La primera, real, gran revolución y evolución del género femenino implicaría que toda madre, por fin, abriera los ojos y juzgara objetivamente lo bueno y malo que sus hijos hacen por/con ella. Pero entonces, no lo sé, dejarían de ser «madres» tal y como dicta la «naturaleza». Algunos hijos, desde luego, considerando lo que hacen con ellas, no se ajustan ni a la naturaleza, ni al sentido común, ni a la justicia ni, aunque permanezcan impunes, al código civil, como mínimo.
A lo largo de mi vida he asistido y asisto, perplejo, al falso testimonio de personas que literalmente se creen lo que no es. Juran haber visto, escuchado o leído tal o cual cosa, y lo afirman con sincera rotundidad, aunque les muestres la lógica imposibilidad de su fantástica versión. Me pregunto qué dictaminaría en este caso un «polígrafo»; seguramente, que «dicen la verdad». El autoengaño es tan poderoso, que limita la eficacia y hasta se burla de la tecnología más puntera.
¿Y qué pueden testificar los expertos en este sentido respecto de la madre que ve en su niño de cincuenta años a la criatura más inteligente y valiosa del Universo, por más que aquel le esté clavando alfileres en los ojos, mientras le vacía la cuenta bancaria? ¿Qué peso tiene esta bochornosa realidad para el legislador, si la comparamos con la de esa maltratada esposa que sigue defendiendo a su verdugo a capa y espada? Mucho «nosotros y nosotras» pero a la hora de proteger a las ancianas de sus propios hijos, ninguna autoridad parece querer mojarse. Y no será por falta de casos, de «estadística», sino, más bien, porque los viejos y viejas, amén de no quejarse, siguen sin importar e incluso molestan, y así, lo que hagan con ellos no acapara ese «interés general» que no es sino otra estafa, otra manipulación de ciertas realidades con fines puramente ideológicos, políticos, que no sociales.
Demos un repaso a los «grandes problemas» de la actualidad, y nos encontraremos discutiendo sobre cuestiones cuya importancia desde el punto de vista humano, ético, oscila según el perfil ideológico del analista de turno, de este o aquel partido. En cambio, aquellas evidencias que chirrían y rasgan la moral de cualquier persona con un mínimo de sensibilidad y sentido común, como es el problema de los viejos y el uso mercantilista que algunos desalmados hacen de ellos, no se aborda ni por asomo, ni de puntillas, porque son temas «personales». ¿Perdón? ¿Hay algo más personal que el modo en que una pareja de adultos pacta irse a la cama? Entonces sí que entran en acción los administradores de vidas ajenas. Y ahí está la denuncia del «silencio cómplice», en el Parlamento, las portadas, a toda hora, con todo detalle. ¿Por qué no se meten igualmente sus señorías y señoríos en el submundo de las herencias y las incapacitaciones? ¿Hay demasiado lodo ahí?
Fijaos, igual que se exige nuestra autorización al solicitar una ayuda, subvención, un ingreso mínimo vital o abogado de oficio, dejando la puerta digital abierta para que Agencia Tributaria y Seguridad Social constaten lo requerido, apuntándonos, ya de antemano, con el dedo de la suspicacia, ¿por qué no se exigen iguales condiciones a la hora de permitir que un o una heredípeta abandone (así lo llamo cuando no hay llamadas ni visitas: abandono puro y duro) a su papi o mami en una residencia, pública o semiprivada, me da igual, argumentando «falta de tiempo» o recursos? (Desconozco la legislación al respecto, pero en la práctica es indignante). ¿Vale más la dignidad, la integridad, el valor humano de una ex o esposa maltratada que la de una madre en la misma situación, solo porque esta última es vieja y no se atreve a contradecir lo que le imponen, comiéndose su pena? ¿Y qué obstáculo es este para un escuadrón, una generación de mujeres jóvenes, valientes, dispuestas a luchar por la «justicia social»? ¿Lo estáis? Pues poned el foco, abridlo, y que ilumine todo el veneno que impregna ese tocho de páginas negras de nuestra historia contemporánea, presente: el olvido de los viejos y las viejas.
La «política social» no entiende de sexos, razas o edades. O vais a todo o nada, con una legislación fuerte, implacable, que imponga responsabilidad y humanidad a base de multa y cárcel en unos casos, y generosas ayudas en otros, o ponéis en la calle a todos los maltratadores psicológicos, ahora mismo, en unos casos, y canceláis toda inversión en el asesino, innecesario armamento, en otros. Porque en este mismo instante, mientras haya una mujer que no-quiera-estar en la residencia donde sobrevive, o cuya familia no disponga de recursos para mantenerla en casa, se estará cometiendo un más que condenable desequilibrio, una sucia injusticia social, y un parejo enriquecimiento de los de siempre.
Id allí, a la residencia más cercana, sin avisar, en persona, y entrevistad a vuestras compatriotas sobre preferencias, comida, ambiente, cuidados. ¡Miraos en sus caras! Sois vosotras, dentro de unos pocos, muy pocos años. Haced algo, ya, como el Feminismo como mayúscula manda, o no me creeré ni uno solo de vuestros manidos eslóganes.