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El verano de nuestro descontento

27 de Julio de 2025
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El verano de nuestro descontento. Juan Carlos I golpe de estado

Leo con tristeza y no poco disgusto y pesadumbre un reciente artículo de José Antequera aparecido en este mismo medio, donde me entero que el gobierno ha decidido por ley desclasificar los secretos del franquismo y la Transición, pero ha dejado para más adelante, (¿más adelante todavía?) la desclasificación de los papeles de la intentona golpista del 23 F. Está claro que esa negativa, esa arbitraria decisión de que los españoles y las españolas sigamos sin saber qué fue lo que realmente pasó en el hecho más grave acontecido en nuestra democracia, obedece a la imperiosa necesidad de proteger, de encubrir, de meter la basura en otra bolsa de basura como se hace cuando ésta huele mal, a una monarquía que  a la que se la lleva tapando desde siempre, porque destaparla, mostrarla como es, conocer todas sus, vamos a decir “actividades” equivaldría a dejarla muy tocada, por no decir hundida.

El actual gobierno no ha tenido el valor y el coraje necesarios para sacar a la luz, al aire para se oreen, esos documentos, esos escritos y grabaciones que duermen desde hace décadas en alguna caja fuerte ministerial, y ponerlos a disposición de los contribuyentes, los que pagan todo esto, que tienen todo el derecho del mundo a saber la verdad de todo ese feo, feísimo, asunto. Pedro Sánchez y su gobierno deberían haberse negado a seguir manteniendo tanto misterio, tanto secretismo a lo largo de tantos años, y haber sacado a la luz pública todo lo relacionado con este lamentable episodio. Muchos y muchas creemos que cuarenta y cuatro años son demasiados años de silencio, de ocultación de la verdad de un suceso muy grave de nuestra historia reciente, del que solo nos han dejado ver unas cuantas escenas, bastante bochornosas por cierto, sobre todo la esperpéntica escena de la banda de cuatreros entrando a tiros en el saloon. Unas escenas sueltas, apenas un tráiler, que han sido repetidas hasta la náusea pero, inexplicablemente, todavía no nos dejan ver la película completa. Y nos preguntamos el porqué de prolongar este secretismo, este oscurantismo; de mantener este asunto escondido detrás de negros cortinajes ministeriales, sumergido en  un lóbrego pozo bien aherrojado de cadenas y candados, más propias de un retorcido relato de Poe que del Estado moderno, democrático y de derecho del que supuestamente gozamos.

No entendemos  a cuento de qué tanta ocultación, tanta intriga después de tantos años, tanto deshojar la margarita de si realmente fue el rey Juan Carlos I el superhéroe nacional que acabó con el golpe, como nos han vendido a través de miles de publirreportajes. Queremos saber de una vez por todas si es cierto que fue el jefe del Estado el que detuvo la intentona golpista con su determinación y su coraje, haciendo valer su autoridad y su decidida apuesta por la democracia. Y si eso sucedió así, por qué no salen a la luz todos los documentos, todos las grabaciones que dan fe de todo ello. Con lo bien que le vendría a la imagen del emérito, ahora por los suelos, que desclasificaran esos documentos que atestiguan sin ningún género de dudas que su actuación durante la intentona involucionista fue la un intrépido, valiente y  audaz, rozando lo temerario, defensor de la libertad y la democracia.

Cuánto ganaría la muy maltrecha reputación, ganada a pulso por él mismo, del emérito si salieran a la luz esas inequívocas pruebas de que se opuso él solo, como un Gary Cooper con corona y toisón, a los golpistas. Sin duda, este deplorable personaje ganaría algunos puntos  que tanto necesita para sacar un poco a flote su prestigio ahora hundido en la mierda, a causa de su compulsiva querencia por enriquecerse escandalosamente, amén de otros incontables escándalos, desmanes y fechorías que también permanecen ocultos, tanto o más que los documentos secretos del 23 F. Desmanes y fechorías que, por desgracia, solo se conocerán, si es que se conocen, cuando este personaje ya esté, como dice un verso del inmortal Quevedo: “Purgando su humana escoria en una fragua de lienzo”.       

