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Tornaviaje. Las polémicas sobre el imperio español

12 de Octubre de 2021
Actualizado el 02 de julio de 2024
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El 5 de octubre se inauguró en el Museo del Prado de Madrid la exposición “Tornaviaje”, dedicada íntegramente al arte novohispano, es decir, el producido en América mientras esta era parte del Imperio español. Se trata de cerca de un centenar de obras, enviadas o traídas a la Península por aquellos que volvían de tierras americanas, formando parte de sus equipajes. Junto a los cuadros y obradores, encontramos también productos de uso cotidiano, como muebles o ajuares, muchas veces delicadamente decorados o realizados en la famosa plata de las Américas.

Vamos a reflexionar, al hilo de esta exposición, sobre la contradictoria y ambigua relación que tiene la España de hoy con su pasado imperial, con su legado colonial. “Tornaviaje” se desliza en dicha contradicción y ambigüedad, mostrándonos al tiempo las obras novohispanas que pretendían transmitir la ideología y cultura dominante de los colonizadores, como las recurrentes imágenes religiosas de Juan Correa o los retratos de los “ángeles arcabuceros”, y las obras que establecen desvíos que nos permiten entrever los procesos de la conquista y el establecimiento de un régimen colonial abiertamente racista, como el cuadro “Los tres mulatos de Esmeraldas”, realizado en 1599 por Andrés Sánchez Galque, en el que se retrata a los líderes de una revuelta contra el poder imperial. En ocasiones, las piezas que imponen reflexiones más críticas no son producto de una voluntad de cuestionar el dominio español sobre América, sino todo lo contrario, herramientas pedagógicas mediante las que dicho poder establecía dinámicas de control de las poblaciones basadas en la biología y la estirpe, como las famosas “categorías de mestizaje”, que nos enseñan cómo se nombra a cada sujeto en función de sus orígenes raciales concretos, estableciendo una jerarquía social.

El tema tiene su interés. La derecha española ha mostrado en los últimos tiempos una renovada voluntad de recobrar la memoria del pasado imperial como una forma de suturar las rupturas y conflictos que bloquean el proceso de construcción nacional, que, según su lectura, se ve amenazado por los independentistas periféricos (vascos y catalanes fundamentalmente, pero no sólo) y por la emergente conciencia decolonial que afecta a los sectores más dinámicos de la intelectualidad de los países occidentales.

En ese trayecto, la derecha extrema española, la liberal y la conservadora, se dan de la mano con los sectores más visibles de la derecha latinoamericana que, pese a tener una visión también ambigua de la conquista, alimentada por el proceso de independencia y lo que significó para las élites criollas en América, siguen entendiendo que la única civilización digna de tal nombre es la de origen europeo y que la participación política de los sectores indígenas o “pardos” (como se dice en algunos países de Latinoamérica) tiene que ser claramente limitada o tutelada.

Las declaraciones de Vargas Llosa o las provocaciones de José María Aznar en la Convención del Partido Popular, las reiteradas referencias de Abascal a la “gloriosa conquista”, o los constantes lanzamientos de libros que pretenden desmontar la llamada “leyenda Negra” sobre el dominio español en América, constituyen una trama general destinada a retejer la conciencia nacional desde una apelación a la memoria de la conquista, entendida como gesta heroica y civilizadora, en la que las ambigüedades y claroscuros del Imperio se pierden por el camino.

En medio de este barullo la verdad histórica se despeña por los desfiladeros del partidismo. El Imperio español, no cabe duda, muestra sus especificidades con respecto al resto de impulsos coloniales europeos. Los indígenas americanos fueron prontamente considerados, desde el punto de vista jurídico y religioso, como seres humanos por la Corona española, a diferencia de lo que sucedió en las áreas dominadas por los anglosajones. La presencia en la Nueva España de ciudades más prósperas y grandes que la capital de la propia metrópoli es también una anomalía histórica.

