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Todo lo que el Instagram no nos permite ver

07 de Octubre de 2021
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Actuamos dentro de un principio falaz y hegemónico. Asumimos que todo lo real es visible, sin que nos podamos preguntar, sí ¿todo lo visible es real?. De esta manera más miramos, pero menos vemos, dado que la mirada (y más aún detrás de una interfaz o pantalla, que reproduce por combinación robótica de algoritmos, realidades supuestas que las hacemos visibles al “verlas”) es lo que se pierde en la visión. Dentro del campo de lo “escópico”, de lo visual, debemos dejar en claro que la esquizia es el ver afuera, desde la interioridad del ojo. Por tanto nuestra predisposición es ver más allá de nosotros mismos (de nuestra corporeidad a la cuál no tenemos acceso interno) por intermedio de figuras que se nos presentan o representan. El aceleracionismo de la técnica, nos sumió en el último tiempo, en habitar lo escópico, lo visual desde el recorrido por aplicaciones, que nos hacen ver sin mirar, rompiendo de esta manera con la relación que como sujetos habíamos construido con el cuadro o con la obra de arte como representación de lo humano y el vínculo con la imagen.  

Una aplicación por tanto, así nos permita ver la cotidianeidad del amigo o familiar, sólo nos hace compartir, imágenes apiladas que no terminan significando nada muy sustancial, no podemos dar cuenta que es un instrumento que impide mucho más de lo que ofrece. El problema no es el dispositivo, sino la “dynamis” mediante la cuál construimos tal relación de sentido.

Dejamos la pintura, la relación con la obra de arte, por perder nuestras atribuciones de sujetos que nos hacían pasibles de disfrutar con nuestras representaciones mediante el pensamiento o la emoción, intermediada por lo estético.

Cómo los algoritmos, ya somos producto de la inteligencia artificial de la que creemos estar aún lejanos o no tan inmediatos, cuando en verdad somos el brazo ejecutante de la razón instrumental, hegemónica, totalizante y repetitiva.

¿Pero que nos hace estar pendientes del Instagram, entendido éste como un dispositivo a los fines señalados?

Pertenecer, así sea al redil abyecto que va directo al precipicio para abandonar los retazos de la humana condición.

Así como “Las meninas” de Velázquez propuso una nueva concepción de lo escópico en lo humano, la aplicación de imágenes nos lleva a la constitución de una nueva mayoría en donde ocurren muchos aspectos de nuestra humanidad, que van más allá de lo visual y su campo estricto, que tienen que ver con la mirada como relación sustancial.

Es necesario en este punto, recordar que seguimos la presente concepción: “Voy a proponer la tesis siguiente -ciertamente, algo que tiene que ver con la mirada se manifiesta siempre en el cuadro. Bien lo sabe el pintor, porque su elección de un modo de mirada, así se atenga a ella o la varíe, es en verdad su moral, su indagación [...]. Aún en los cuadros más desprovistos de mirada, o sea, un par de ojos, cuadros donde no hay representación ninguna de la figura humana, tal o cual paisaje de pintor holandés o flamenco, acabarán viendo, como en filigrana, algo tan específico de cada pintor que tendrán la sensación de la presencia de la mirada.” (Lacan, J. El seminario 11: Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, Buenos Aires, Paidós, 1986. p., 08).  

En el seminario 13, dos años después, Lacan tomará el cuadro de Las meninas para la correlación de la mirada, el cuadro y la representación.
En la obra del pintor Velázquez, el observador, no sabe dónde ubicarse con respecto al cuadro, ni cuál es la figura central a la que prestarle mayor atención, con esa necesidad, inexplicable de encontrarle un sentido al arte (que es lo que la emparenta con la vida misma, el encontrar un sentido por más que no la tenga, y de allí su vinculación con lo filosófico, el canal más preciso, como inexacto como para brindar sentido). Todos parecen querer invitarnos, a estar dentro del palacio. En el lugar que fuere, y en la función que sea, pero la clave parece ser invitarnos a estar dentro. Posiblemente, la figura de los Reyes, en el famoso juego de espejos, contra-espejos  y retratos, sea la más incómoda, como para definir a donde ponemos a la Realeza. Una pregunta, que España, ni Europa, ha definido, ni con precisión, ni con armonía, y que siempre despierta tensión, como en el cuadro, y como en la historia. Velázquez, parece exhortar al espectador, que ponga esa presencia, de acuerdo a como la observe, como la sienta o como la quiera, pero independientemente de dónde, una imagen ineludible e inexorable.
El cuadro le despierta a quién lo observe, el gusto, el deseo de pertenencia o de querer estar dentro del palacio, donde incluso está hasta el propio artista, una invocación a formar parte de lo palaciego, de lo intramuros, de situarnos en cualquier lugar, por más que no sepamos donde, ni siquiera la conveniencia o la razón del porqué. Nada ocurre afuera, todo está dentro, y lo metafórico, excede propiamente a la realeza, y a sus cortesanos.

Lo mismo o casi podemos decir de la aplicación de Instagram en cuestión. No es lo que miramos, sino que al hacerlo, nos sentimos nosotros mirados, es decir parte de réplicas de imágenes que creemos como verdades reales, únicas e ineluctables. Todo lo que perdemos al permanecer en tal circuito, no sólo es el tiempo que creemos dedicarle, sino como nos constituye en relación a lo que nos impide ver. Estamos más pendientes de lo que sube o postea el ser más cercano y amado, y prestos a darle un aplauso, un me gusta o un corazón, antes que estar y vivenciar la relación, sin tener que “compartirla” para que nos sintamos vivos, por la aprobación de la mirada del otro.

En breve surgirán las aplicaciones que nos permitirán automatizar nuestros sentidos, es decir anularlos y nosotros mismos terminar de desustancializarnos como sujetos. Podremos oler y tocar lo que así queramos, tocando un botón, también intuir, razonar, constelar y todo lo que los instrumentos quieran hacer con lo que habremos dejado de ser nosotros. Seguidores y me gusta por cifras que no se podrán contar, saturaran de sentido el sinsentido de tal entonces, al que vamos en camino recto y a gran velocidad.

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