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Trump de blanco y mitra: el silencio cómplice de los cruzados patrios

05 de Mayo de 2025
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Trump Papa
Imagen de Donald Trump vestido de papa creada por IA

La imagen ha dado ya la vuelta al mundo.Donald Trump, enfundado en una sotana papal blanca impoluta, cruz dorada al pecho, mitra sobre la cabeza y gesto beatífico, como si acabara de descender del mismísimo cielo de Mar-a-Lago, bendice con desparpajo a sus fieles. Una escena que mezcla el kitsch digital con la propaganda milenarista, generada —cómo no— por inteligencia artificial y difundida desde su red Truth Social. No es una sátira ajena: es autoparodia en formato glorioso y un aviso a los cardenales de quien manda en el “OK Corral”.

El mandatario del país con más cañones y bombas atómicas del mundo, no ha perdido ocasión para colocarse —literalmente— en la cúspide del poder espiritual. Publica la imagen en pleno interregno papal, tras la muerte del Papa Francisco y a las puertas de un cónclave que, para el catolicismo, representa uno de los momentos más solemnes de su liturgia institucional. Pero en el mundo de Trump, no hay ritual que no se pueda profanar si sirve para acumular foco, intimidación, controversia y aplauso. Y si es con ropajes sagrados, mejor: el narcisismo mesiánico exige un vestuario a la altura.

Las reacciones en Estados Unidos han sido tan predecibles como reveladoras. La Conferencia Católica del Estado de Nueva York, entre otros, ha denunciado la imagen como ofensiva, sacrílega y frívola. Algunos prelados americanos han levantado la voz, más por necesidad de marcar distancia que por verdadera indignación. Pero en el ruedo ibérico, donde la sacralización de símbolos y la vigilancia del dogma suelen andar con lupa, megáfono y querella, la respuesta ha sido… silencio.

Un silencio rotundo, de esos que huelen a miedo o a cálculo. Los mismos que claman al cielo por una escultura irreverente en una exposición subvencionada o por una actuación satírica en un festival público, han optado por mirar hacia otro lado. Los heraldos del nacionalcatolicismo, tan veloces en defender la cruz cuando la incomodidad viene del arte, del feminismo, la izquierda o del independentismo, se han tragado la lengua frente al Presidente yanqui. Ni un comunicado, ni una columna en la prensa amiga, ni una exhalación en sus púlpitos digitales. Dios sabrá por qué.

Quizás el trumpismo les inspira más devoción que el propio Evangelio. O tal vez reconocen en él a uno de los suyos: un líder sin escrúpulos, un vendedor de paraísos perdidos, un hábil manipulador de las emociones de una masa ávida de certezas y enemigos. En cualquier caso, lo que se revela aquí no es solo una falta de coherencia moral, sino una rendición práctica: si el blasfemo es de los nuestros, se le absuelve antes de que acabe el padrenuestro.

El gesto de Trump es, además de vulgar, cínico hasta la médula. No es una provocación inocente ni una travesura artística. Es una jugada calculada en su campaña de reapropiación simbólica: apropiarse de la liturgia, del trono de Pedro y del aura de santidad para colocarse en un panteón que solo existe en su cabeza. Ha bromeado también, incluso, con ser un buen Papa, y ha sugerido a Timothy Dolan como posible sucesor de Francisco. Todo encaja en su universo paralelo, donde el poder ya no se separa de lo divino, sino que se confunde con él, para servir a sus intereses.

Mientras tanto, la jerarquía y los cruzados de salón españoles callan. Tal vez porque saben que, en el fondo, ellos harían lo mismo. O peor.

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