Pero estas especificidades deben ser entendidas en su contexto: el de una brutal conquista que adoptó en numerosas ocasiones tintes genocidas y el de la constitución de una estructura social basada en el racismo, la esclavitud y el trabajo forzado en las encomiendas. Los cuadros que, en “Tornaviaje” nos describen con detalle que tipo de figura social que son, por ejemplo, los hijos de indio y de negra (las llamadas “estampas de mestizaje”), no son una simple anécdota curiosa, sino una herramienta pedagógica para el despliegue de la violencia social, graduada en función de la raza y la estirpe.

Pero el problema fundamental que late tras la polémica sobre la conquista del Nuevo Mundo no es relativo a América, o al proceso histórico y las contradicciones del mundo Novohispano. El problema esencial, la amenaza que la derecha trata de conjurar, es el problema de la inacabada construcción nacional de la patria española, tras el siglo y medio de aislamiento que la oligarquía hispana se autoimpuso para tratar de evitar la emergencia de procesos democráticos en nuestro país.

Sin una revolución democrática como la francesa, que galvanizase las energías del conjunto de la nación. Sin una conciencia cívica republicana, que iluminase a la intelligentsia nacional desde la perspectiva de la igualdad, la libertad y la fraternidad. Sin una generosa recuperación de las distintas culturas hispánicas que las ligase desde el punto de vista emocional en un contexto cultural compartido y rizomático. Construida sobre la base de una dictadura patriotera y violenta, y una monarquía incapaz de mirar más allá de los intereses de las oligarquías, la España oficial se ha hecho a la imagen y semejanza de la una clase dirigente contrahecha y provinciana, reaccionaria y estrecha de mente, que necesita idealizar glorias pasadas para insuflar un remedo del patriotismo que ha quedado en manos de los fondos de inversión globales que dominan el Ibex 35, como Blackrock.

Hay otras Españas posibles, por supuesto. La reconstrucción nacional podría emerger de la conciencia de la diversidad y del pacto federal, de la necesidad de un sustrato de derechos sociales compartidos, de un proyecto de transformación productiva basado en la creatividad de nuestro pueblo y en la soberanía económica, de la reivindicación espiritual de la otra España que se muestra en nuestra Historia, desde fray Bartolomé de las Casas a Fermín y Galán. La España quijotesca, municipalista. La de las Comunidades Castellanas y la de Riego. La España que nos ha sido negada por miedo a que la construcción nacional produzca una nación capaz de ejercer la soberanía, y no un atado de contradicciones que se agotan en la reverencia al poder constituido.

Las contradicciones del mundo Novohispano se pueden entrever en el retablo sobre la conquista de Tenochtitlán que se muestra en la exposición “Tornaviaje” y que llevaba ya varios meses visible en otra sala del Museo del Prado. El anverso narra la cruel batalla, la matanza, la conquista y la violencia. El reverso nos muestra el sueño de los colonizadores: calles rectilíneas, orden, racionalidad arquitectónica, bienestar y paz. También puede buscarse en la biografía de Bernardo de Gálvez escrita por Gonzalo M. Quintero recientemente: militar y virrey de la Nueva España. Casi un ilustrado que derrota a los ingleses en Pensacola para defender a los revolucionarios norteamericanos. Autor de un magno informe sobre como reprimir y derrotar a los indígenas apaches, usando para ello el engaño, la violencia y la represión más descarnada.

Sin embargo, las contradicciones del proceso de construcción actual de la nación española no deben buscarse ahí. No es la lectura de la “Gloriosa Conquista” ni tampoco la “Crítica decolonial” lo que nos puede hacer entender por qué España parece en una constante crisis de identidad. Son las líneas de conflicto del presente, que anudan y enfrentan a una oligarquía que no quiere nación, aunque la chilla con vehemencia, con unos pueblos diversos pero hondamente entrelazados que buscan, muchas veces perdiéndose por el camino, la manera de convivir y prosperar en una patria digna de tal nombre.

Y digna también, por supuesto, de los trabajos de sus hijas e hijos más preclaros y valientes.

En el “Tornaviaje”, divisando ya con brumosa claridad las costas de España, dejemos de soñar el Imperio de Ultramar, y construyamos la casa común, profundamente democrática, social y soberana.

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