Conforme se iba acercando por el camino, lo iba teniendo más claro. Las ovejas estaban comiéndose el cereal recién nacido en mitad del sembrado. No era la cañada. Ni los bordes del camino. Había animales pastando a cinco metros de la ribera casi en el centro de la parcela. Al fondo, en la loma, junto a la fuente de los Petroleros, de pie, apoyado en el cayado, estaba su cuñado. El perro, en lugar de cuidar del ganado, estaba también allí, postrado a los pies de Indalecio, el pastor, entre los juncos, resguardado del cierzo que soplaba por encima de los robles del monte.
Alcibíades, el guarda y cuñado de Indalecio, tenía fama de majadero loco y excéntrico. Su mujer contaba que, a la una de la tarde, hora solar, la comida debía estar encima de la mesa todo el año. Porque para el guarda, era el sol el que regía el huso horario y no el decreto del gobierno. Esto no es Alemania, decía. Y de ahí no le sacabas. No se hablaba con el cura desde que se había quitado la sotana, ni tampoco asistía a misa porque ya no se hacía en latín y eso de darla de cara al público era una obscenidad. La televisión era un invento del diablo y sólo escuchaba el parte de Radio Nacional. La única música con la que no salía corriendo, la de Juanito Valderrama, Manolo Escobar o Antonio Molina. Y el vino, ácido y de dieciséis grados porque el resto era aguachirri.
Apretó el paso, hasta llegar a la altura de su cuñado. No le dio ni los buenos días. Simplemente le dijo, ya sabes que son quinientas pesetas por pastar en fincas sembradas. Su cuñado Indalecio, sólo le dijo ¿”No serás capaz?”. Pero Alcibíades ni si quiera se dignó a contestar de cara. Dio media vuelta y mientras se iba, le dijo que la guardia civil le llevaría la notificación a casa. Dos semanas más tarde, en plena comida familiar, los guindillas llamaron a la puerta de Indalecio. Traían la multa. Quinientas pesetas por pastar en una tierra sembrada y veinticinco más por haberlo hecho con alevosía. A todos, incluida la mujer de Alcibíades se les atragantó la comida. Indalecio y su mujer dejaron la mesa y se fueron a su casa. La situación era tan tremendamente ridícula y Alcibíades era tan predecible y tan estrictamente escrupuloso en su trabajo que cómo esto lo hacía con todo el mundo, su cuñado no pudo más que hacer ver que no había pasado para no hacer más daño a su hermana. Aunque, un par de años más tarde, tuvieran que emigrar del pueblo porque ya no había nadie que les hablara ni a los que poder pedir el favor de dejarles un poco de sal porque se les había acabado.
Cuando el guarda abandonó a su cuñado, al dirigirse al cuartel de la guardia civil para poner la denuncia, se encontró con Lesmes, el juez de paz. Por los gestos, la pose y la forma de caminar de Alcibíades, Lesmes se imaginaba lo que había pasado, ya que él mismo estaba viendo como las ovejas estaban comiéndose el sembrado. Y como sabía de las andanadas típicas del guarda, le preguntó que a dónde iba tan ligero. El guarda con mal humor le contestó que si no estaba viendo como las ovejas se comían el sembrado. Lesmes le dijo, “claro que lo veo. ¿Y qué problema hay? La tierra es de tu hermana y el sembrado también”. Alcibíades que era sordo de entendimiento le dijo que la ley es la ley y es igual para todos. “Y yo, como servidor público no puedo hacer la vista gorda”. Lesmes insistía, “¡Pero, hombre de dios, que vas a denunciar a tu cuñado por tener las ovejas pastando en su tierra! Te vas a crear un problema con él, con tu hermana y con el resto de la familia y todo por hacer algo que todos hacemos en nuestras tierras”. Pero el guarda insistía en que la ley era la ley y aunque no podía marcharse dejando a Lesmes con la palabra en la boca porque era el Juez de Paz y para él era una autoridad, cada vez estaba más molesto y escuchaba menos. Lesmes, advertido por la hinchazón de la carótida del guarda, le acabó diciendo que hiciera lo que le diera la gana.
