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¡Uo, jo jo jo!

16 de Junio de 2024
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Uo jo jo jo

Escribo este artículo en mi libreta de papel. Así lo hago, a menudo, cuando no quiero levantarme del sillón, o cuando me sorprenden las ideas en lugar insospechado, o en plena madrugada. Así, con pocas diferencias, procedieron miles de autores, durante muchos años. Costosos replanteamientos, notas en mitad de la noche, incisos y tachones sobre párrafos de novelas o ensayos en construcción, versos, canciones, opúsculos; todo el material histórico de los grandes al que ahora accedéis así, por la cara, con un “click”, estuvo en muchas ocasiones en la mente y el improvisado papel de un insomne, a veces un hambriento, silenciado escritor. Y aquellos, en el fondo una minoría, que consiguieron ver publicadas sus obras en libros impresos, ¿cómo creéis que se sentirían al ver las últimas copias ahí, depositadas en un estante, a la espera de adopción, olvidadas porque “ahora está todo en Internet”?

Quizir: si no fuese por aquellas impresiones, por todas aquellas notas desesperadas en la noche (¿sabéis lo que cuesta escribir un libro, con una mínima decencia?), y antes de eso, por las lecturas de otros libros anteriores, que guiaron e inspiraron a aquellos “nuevos” poetas, filósofos, novelistas, a los maestros que están detrás de todo el plantel de profesionales que construyeron el país en el que habitáis, y por, más atrás aún, las lecturas y el trabajo de copistas medievales, de no ser por todos ellos y su trabajo, ahora, invariablemente, aunque no lo crean, algunos listos no tendrían na-da en Internet, porque ni siquiera el mismo Internet hubiera sido posible. De cualquier manera, muchos de ellos no precisan esos datos más que para arrojarlos, pedantemente, a la cara de algún adversario en caricaturesca competición de ego (como si tuvieran una mínima idea del dato antes de consultarlo en Google), o para aprobar un examen, o para conquistar el primer premio en un concurso de listillos (me temo que para eso sí hay que leer en condiciones). En esto ha quedado todo aquel esfuerzo, aquella obsesión divulgativa de los autores, generosos, mientras se incorporaban en mitad de la noche para anotar, componer, corregir. Ahora, la más ingrata de las ingratas, la sucia “I.A.”, se hace con todo ese vasto capital intelectual y lo explota, lo estruja, lo corrompe y hasta falsifica y le da la vuelta, no solo por dinero, sino lo que es mucho peor: por control.

Algún día, amigas, todo el tecnotinglado se irá al carajo. Me gustaría estar ahí, para echar unas risas, y continuar escribiendo, en papel, en roca, o en efímera arena mojada, con el mar como testigo, declarando: “¡Sssshhh...! ¡Uo, jo jo jo! ¡Sssshhh…!

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