Jordi Serdó

¿Todas las lenguas del Estado español son españolas?

03 de Junio de 2025
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¿Todas las lenguas del Estado español son españolas?

Este domingo, en el diario El Mundo aparecía una encuesta que revela que seis de cada diez españoles se oponen a que el catalán, el vasco y el gallego, sean lenguas oficiales de la UE. Son los que deben de estar más contentos ―me imagino― con la actitud obstruccionista de la derecha, que está intentando que varios estados ejerzan su derecho a veto para hacer fracasar esa iniciativa del gobierno español.

Por más que intento entenderlo, no logro explicarme, al menos desde una lógica que destierre el odio visceral y el simple mando y quiero, cómo es posible que aquellos que siempre han estado al lado de la idea de España y de preservar, ante todo, su unidad sean capaces de defender la no oficialidad en la UE de todas las lenguas que existen en el Estado español.

¿Es que el catalán, el gallego y el vasco no son lenguas tan españolas como el castellano, desde la óptica de alguien que entiende España como una unidad? ¿Por qué los hablantes de estas lenguas somos tratados como ciudadanos de segunda categoría? ¿Por qué no se nos concede el mismo derecho que a los que tienen como primera lengua el castellano? ¿Cómo puede la derecha española tratar de poner trabas a la oficialidad de esas lenguas en la UE intentando convencer a determinados gobiernos de países miembros de que ejerzan su derecho a veto? ¡Y, cuidado! La izquierda no lo hace porque ahora no le conviene políticamente, pero muchos de sus partidarios, si pudieran, se posicionarían al lado de PP y Vox en este asunto.

¿No será que, en realidad, este sentimiento, que de hecho es sobre todo contra el catalán mucho más que contra el gallego o el vasco, oculta latente un cierto reconocimiento de que, efectivamente, el catalán no es una lengua española? Porque, si es eso, es que Cataluña no debe de ser España, ¿no? Y si es así ¿por qué no se reconoce abiertamente? Y si no es así ¿por qué no se concede al catalán y a las otras lenguas del Estado el mismo trato que se da al castellano, que es otra lengua española?, una más, ¿no? ¿Por qué un ciudadano de Castilla, por ejemplo, tiene derecho a que su lengua sea oficial en la UE y yo, que soy catalán, no tengo derecho a que lo sea la mía, cuando pago religiosamente mis impuestos igual que debe de pagarlos él?

Y es que el argumento de que la lengua castellana es la lengua de todos los españoles es claramente falaz. La lengua castellana no es mi lengua. Es una lengua que amo, como amo todas las lenguas, pero no es la mía. Pienso en catalán, amo en catalán, sueño en catalán y respiro en catalán a pesar de que, en total, hablo siete idiomas y, si pudiera, ampliaría mucho más estos conocimientos. Porque las lenguas no son culpables de nada. Ninguna lo es. Lo pernicioso es la instrumentalización que se hace de ellas en muchas ocasiones. Un ejemplo de ello es que la palabra “castellano” se hiciera sinónima de “español” en su día. Eso fue un intento de excluir cualquier otra lengua del Estado de la calificación de española. ¿Cómo puedo yo sentirme español si mi lengua ―mi única lengua, la única que siento mía― se considera una anomalía en este Estado? No se le concede, igual que al castellano, la categoría de española, pero en cambio en mi DNI pone que soy español. ¿Puede un español tener como lengua propia una lengua que no merece la consideración de española? ¿O es que sí que es española pero la castellana es “más” española? ¡Uf…! Como usted ve, querido lector, cuando no nos conformamos con lo más superficial y ahondamos un poco en el porqué de las cosas, si queremos justificar a toda costa esa absurda supremacía del castellano, nos vemos obligados a argumentar con disparates que no se aguantan por ningún lado y que me recuerdan a George Orwell en su Animal Farm cuando decía aquello de que todos los animales eran iguales pero que los de una determinada especie, casualmente la gobernante, eran más iguales que los otros.

Imaginen esta pirueta semántica trasladada al Reino Unido. ¿A alguien se le ha ocurrido alguna vez hacer el vocablo “inglés”, referido al idioma, sinónimo de un palabro similar a “reinounidense” o algo por el estilo? Es sencillamente ridículo. Pues eso mismo es lo que se hizo al asimilar los significados de “castellano” y “español”. ¡La lengua que nació en Inglaterra es el inglés se hable donde se hable! Y ningún escocés, irlandés o galés que acepte la unidad del Reino Unido aceptaría que sus lenguas quedaran excluidas de su… digamos reinounidez ―permítaseme la palabra― en beneficio del inglés, que tendría, en exclusiva, ese derecho. Igualito que lo que se hizo en España con las lenguas del Estado distintas al castellano, que parece que quedaron, así, excluidas de españolidad. De hecho, eso no fue más que un torpe intento de ignorar su existencia. Porque esa existencia incomoda. Pero ¿por qué incomoda? Pues, en mi opinión, por varias razones, que podrá usted leer, amable lector, después del párrafo siguiente.

La unidad de España ―y ahora hablo especialmente de Cataluña― es una unidad construida a la fuerza y por las armas y mantenida a la fuerza y por las armas, como se pudo comprobar cuando Cataluña celebró su referéndum de independencia a pesar de la represión que sufrió de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado en primera instancia y posteriormente de la cúpula del Poder Judicial. Y no se puede esgrimir que la Constitución fue votada por todod. Primero, porque cuando se votó, el ruido de sables que se escuchaba de fondo no permitía expresarse con libertad; y segundo ―y en esto reconozco que especulo―, me permito aventurar que el texto que se aprobó en 1978 no sería refrendado hoy. Al menos en Cataluña. Y creo que, en algún otro territorio, tampoco.

España es una unidad construida sobre la castellanidad y todo lo que no es castellano no parece cumplir con los mínimos exigibles para ser considerado español a no ser que se humille y transija en ser considerado claramente menor y, por consiguiente, prescindible si es necesario.

España, esa que aman los defensores a ultranza de su unidad no es más que una entelequia. Una entelequia, sí. Porque la España que dicen amar no existe. La España que aman no incluye todo aquello que no es de matriz castellana y tienden a negarlo porque les afea el paisaje de esa inmaculada y utópica unidad.

España, la España real, sin embargo, la que está llena de españoles que no tienen la lengua castellana como propia y reivindican su propia lengua, es lingüística y culturalmente diversa. Y, curiosamente, esa España, que es precisamente la real, no es la amada por los que se otorgan a sí mismos el derecho a determinar cómo hay que ser español. Porque estos se creen en la obligación de luchar contra aquellos españoles equivocados ―¿defectuosos, quizás?―, que somos todos los demás, de quienes hay que defenderla como si de una cruzada se tratara. La España real es, de hecho, una España odiada por esos españoles que se consideran auténticos. Y es odiada porque se aparta de su quimérico ideal. Se aparta de cómo les gustaría que fuera esa España imaginada. Esa España que jamás fue y que solo existe en su imaginación porque no es más que un anhelo.

Y, por eso, no pueden soportar que una lengua como el catalán llegue a ser tan oficial en la UE como el castellano. Porque han decidido que hechos irrefutables como, por ejemplo, que haya territorios del Estado en que una parte significativa de la población sienta que su lengua propia no es el castellano y que esté dispuesta a llevar esa reivindicación hasta las últimas consecuencias no son características ni asumibles ni respetables de la población de España, sino anomalías a erradicar sin contemplaciones, si hace falta, pasando por encima de los planteamientos democráticos.

 

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