Alcibíades nunca supo que su cuñado no pagó la multa. Lesmes, una hora después de que el guarda abandonara el cuartelillo, se presentó allí y como juez de paz, expuso ante el cabo lo sucedido. Le dijo que la tierra en la que pastaban las ovejas era propiedad del pastor y que todos, a veces, metían las ovejas en sus tierras para acabar con el vallico que crecía entre el centeno. Como todos conocían la enfermiza psicosis de rectitud de Alcibíades, llegaron al acuerdo de presentarse en casa de Indalecio el día que estuviera el guarda y su mujer comiendo con ellos para darle un escarmiento. Luego le quitarían la multa y aquí paz y después gloria.
Lesmes era juez de paz, porque era un tipo justo y con mano izquierda. Un tipo respetado por todos. Sabía bien como impartir esa justicia sin ser un cafre y sin perjudicar a los inocentes aunque a veces no cumplieran la ley. Alcibíades, con su rectitud mocha, era un tipo odiado, al que nadie respetaba y al que todo el mundo temía y a su vez, se la liaba en cuanto se daba la vuelta y no podía averiguar quién había sido.
*****
Un paso hacia la irrelevancia
Un sábado antes de Semana Santa (el 2 era Domingo de Ramos y el 6 Jueves Santo) la II República firmaba su acta de defunción y daba paso a la dictadura de Franco que nos ha legado las instituciones actuales, entre ellas la estructura del poder judicial, que hoy, casi 48 años después de la muerte del eunuco cobarde y fascista, sufrimos.
Un sábado santo de 1977, el PCE de Santiago Carrillo, claudicaba ante el presidente surgido del franquismo más acérrimo (Suárez había sido Jefe del gabinete del Vicesecretario General del Movimiento, Director General de RTVE y Ministro General del Movimiento en el primer Gobierno tras la muerte del fascista eunuco), para ser legalizado y poder presentarse a las elecciones. Unas elecciones en las que el PCE tenía una importante intención de voto y que acabó en agua de borrajas gracias a la campaña de propaganda diseñada desde la CIA y trasmitida por RTVE y todos los periódicos del régimen en favor de aquel chaquetero sevillano del traje de pana que había asaltado Suresnes de la mano de Carrero Blanco y que ahora se presentaba como socialista.
Un domingo 2 de abril de 2023, Domingo de Ramos, se celebra en Madrid el acto que apuntilla electoralmente a la llamada izquierda española, que como decíamos la semana pasada, ni quiere ser comunista, ni siquiera que se le relacione con nada que huela a izquierdismo. Una izquierda que en España dice estar compuesta por aquellos que llevan trabajando desde que aquel año 74 en Suresnes, tomaron el poder mintiendo a sus compañeros, para que el régimen franquista y su legado siga siendo el paraguas lleno de goteras bajo el que nos movemos, con una zona segura para ricos y poderosos y un montón de goteras y sirimiri eterno para los pobres que cada vez somos más y por tanto nos quedamos fuera de las varillas sin protección; y por aquellos que dicen estar al servicio de los pobres y necesitados, que somos la mayoría, pero que no llego a saber muy bien si, porque en realidad son unos niñatos ilusos que al encontrarse de frente con el toro han preferido la comodidad del palco en lugar del albero, o si en realidad, son unos jetas que lo único que han pretendido siempre es aprovechar la oportunidad y las ganas de cambio de la gente para asegurarse un futuro que de otra forma hubiera estado lejos de sus casas y sus familias como el que tomaron miles de españoles contemporáneos suyos al emigrar para poder subsistir.
A la hora que estoy escribiendo el artículo todavía están los plumillas del régimen asegurando que habrá acuerdo y que la mañana del domingo la Secretaria General de Podemos Ione Belarra y la Ministra de Igualdad estarán en Magariños acompañando a Yolanda Díaz. Y sin embargo, si mis informaciones son ciertas, cuando estés leyendo esto, querido lector, ya se habrá consumado el desplante y en unos días Podemos anunciará que va a las elecciones generales de noviembre en solitario y que Irene Montero será la cabeza de lista por encima de su secretaria general.
