Lo mismo da, Don Juan Carlos lo pilotaba todo. Y todo lo hacía bien, faltaría más, para eso es el Rey. Uno pensaba que este tipo de expresiones ya habían caído en desuso, que todo este rollo pertenecía a una época felizmente acabada. Pero no fue así, y a los entonces príncipes de Asturias se les siguió tratando con igual adulación, empalago y papanatismo. En una visita a no me recuerdo qué ciudad se dijo que don Felipe, tan alto, tan guapo, todo sonrisa y apostura, llegó “conduciendo personalmente su propio vehículo”. Unos días antes había saltado la noticia de que los príncipes esperaban un hijo. Cuando lo leí pensé que el futuro heredero, que resultó ser Doña Leonor, aún en el vientre materno, había sido engendrado personalmente por los príncipes que condujeron personalmente su propio coito.El día que se anunció el feliz embarazo de la princesa, fue interrumpida la programación de la televisión pública (la verdad es que no se perdió nada) para emitir un publirreportaje en hora de máxima audiencia, donde se ensalzó una vez más la figura de los príncipes y de toda la familia real por extensión. Un interminable publirreportaje de los muchos que nos caen al año, donde una vez más nos fue recordado lo listo y lo guapo que es el príncipe, su gran preparación intelectual y algunas pinceladas de cotilleo como lo ligón que era de soltero, un auténtico macho ibérico en los ratos libres que le dejaban sus desvelos por España. Mientras que de doña Leticia nos venían a decir que antes de ser princesa era una piadosa mujer que después de su jornada laboral se retiraba a su celda a rezar el rosario. Solo faltó como acompañamiento a aquellas almibaradas frases la musiquilla del NO – DO. Esa misma noche en todas y cada una de las cadenas privadas también hubo un corro, formado por tres o cuatro espuertas de tertulianos hablando y no parando de lo buenos que son los príncipes para España y que bien que ahora ya tenemos heredera.Todo fueron albricias y parabienes. Nadie se planteó la posibilidad de que nuestra futura heredera resultara ser una botarate, una tonta con mala leche de la talla de un Fernando VII, por no mencionar otros Borbones que tuvieron a este país como su cortijo particular, viviendo durante siglos a espaldas y de las espaldas del pueblo, cazando de día y haciendo bastardos de noche. Nadie se planteó que fuera lo que fuera, ya sería en un futuro nuestra reina y tendríamos que apechugar con ella. Y pasado el tiempo aquella niña recién nacida se ha convertido en una niña de 12 años que debería llevar la vida de una niña de su edad y no cargar sobre ella el destino de ser reina, un empleo vitalicio que a lo mejor ni siquiera le gusta, así como tampoco a la gran mayoría de sus futuros súbditos, habida cuenta de los tiempos en los que estamos. Pero da igual, Doña Leonor ya es princesa de Asturias y siguiendo con los pasos protocolarios para llegar a reina, hace unos días se le concedió el Toisón de oro. De modo que ya podemos estar tranquilos, porque tenemos una futura reina ante la que doblar la raspa, que es lo que más nos gusta. Esto último es broma, claro está.Y más de uno y más de dos en este país se preguntarán por qué en estos tiempos, a estas alturas de siglo, todavía tenemos que mantener estas cosas que deberían haber quedado atrás hace mucho tiempo, confinadas para siempre en los libros de historia y en la literatura infantil. Y más de uno y más de dos nos preguntamos por qué tenemos que mantener a una familia al completo, con todo lo que le cuelga, viviendo a cuerpo de rey, nunca mejor dicho, en un país pobre y menesteroso como éste que nada tiene que agradecerles. Un país con la mitad de la gente en edad de trabajar en el paro y la otra mitad que trabaja cobrando una miseria y sufriendo unas inadmisibles e injustificables condiciones laborales. Un país comido de corrupción cuyas saqueadas y bien rebañadas arcas no deberían destinarse a mantener a jefes de Estado que lo son simplemente por ser hijo de. Ya lo dijo Cervantes por boca de Don Quijote: “Nadie es más que nadie si no hace más que nadie”. Así sea.
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