Cualquier día de estos me llamarán y me tendré que poner la tercera vacuna contra el Covid o la Covid o el puto virus éste que no se va ni a la de tres. Y me voy a sentir fatal. No porque sea antivacunas, que no, que todo lo contrario. No porque tenga algún tipo de prevención contra pinchazos o molestias. Me voy a sentir mal porque sé que si en vez de estar en este país, estuviese en muchos otros, no tendría ni la tercera, ni la segunda ni la primera vacuna. Ninguna. “Los vacunados con tres dosis en los países ricos son más que los que tienen una en los más pobres”, es noticia pública, publicada y notoria. ¡Manda güevos! Pero tengo suerte: nací en un país europeo, occidental y rico. Rico, sí. Parece mentira viendo las carencias y la cantidad de gente que vive por debajo de los umbrales de pobreza y de dignidad. Pero es que esa es también un característica de los países más ricos. Lo son en conjunto, con los célebres promedios estadísticos que nos igualan al de Zara y a mi, o a lector y al baranda de Iberdrola. Pero, claro, para que el de Zara nade en silos de pasta como el tío del pato Donald o para que el de Iberdrola cobre salarios de millones al mes, alguien tendrá que quedarse a “verlas venir”, a vivir del aire, sin nada. ¡Hay que esforzarse, como esos multimillonarios, a los que se ve reventados, desgastados y a punto de desfallecer día tras día, y no darse a la buena vida como los obesos, radiantes y descansados mendigos, parias, parados, dependientes y gentes de mal vivir literal!
Pero a lo que iba, que me distraigo con la lucha de clases, oye, como si existiera y no estuviera prohibida desde que cayó el muro de Berlín. Y a lo que iba es a que me subleva que algunos tengamos “derecho” a tres vacunas en un año, mientras otros aguardan en vano la primera, porque viven en países pobres o estados fallidos o lugares donde no hay ni para viales. Algunos podemos pagarnos todas las vacunas que queramos, mientras otros no pueden acceder ni a la primera. Lo cual define bien el mundo de mierda que se ha ido construyendo a nuestro alrededor. Más aún cuando hablamos de combatir a un virus que no sabe de fronteras, de pobres o ricos, y que se expande sin problemas y sin control, mientras haya gente indefensa en cualquier lejano rincón. Quiere decirse que mejor sería, para mi también, para los propios países ricos, repartir las vacunas entre todos, sin distinción de países, que concentrar las disponibles en nuestros bien alimentados brazos occidentales. Más eficaz sería una vacuna para cada uno, que tres para unos pocos y ninguna para la inmensa mayoría. Pero no hay nada que hacer. La ley del embudo o de la selva o ideología ultraliberal se impone. Todo para los ricos, nada para los pobres, que se las apañe cada cual.
Como un día vuelvan los dioses, nos van a arrear, pero bien.