No queremos pensar mal, pero cuando no salen a la luz todos los documentos que podían avalar la versión oficial de que fue el rey Juan Carlos I el que mandó parar la intentona golpista es porque no fue exactamente así. Si hubiera sido así, ya habrían desclasificado hasta el último y más mínimo e insignificante documento. Hasta la factura de la churrería donde desayunaban los guardias civiles de la banda de Tejero. Pero los documentos siguen ocultos a la vista de la ciudadanía que paga ésta y las demás “películas”, la mayoría “berlanguianas”, con guión de Azcona, aunque con bastante menos gracia, que conforman la reciente historia de España. Y la cosa ya se va alargando demasiado por lo que las ansias de saber crecen y las esperanzas de enterarnos de algo menguan. Algunos creemos que cuarenta y cuatro años ya son demasiados años de suspense. Ni el gran Alfred Hitchcock, al que le gustaba mucho hacer sufrir al espectador, hubiera sido tan cruel como para mantenernos tanto tiempo en ascuas. Pero el gobierno, por desgracia para todos, ha apostado por seguir tapando, protegiendo, amparando  la podredumbre que se esconde debajo de esa manta, esa maloliente y polvorienta manta llena de lamparones que se niegan a tirar de ella, a  levantarla y sacudirla para que salgo todo, y después limpiarla a conciencia y tenderla un largo tiempo al aire y al sol.

Ya nos podemos figurar que La Casa Real y otros poderes del Estado, ese “Estado Profundo” que acojona solo de leerlo, habrán presionado lo suyo para que esos documentos, esas grabaciones que sin duda dejan en mal lugar al anterior jefe del Estado, no salgan a la luz hasta que no hayan muerto todos los intervinientes de aquel gravísimo hecho, desde el emérito al último militarote salvapatrias, y de esa manera ya no haya nadie a quien pedirle cuentas. Mejor dejar que el tiempo haga su lento pero seguro trabajo de hacer que todo se diluya  en el olvido. Aquí sabemos mucho de eso.

Eso haría cualquier gobierno, pero este gobierno, que se hace llamar progresista, deberían demostrar que son otra cosa, que antes de cualquier otra consideración, está el interés de la ciudadanía a la que se deben por encima de todo. Ahora es el momento de demostrar que no son un gobierno del montón: domado, amansado y domesticado por otros poderes, y dar un paso adelante y mostrar, aunque sea por una vez, el debido miramiento, respeto y consideración a esos millones de votantes que les han puesto donde están. Y esos millones de votantes que hemos hecho posible ese gobierno queremos saber la verdad, lo que realmente pasó en aquellos oscuros días. Pero mucho nos tememos que esa verdad no la conoceremos nunca o la conoceremos cuando ya importe poco o nada.

Dentro de unas cuantas décadas más, cuando hayan muerto todos los protagonistas de aquel infame spaguetti western y también los que lo vivieron; cuando los que en ese ese momento vivan y les importe un comino aquel lejano suceso, entonces y solo entonces, el gobierno de turno sacará a la luz toda la verdad de aquella intentona de golpe de Estado, que quedará en la memoria como un  suceso más folklórico que otra cosa donde, como dijo aquel despistado periodista sueco refiriéndose a Tejero: “un torero asalta el parlamento español”. Pensar que Pedro Sánchez y su gobierno progresista nos sigue ocultando información clave como, por ejemplo: ¿a órdenes de quién estaba no solo ese torero de opereta sino toda su grotesca y esperpéntica cuadrilla?, es algo que nos saca de quicio, porque podemos entender que lo haga un gobierno de derechas, tan aficionados ellos a los secretos y mentiras, pero en modo alguno un gobierno de izquierdas que, se supone, viene a arrojar luz sobre tanta tiniebla y a saber y hacer saber la verdad. Una verdad que, inexplicablemente, a estas alturas de siglo todavía permanece escondida bajo siete llaves. 

