Permitidme girar por un instante el foco sobre mí, que periódicamente reseño aspectos de la arquitectura que me interesan. Siempre que puedo baso estas observaciones en experiencias personales. Pero esto choca con mi fracaso y con que no salgo de una precariedad que probablemente me llevará a morir sin haber podido salir de Europa ni poder conocer el 99% de las arquitecturas que me interesan. La tentación de hablar sobre ellas es irresistible, y a menudo lo hago en forma de artículos, clases, conferencias y hasta un libro entero.
El edificio que quiero reseñar, un centro cultural ubicado en el centro de Toluca, México, que obviamente no he podido visitar, obra del estudio FRPO (Fernando Rodríguez + Pablo Oriol), es uno de estos casos. Y es un caso donde esto resulta especialmente relevante porque FRPO es un estudio madrileño. Es decir, en los tiempos de la (estúpida por falsa y superficial) reivindicación del quilómetro cero escribiré sobre un edificio quilómetro 9100.
Compliquémoslo más: la mexicana es una de las grandes culturas del mundo. Consecuentemente, México cuenta con algunas de las y los mejores arquitectos del mundo. De Frida Escobedo o Tatiana Bilbao a Manuel Cervantes, la lista de arquitectos relevantes mexicanos, así como su capacidad propositiva, es exuberante. ¿Qué pintan, pues dos (buenos) arquitectos quilómetro 9100 en Toluca?
Entendamos de qué se compone eso que llamamos historia de la arquitectura: representación, mitos y préstamos culturales de préstamos culturales hasta que tendemos a considerarlos una especie de cultura global, abstracta, desligada de un origen como mínimo incierto. Tomemos tres momentos cero de esta historia así al azar: las Pirámides (las de Giza, porque en México también hay, y qué pirámides), el Partenón y el Panteón de Roma: dos transposiciones en piedra de estructuras hechas con otros materiales como la arena y la madera y la voluntad de construir una esfera ideal con un material, el hormigón en masa, que no acepta las tensiones de una esfera. Edificios de origen insondable y bastardo que encuentran ecos, diálogos y transposiciones en todo el mundo y en todas las culturas. La arquitectura es un arte local matizado por un corpus ideológico de difícil trazabilidad, un arte que oscila y se equilibra constantemente entre estos dos polos. Esto es así en todas las culturas el mundo. En la mexicana, que ya era mestiza antes de que México existiese, también.
La mexicana es una de las grandes culturas del mundo
La arquitectura necesita el quilómetro 9100 tanto como el cero.
Como las cosas se ven mejor desde fuera nos fijaremos en una de las figuras más populares de toda la historia del arte: los trovadores. Un trovador es un nómada que vaga de pueblo en pueblo propagando información en forma de obras artísticas consistentes. Aquello que practica, si lo hace bien, se viralizará, enraizará y se convertirá en cultura local. Ha sido así desde siempre.
Y ahora, en los tiempos de la información instantánea y global, los trovadores siguen siendo tan válidos y vigentes como antes, porque el viaje necesita ser físico y de ida y vuelta.
FRPO han mirado una ciudad con distancia, propuesto y construido un artefacto que tendrá que devenir local. El programa: un centro cultural pero no tanto, un edificio de usos mixtos sobre un aparcamiento muy tocho de una altura que rivaliza con la estupenda catedral de la ciudad. Es decir, un edificio representativo a medias donde un programa prosaico ha quedado trascendido por su volumen y por su altura. Un edificio que se ve desde media ciudad, que cambiará tres veces de función antes que le pillen el truco y se consolide. ¿Qué proponer en estas circunstancias? ¿Cómo te enfrentas a unos requerimientos indefinidos, a la presión de estar en el país de Barragán (algo así como su Gaudí), donde todos pintan mejor que tú, esculpen mejor que tú y le han pillado el truco a la arquitectura icónica mejor que tú? Fácil: haciendo un reset. Volviendo atrás, a la raíz del problema. A los elementos fundamentales de la arquitectura.
Este edificio está conformado por lo mínimo indispensable para que quien lo habite se lo pueda apropiar, más una infraestructura que una estructura, una articulación de espacios tan neutros como sea posible vestidos de la manera más neutra posible: bandejas de hormigón, unos buenos pilares que aguanten mucho peso, unas rampas donde se supone que circularán coches, rampas tan bien puestas que pueden servir para muchas otras cosas, unas ventanas urbanas, es decir, terrazas enormes que abran el edificio, terrazas donde puedan pasar cosas y donde se pueda ver que pasan cosas, alguna grada bien puesta y las infraestructuras de las infraestructuras: instalaciones y servicios. Ya está.
Un edificio de un gris institucional sobrio y elegante, atemporal, con ese aire de haber estado allí desde siempre, sometido a la catedral, sobresaliendo sin estridencias, recalcando su carácter monolítico, reivindicando el gran valor de un artefacto como este en el centro de una ciudad: la verticalidad. La superposición de funciones. Los edificios de pocos pisos con grandes alturas de techo. La densidad. Geometrías neutras, flexibilidad, estructura: las armas de los buenos arquitectos usadas para colonizar el centro de una ciudad americana de manera semejante a la magnífica Ágora-Bogotá, el centro de convenciones que Juan Herreros ha construido en esta ciudad, y al 1111 Lincoln rd, uno de los mejores edificios de lo que llevamos de siglo XXI, construido por Herzog & de Meuron en el centro de Miami. FRPO, Juan Herreros, Herzog & de Meuron: trovadores. Arquitectos con capacidad reflexiva, visión externa, reivindicación profesional, capaces de mezclar culturas, de recordar qué es importante y de hacerlo como lo hacen los trovadores que van por la vida antes con una lira, ahora con una guitarra que mejor que sea eléctrica porque si no es demasiado coñazo: mediante obras consistentes tan capaces de erigirse como hitos como de integrarse en su ciudad. Así funciona nuestro arte.