Hoy estreno columna. Y como estoy de celebración, me gustaría tratar un tema que más que ser un imperativo para nosotras, mujeres musulmanas, parece serlo para el resto del mundo (o digamos para su comodidad física e intelectual): mujeres, derechos e Islam. Ahora que, sin pretenderlo, estamos en el ojo del huracán por el hecho de existir y reafirmar nuestra existencia, y no dejamos de ocupar portadas sembradas de polémica y tertulias de lo más grotescas y primitivas –quienes menos, debaten sobre nuestros cuerpos, quienes más, pretenden legislar sobre ellos-, quizás va siendo hora de que seamos nosotras, y sólo nosotras, quienes tomemos la palabra. Quieran o no escucharnos, tenemos mucho que reclamar. Por nosotras, sí, pero también para plantar cara a la tendenciosa percepción de un sistema neoliberal obcecado y enfermo de ceguera moral a partes iguales, que nos ha utilizado históricamente como chivo expiatorio para justificar la yihad del dios dólar en forma de intervenciones militares y políticas imperialistas en Oriente Medio. Bajo el pretexto de “liberar” a la mujer musulmana, tan irrisorio como el de acabar con armas de destrucción masiva que nunca existieron, han pretendido implantarnos democracia a cañonazos, y libertad a cohetes de opresión y F-16. Todo para que las mujeres que querían desvelarse en países donde, por cierto, el velo era una elección, como en Irak, abrazaran las bombas y se sintieran más libres: sin piernas, sin hijos, sin casas, sin futuro, pero oiga, con una preciosa melena al viento. Una ecuación de la que hemos salido muy “beneficiadas”: dos millones de asesinados y asesinadas en el genocidio de Irak, un gobierno títere instaurado para salvaguardar los intereses de Occidente en la región, un país incendiado para siempre por el militarismo y los grupos radicales terroristas, y paradójicamente, un considerable incremento del uso del velo desde el fin de la intervención militar pactada en La Cumbre de las Azores. La resistencia a la occidentalización forzosa del país ha creado un mayor número de mujeres veladas y armadas. Tampoco la caída de los talibanes ha supuesto un descenso del uso del burka en Afganistán, según unas estadísticas publicadas en la UNESCO. Quizás ahí haya una razón de peso, otra más, para desvelar la mirada colonial, no nuestras cabezas, y asumir que somos mujeres libres, no sujetos pasivos a los que liberar. Va siendo hora de estipular que la libertad está en la mente, no en los centímetros de piel que mostramos o cubrimos. Y, sin embargo, a las mujeres musulmanas, el tema del hijab nos resulta tan reduccionista, tan instrumentalizado para fines políticos, tan banal, trivial, intrascendente y morboso, tan explotado hasta el asfixio por las corrientes dominantes, que voy a cambiar las reglas del juego. Si a las agendas hegemónicas les resulta rentable hablar de un trozo de tela constantemente para arrojar cortinas de humo y justificar sus políticas aquí y en Oriente Medio, no me queda más remedio que no seguirles el juego. Trataré sobre el tema del velo, sin duda alguna, pero no ahora. Básicamente, por llevar la contraria al mismo Imperio que nos ha declarado una guerra física, intelectual, cultural, moral, ideológica, humana… Y también mediática. Pero también porque somos más, mucho más que un trozo de tela. Así que hablemos, por ejemplo, a rasgos generales, de los derechos más básicos de la mujer en el Islam. De derechos de la Sharia (ley islámica) que a veces se nos olvida mencionar por estos lares, derechos, por cierto, otorgados legítimamente a la mujer través del Corán y de la Sunna hace más de 1400 años –y aunque, en muchos casos, hayan sido vilipendiados ilegítimamente por el sistema patriarcal absolutista. Derechos que nos pertenecen, que son nuestros, que no sólo son legítimos, sino los únicos válidos para el único Islam posible, el de los textos sagrados, que no están sujetos a ninguna interpretación, pues son explícitos, y por los que las mujeres musulmanas luchamos sin tregua en sociedades retrógradas y patriarcales de algunos países de mayoría musulmana. Y también en Occidente. Por citar algunos ejemplos: el aborto hasta los cuarenta días de gestación, el divorcio, el derecho a la propiedad, a la herencia, a la independencia financiera, al desarrollo académico y profesional y a la plenitud en todos los aspectos de nuestra vida. Queda de más explicar que supusieron toda una revolución de género en sociedades árabes pre-islámicas, donde se enterraban vivas a las niñas nada más nacer (otra bárbara costumbre ancestral que quedó abolida tras la llegada del Islam). Quizás mientras digerimos que nos estamos refiriendo a algunos derechos que aún están en pañales o siguen en riesgo en países supuestamente avanzados como España -hasta hace sólo una legislatura, había quien pretendía gobernar sobre nuestros úteros-, nos vendría bien apagar la televisión, enterrar los paternalismos, recurrir a medios alternativos, preguntarnos a nosotras, mujeres musulmanas, y desvelar la mirada etnocéntrica y colonial. Me encantaría acompañarles durante este apasionante viaje bidireccional y de deconstrucción. ¿Y a ustedes?
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