Cuando nos metemos con alguien, cuando hablamos de alguien, da igual que se hable bien o mal, incluso es más efectivo que se hable mal, como afirmaba el gran Salvador Dalí, le estamos haciendo un favor, le engrandecemos.
Y por eso el refrán, el clásico refrán español, uno de esos refranes que le decía a mi madre su ama de cría, Carmen ,y que yo he aprendido y difundo siempre que puedo, afirma que debe hacerse exactamente lo contrario. Si no nos gusta alguien la mejor fórmula es la siguiente, la que aconseja la sabiduría popular:
NO HAY MAYOR DESPRECIO QUE NO HACER APRECIO.
Recibí el día del nombramiento un artículo de Gustavo Zaragoza, interesantísimo pensador que he conocido a través de Tomás Fernández, El Mago, en el que expresaba su preocupación por el futuro que le esperaba al mundo.
Le respondí lo siguiente:
"Hace muchos años que mantengo la teoría de que somos americanos de las colonias.
No sé cómo lo ves tú, pero yo tengo la sensación de que ni pinchamos ni cortamos y que nuestra opinión solo provoca indiferencia."
Y aún añadí mi filosofía al respecto, mi forma de aplicar el NO HAY MAYOR DESPRECIO QUE NO HACER APRECIO:
"Yo intento tomármelo como un viaje en avión, en el que nada puedes hacer, mirarlo como se mira una tormenta o una sequía, intentando sobrevivir lo mejor posible, fortalecer la relación con uno mismo y buscar como se pueda la alegría".
Pues eso, que si hay que hablar de un Donald yo prefiero al pato.
El pato Donald, mi niñez, cuántos buenos momentos.
Excelsior