Como también decía en mi anterior artículo, si los Aqueos no les hubieran hecho creer a los Troyanos que estaban cansados de asediar la ciudad sin consecuencias y que no sólo se retiraban sino que además les dejaban un inmenso caballo como regalo, jamás hubieran conseguido conquistar Troya. El Régimen del 39, tal y como están las cosas es inexpugnable. No hay ángeles suficientes para tomar el cielo por asalto. Y aunque realmente la gente está harta de tanto hijoputismo, con una inflación que le está impidiendo hasta comer, unos salarios que hoy, veinte años después de despreciar a los mileuristas por pobres, ser uno de ellos es un lujo, bancos que cobran hasta por abrir la puerta de la sucursal, eléctricas que ganan cientos de miles de euros especulando con el precio de la luz, vaciando pantanos en plena sequía; cuando la gente comienza a darse cuenta de que el coche tiende a ser un bien de lujo y que nuestros políticos son la indecencia personificada que mientras cobran cientos de miles de euros al año, y que además de quedarles la pensión máxima por ocho años cotizados, la mayoría después de esos años acaban sentados en el sillón del Consejo de Administración una empresa que les paga salarios indecentes, reclaman una y otra vez que la gente no se pueda jubilar hasta los 70, y para colmo, en los Consejos en los que se sientan, dan orden de no contratar a nadie mayor de 50 años, sólo unos pocos estarían dispuestos a dar el paso de asaltar los cielos. Si a eso le sumamos la ley mordaza, unas fuerzas policiales que no están para servir al pueblo sino al que manda (eso sí, todo bajo la legalidad vigente) y que, una gran parte del rebaño a la única libertad que aspira es a la de tener diez euros para tomar unas cañas en una terraza, a ser posible en plena vía pública y si es a las cuatro de la mañana, mejor que mejor, pues evidentemente asaltar el cielo es una entelequia.
En realidad la casi toda la izquierda parlamentaria es un holograma. No existe. Ya no quieren hacer la revolución, ni aspiran a la igualdad, a las sociedades justas y a los servicios públicos. La izquierda al derechizarse se ha convertido en el sueño de una noche de verano, reclamando aquello que en su día eran las migajas del capitalismo. Están reclamando no que la sanidad sea 100 % pública y que ningún euro público acabe en la privada, sino que ambas convivan convenientemente. Que es como decirle a un zorro que para una vez que entra en el gallinero sólo mate una y respete a las demás. No están reclamando la educación 100 % pública y que los colegios privados se financien exclusivamente de las cuotas de sus alumnos, contribuyendo además con los mismos impuestos que cualquier otra empresa privada. Reclaman que los colegios concertados no puedan construirse sobre suelo público lo que debería ser por sí mismo ilegal. No están reclamando contención en el consumo, ni cierre de aeropuertos, ni limitación de regadíos, autovías y lineas de AVE. No sólo no lo hacen, sino que apoyan constantemente rectificaciones para seguir construyendo apartamentos a pie de playa, para arrancar olivos y sustituirlos por paneles solares, para unir estaciones de esquí ahora que cada vez nieva menos, para hacer trasvases y lagos artificiales como este en Villalón de Campos apoyando la estupidez de que de no ser así, el agua acabaría en el mar en Portugal, como si el cauce de los ríos no necesitara agua y como si secarlos fuera inocuo para el entorno. Luego se quejan del calor excesivo y de que no llueve. La izquierda actual sólo es una minúscula espinilla en el cuerpo armario del capitalismo. Si hasta algunos de ellos están a favor del tráfico de personas porque han convertido el deseo en derechos y ahora creen que todo es lícito para cumplir tus obsesiones si tienes dinero con el que pagarlas. Y como no se centran en acabar con los ricos, pero no porque lo sean, sino porque dada la coyuntura actual, es un lujo que el medioambiente no puede permitirse si queremos seguir habitando la tierra, como no se centran en la equidad salarial, ni en el cumplimiento de los derechos humanos, ni en acabar con la especulación, se entregan a la ocupación de arreglar situaciones ficticias de una minoría que se ha convertido en el gran lobby político mundial pero que acaba cabreando muy mucho a la mayoría y haciendo que les odien.
Y bajo esa premisa del sambenito de la inutilidad, del odio con el que los perciben y de ser considerados majaderos como el protagonista de la historia que encabeza este artículo, tienen la osadía de presentan a las elecciones sabiendo que no sólo es imposible ganar sino con el objetivo máximo de seguir haciendo de muleta del partido del régimen del 39 aupado a la mayoría por un adlátere de Carrero Blanco.
En esas condiciones, lo siguiente es el paso a la irrelevancia. Como cantaban Golpes Bajos, malos tiempos para la lírica. Y décadas más de régimen franquista.
Salud, feminismo, ecología, decrecimiento, república y más escuelas públicas y laicas.