Para un PIB per cápita de España tomado como índice 100, la Comunidad Valenciana tenía en 1983 un porcentaje del 103,5 %; es decir era superior a la media. Sin embargo, en 2007 era del 87,9 % respecto a la media española, y desde entonces se ha mantenido en los mismos parámetros, con una cifra que en el 2020 es del 87,7 % de la media española; es decir más de 12 puntos por debajo de la media de nuestro país. A pesar de estas cifras, la Comunidad Valenciana es la segunda comunidad autónoma peor financiada de España; solo Murcia está peor. Los valencianos reciben casi 220 euros menos por habitante de financiación ajustada que la media estatal. Como consecuencia de esto, de esta infrafinanciación endémica de la Comunidad, la deuda pública de la Generalitat Valenciana supera los 55.000 millones de euros. Se dice pronto.
¿Cómo hemos llegado hasta aquí? Sería fácil hablar de la incompetencia total y de la inutilidad manifiesta de Lerma, Zaplana, Camps, Olivas, Fabra, Puig y de sus adláteres y correveidiles. También sería fácil hablar de un empresariado más interesado en el pelotazo y en todo aquello que reflejaba Chirbes en “Crematorio” que en crear un tejido productivo digno de ese nombre y mucho menos en el Bien Común. Me temo sin embargo que es peor. Tal vez el problema sea nuestro, de los propios valencianos, pues al fin y al cabo hemos sido los que hemos elegido a estas élites tan desastrosas. Y no sólo es el meninfotisme, el mucho blablá y demás. Es que no tenemos conciencia de valencianos. Hemos tenido siempre una doble lealtad, unos mirando a Barcelona y otros mirando a Madrid, a todos menos a nosotros mismos. Nos ha faltado respeto y lealtad a nosotros mismos, a los valencianos, a la gente que vive y trabaja en la Comunidad Valenciana. Y nos ha sobrado división, no solo en lo anterior, también en el hecho, que hay que reconocerlo, de que Alicante, Valencia y Castellón viven de espaldas unas a otras, y donde el recelo puede más que la lucha por objetivos compartidos y por el bien común.
Todo esto lo hemos visto en las recientes reacciones que se han producido al acuerdo del nuevo gobierno catalán, y a la posibilidad de un concierto para Cataluña, una posibilidad irreal es cierto, pero que está ahí. Las reacciones desde la Comunidad Valenciana se han producido desde la más estricta lealtad partidista. Más allá de los llantos de cara a la galería, nadie ha dicho nada, y por supuesto no ha habido ninguna posición común de pedir conjuntamente, como sociedad civil, una nueva financiación para la Comunidad Valenciana. Es lo que tenemos. Pero no podemos seguir mucho así. Basta ya de decir, “mone a la platja i després a dinar paella, que vivim en la mitjor terra del món, que això ho paguem nosaltres”, basta ya de hacer el canelo.