El gobierno de Sánchez a quien la derecha extrema y la extrema derecha, ya unidas en una misma yunta, califican de comunista, nada menos, protege, ampara y apoya a una monarquía, quién lo diría de un régimen comunista, que sigue, como si nada, con su hoja de ruta. Hace unos meses, y con motivo de su mayoría de edad, la Infanta Sofía recibió de manos de su padre, el rey Felipe VI,  la Gran Cruz de la Orden de Isabel la Católica. La distinción fue aprobada en un consejo de ministros. La Orden de Isabel la Católica reconoce méritos en el servicio a España, “lo que está más que justificado en el caso de la Infanta doña Sofía” (la frase entrecomillada es mía).

La Infanta Leonor también sigue protagonizando publirreportajes sobre su formación para ser en un futuro reina de España. Hace poco, al término de su formación naval, le fue concedida la Medalla de Oro de Galicia en un acto celebrado en Santiago de Compostela. En el acto de entrega se dijo, en el más puro estilo del NO – DO, que “este reconocimiento, otorgado por la Xunta de Galicia, destaca su formación militar en la Escuela Naval de Marín y el cariño y el respeto del pueblo gallego hacia ella. La princesa, visiblemente emocionada, ha pronunciado un discurso bilingüe, expresando su vínculo con la tierra gallega y sintiéndose “una gallega más”. La ceremonia tuvo lugar en el Palacio de Raxoi, sede de la Xunta, donde fue recibida por las autoridades encabezadas por el presidente Rueda. Y la Real Banda de Gaitas de la Diputación de Ourense interpretó el Himno del Antiguo Reino de Galicia, creando un ambiente festivo”. Y para una correcta lectura de estas líneas, y como colofón a ellas, se le pide al lector que tararee, en su cabeza o de viva voz, no se corten, la musiquilla del NO – DO.

Muchos, muchísimos, ciudadanos y ciudadanas que hicimos posible con nuestros votos que este gobierno viera la luz, también agradeceríamos que éste demostrara una vez más que no es un gobierno ahormado, tutelado, domado y domesticado, y diera otro paso al frente convocando el referéndum Monarquía o República, que lleva pendiente desde 1978 y que, recordemos, no se celebró porque las encuestas daban ganadora a la República.

Pero mucho nos tememos que el partido mayoritario en el gobierno de coalición reculará, y tanto a Pedro Sánchez como a sus ministros se les pondrán las orejas tiesas y se asustarán como las caballerías cuando oigan sonar uno de esos teléfonos que nunca hay que dejar de coger, y no solo de coger sino incluso de dejar que suene más de tres o cuatro veces, y escuchar atentamente. Al otro lado de la línea, un alto representante del poder económico, el único y verdadero poder, dirá que sí o que no a cualquier decisión importante que tenga que tomar el ejecutivo. En este asunto de la desclasificación de los documentos relativos al 23 F, han llamado para decir que ahora no conviene sacarlos a la luz. Quizás más adelante. Tenía razón el recordado Pepe Mujica cuando decía que el gobierno no tiene todo el poder, ni mucho menos. Solo tiene una parte de él. Y ésta es mucho menor de lo que la gente cree.

Un segundo antes de darle a la tecla de enviar, veo en la portada de El País, la insoportable, la espeluznante imagen de un niño palestino con parálisis cerebral convertido en un esqueleto que agoniza de hambre delante de su madre, mientras el Estado terrorista y genocida israelí tiene bloqueados a más de 6000 camiones con comida y suministros médicos de la ONU en los puestos fronterizos de Egipto y Jordania. Unos suministros que Netanyahu, el responsable de la “solución final” palestina se comprometió ante la UE a dejar pasar en este mes.

Shakespeare tenía toda la razón cuando dijo aquello de: “El infierno está vacío y todos los demonios están aquí”. La frase tiene más de 400 años pero sigue tan vigente, tan actual como si hubiera sido escrita hoy mismo.

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