Por primera vez desde la instauración del voto universal, secreto y obligatorio los argentinos nos acercamos a las urnas por vigésima vez consecutiva, en elecciones nacionales. Estas generaciones tenemos un privilegio que no tuvieron otras generaciones, aunque sin dudas el nuestro es producto del trabajo y dedicación de muchas de ellas.El domingo pasado muchos fueron autoridades de mesa y fiscales, o afectados al Comando Nacional Electoral, comprometidos para que los resultados sean el fiel reflejo de lo que nuestros conciudadanos eligieron en cada cuarto oscuro de cada mesa a lo largo y a lo ancho del país. Los resultados finales, sobre todo en la Provincia de Buenos Aires, pusieron de relieve que su tarea es central para la consolidación democrática.Sin embargo para muchos es una carga el tener que ser parte del engranaje logístico y de control de la elección, incluso para algunos es una carga el tener que ir a votar, y curiosamente suelen ser los mismos que afirman en la esquina, la mesa del café o la cola del banco que así no se puede seguir, que el Intendente tal, el Gobernador cual o el Presidente tal y cual, y reniegan de ejercer su derecho, y su obligación para decir una vez cada dos años si nos gusta o no como se están administrando nuestras cuestiones o si creemos que otro conciudadano está más capacitado o tiene mejores ideas para hacerse cargo de la situación. Son estos quienes no reconocen todo lo que han hecho las generaciones anteriores para lograr que tengamos la posibilidad, una vez cada dos años, de poner un papel en un sobre y dar nuestra opinión.Pero afortunadamente este grupo, que es muy bullicioso y por ende parece grande, es minoritario frente a la inmensa mayoría, más callada, que entiende que el voto es la herramienta que tenemos los ciudadanos para dar nuestro apoyo a quien está haciendo las cosas bien o nuestra reprobación a quien las hace de una manera diferente a como nosotros creemos que debieran hacerse. Somos más, muchos más, los que seguimos creyendo que debemos valorar esta sana costumbre de decir lo que pensamos de manera libre, y que pese a los condicionantes reales que existen, esos que hablan que discutimos quienes ocupan el gobierno pero nunca discutimos quienes ocupan el poder o incluso aquellos que afirman que da igual a quien se vote porque nada va a cambiar, por mínimo que sea el cambio que se genere es mucho más que el tener por autoridades a personas que no elegimos, sean ésta que hayan ocupado de manera ilegal el gobierno por un golpe de estado, o de manera legal por un linaje familiar.El sistema republicano y la democracia nos permiten esto, el elegir nosotros mismos a quiénes queremos que nos gobiernen, y a los dos años, si no nos convence lo que están haciendo darle nuestro voto de confianza a otra fuerza política. Esto que parece algo tan obvio y evidente no lo fue en Argentina durante mucho tiempo y no lo es en muchas partes del mundo, aún por estos días.Debemos valorar entonces de manera responsable la herramienta que tenemos en nuestras manos, y saber que cuando hoy entremos al cuarto oscuro estamos eligiendo mucho más que una boleta electoral para darle nuestro apoyo y que pueda presentarse en las próximas elecciones del 22 de octubre, lo que estamos eligiendo es una forma de gobernar y de actuar, una forma de administrar el dinero, una escala de prioridades de acción, un manojo de principios y valores que hacen que algunas cosas estén bien y que otras estén mal, y en función de ello deberíamos elegir, no tanto por si el Intendente asfalta una cuadra más o no, o si el Gobernador nombra más o menos docentes en una escuela o si el Presidente consigue o no bajar la inflación, deberíamos elegir entonces a partir de ideas y valores compartidos de cómo queremos vivir en sociedad. Y en consecuencia, nuestro voto no debiera ser en función de lo que más nos convenga en términos individuales, sino de lo que más nos convenga como sociedad, porque de tal manera, si así lo hacemos, eso será en definitiva lo que más nos convenga en términos personales, porque como decía Raúl Alfonsín, no se puede vivir en un country club al lado de una villa miseria, o como le decía Ernesto Guevara a sus hijos, que sean capaces de sentir en lo más hondo cualquier injusticia cometida contra cualquiera en cualquier lugar del mundo. De eso se trata, de saber aprovechar la sana costumbre de votar para elegir lo mejor para nuestra sociedad, es decir, lo mejor para nosotros mismos.
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