Todos los días son lunes

Eduardo G. García-Carpintero
07 de Julio de 2025
Guardar
Todos los días son lunes. oposiciones Canarias

Opositar no es solo estudiar, es cambiar de vida, es vivir bajo una rutina que muchas veces asfixia, que te obliga a renunciar a casi todo lo que antes te hacía sentir libre. Es convertirte en alguien que vive con una mochila de presión constante, con el reloj siempre en contra, con la mente girando alrededor de un temario que parece inabarcable.

Hubo días en los que me levantaba motivado, pero también hubo muchos en los que el cansancio físico y mental era tan grande que abrir el libro era una pelea contra mí mismo. Cuando opositas no estás compitiendo solo contra miles de aspirantes, estás combatiendo con tu propio agotamiento, con tus dudas, con tu miedo al fracaso. Cada página leída era una gota más en un océano de contenido que parecía no tener fin.

Y lo peor es que, muchas veces, ni tu propio entorno te lo pone fácil.

Porque la gente, sin darse cuenta —o a veces dándose cuenta—, puede llegar a ser un lastre.

Cuando uno oposita, lo único que desea es desconectar, hablar de cualquier cosa menos de la oposición.

Yo, por ejemplo, en mi trabajo de socorrista cuando tenía un rato para charlar con un socio del club lo último que me apetecía era hablar de la oposición. Prefería hablar de deporte, de la familia, de algún tema de la actualidad, de cualquier otra cosa....pero era casi imposible.

Siempre, tarde o temprano, la conversación acababa desembocando en lo mismo:

"¿qué tal llevas la oposición?"

"¿cómo lo llevas?"

"¿cuándo tienes el examen?"

"¿cuándo se sabe algo?"

"ya te sabrás todo el temario, ¿no?"

"¿aprobaste?"

Cinco años aguantando esas preguntas día tras día sin poder desconectar ni un instante. Llega un momento en el que te cierras, en el que hasta evitas hablar con la gente para no tener que dar explicaciones, para no volver a revivir tu propia angustia.

Porque a veces, aunque no lo hagan con mala intención, la presión de los demás pesa más de lo que nadie imagina.

A veces, incluso dormido, mi mente seguía trabajando. Soñaba con artículos, con procedimientos, con leyes. Me despertaba sobresaltado recordando que no había repasado tal tema o que había confundido un concepto. El temario se colaba en mis sueños, en mis conversaciones, en mis pensamientos más íntimos. No había desconexión real.

Renunciar se convirtió en parte del proceso. Renunciar a viajes con amigos, a cumpleaños, planes, cenas, escapadas. Mientras otros disfrutaban del presente, yo vivía atrapado en un futuro incierto, y muchas veces, quienes me rodeaban no entendían esa renuncia. Para muchos opositar era solo estudiar, no comprendían el sacrificio silencioso que implica, el peaje emocional que se paga por cada intento fallido.

Y luego está la presión que uno mismo se mete, la que quema por dentro.

En mi caso, la tensión de tener a mis abuelos ya muy mayores viendo cómo cada año iban a peor y que su gran sueño era verme convertido en policía. La idea de que murieran antes de lograrlo me atormentaba. Ese miedo, era otro lastre silencioso que arrastraba día tras día. Y es que cuando estudias no solo luchas por ti, luchas por los que te quieren, por los que sueñan contigo, es una carga emocional tremenda.

A veces, sin querer, también mi familia me presionaba. Frases como: “yo ya lo único que deseo es que seas policía”, o “si tú eres policía, yo ya me puedo morir a gusto”, eran comentarios que aunque nacían del amor me hundían más.

Lo decían para animarme, para mostrarme que estaban conmigo, para compartir mi sueño, pero solo servían para meter aún más presión.

Eran frases que pesaban, que no ayudaban, que solo añadían más carga a una mochila que ya de por sí iba demasiado llena, y aunque entiendo que lo hacían con la mejor intención, lejos de levantarme me hundían.

Durante el proceso, siempre intentaba buscar un pequeño espacio para mí. Al menos una tarde a la semana, una vez cada cierto tiempo, me permitía desconectar. Quedar con amigos, cenar con mi pareja si en ese momento tenía pareja, salir a pasear con mi familia, hacer alguna actividad que me gustara aunque fuera una vez cada cierto tiempo. Era como una bocanada de aire fresco en medio de tanto esfuerzo. Sabía que esos pequeños momentos también eran necesarios para no caer, para no romperme del todo.

Y había algo sagrado, innegociable: sacar tiempo para ver al Atlético de Madrid en el Metropolitano con mi padre. Eso no me lo quitaba ni la oposición. Era nuestro momento, nuestra tradición. Ese rato era solo para nosotros. Un oasis entre tantos días de sacrificio.

Una vez, un juez amigo me dijo algo que se me quedó grabado:

“Solo quien oposita, te entenderá. El resto no tiene ni idea.”

Y tenía razón. Nadie que no haya pasado por este proceso puede saber lo que implica vivir en esa tensión permanente, en esa lucha diaria por no rendirte.

Había días en los que tenía que cogerme vacaciones en el trabajo… no para descansar, sino para estudiar. Días enteros encerrado entre apuntes mientras el mundo seguía fuera. Otros días, llegaba de trabajar exhausto, cenaba algo rápido y me obligaba a estudiar un poco más por la noche. Porque en una oposición no hay margen para excusas: el que no estudia, pierde. Y lo peor es que a veces, incluso estudiando como nunca también se pierde.

Llegué a estudiar 13 horas diarias durante los últimos 6 meses, subiendo muchísimo la intensidad. Lo hacía porque sabía que no había otro camino, y lo hacía también porque me negaba a quedarme con la duda de si había hecho lo suficiente. Si iba a caer, quería que fuera con las botas puestas.

A veces, cuando alguien me preguntaba qué tal estaba, respondía con un “tirando”, porque explicar la realidad era demasiado complejo. Era más fácil fingir fortaleza que verbalizar la angustia. Porque opositar no es solo enfrentarte a un examen, es enfrentarte a ti mismo todos los días.

Esa es una de las verdades más duras de este camino: cuando opositas, todos los días son lunes, no hay festivos, no hay descanso mental, no hay desconexión total, solo hay una meta y un sacrificio enorme que nadie más hará por ti.

Lo + leído