Hay personas que actúan como si ellas estuviesen al margan del proceso biológico que se extiende desde el nacimiento hasta la muerte. Esas personas desprecian a quienes han alcanzado una extensa vida y hasta son capaces de proponer alguna medida encaminada a suspender la longevidad en nombre de la buena salud de la economía. Eso es lo que sugirió Cristina Legarde, la ex directora del Fondo Monetario Internacional. Otras personas tanto o más inhumanas que esta mujer apelan a otras formas de desprecio a lo que llaman viejo como si se tratara de material descartable y no de seres humanos. Se dice, y con razón, que la vejez no está en las canas ni en los años ni en las arrugas de la piel: habita en la mente. Así como hay viejos que conservan la frescura en sus ideas, hay jóvenes que mentalmente han envejecido muy temprano. Quienes sostienen que la longevidad humana es un castigo para la economía y que en nombre de ese bien supremo del egoísmo hay que tronchar la vida de los hombres y mujeres que suman muchos años, se han convertido –conscientes o inconscientemente- en los gestores de un nuevo genocidio del cual ellos mismos –si es que llegaran a viejos- serían sus víctimas.
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