Recuerdo a Pepe Rubianes y su personaje del niño malo, cantando <<soy un niño bueeeeno, muy bueeeeno>>, y nos miraba con aquella sonrisa pícara. Ay, cómo uno se da cuenta de la importancia de algo cuando ya no está... ¿se imaginan a Rubianes en esta época tan larga? Cierto es que poco tiempo le quedaría entre juicio y juicio.Parece ser que los independentistas somos malos. Es decir, que el hecho de ser independentista (que, al fin y al cabo, lo único que significa es que el gobierno de Cataluña no dependiera de España) me convierte en malo. A ojos de Casado, de Rivera y de Arrimadas y, a intervalos, de Pedro Sánchez, resulta que poco importan otros aspectos de mi vida (y de la suya, si es usted independentista): soy, somos, malos. Y violentos. Aunque no tengo muy claro que seamos malos por violentos, pues creo recordar que, antes de que decidiesen que éramos violentos, ya éramos malos.No importa, por ejemplo, que el que escribe sea pacífico. Por ejemplo, que fuera objetor de conciencia en su momento por rechazo a que me obligasen a entrar en el mundo militar (que es la institucionalización de la violencia). O que me dé grima la visión de cualquier arma, o que piense que defenderse haciendo uso de la violencia sea un último recurso desesperado y que, aun así, se deban albergar dudas sobre su justificación; todo esto no importa. Se ve que genero violencia y esta violencia generada, aunque la aplique otro, es responsabilidad es mía. Incluso si la condeno. Es igual.Se ha decidido que una ideología política (el independentismo) es violenta. Se ha decidido así porque, debido a que mi interlocutor la menosprecia y tiene suficiente poder para hacerlo, cree que solamente tengo la violencia como salida, y que no me va a quedar más remedio que ejercerla: así, con una sorprendente visión de futuro, ya me condena por ello. Como él cree que no hay más alternativas, supone que no tengo o tendré otra opción. Esto, claro, habla más de él que de mí, pero él ni siquiera se toma la molestia de escucharse.
Es curioso, que ellos gritan más, amenazan, insultan, desprecian, pero yo soy violento. Si una reivindicación de taxistas paraliza el centro de una ciudad, si rompen los cristales de un automóvil que no opina como ellos, es una violencia circunscrita a una acción (su manifestación reivindicativa) puntual. Si un iluminado que dice compartir mi ideología política lanza una piedra, me convierte a mí en violento, por mucho que yo condene ese acto, porque toda la ideología pasa a ser violenta. Y punto. Además, dejan al margen una cruda realidad: en los regímenes democráticos, uno de los precios a pagar es cierta insurrección. Difícilmente, por ejemplo, en tiempos de Franco se veían manifestaciones donde el iluminado de turno compartía su luz incendiando un contendedor de basuras. Tal vez echan de menos esa “calma”. No quiero decir, con esto, que un régimen democrático comporte una pequeña dosis de violencia, sino que el derecho a la manifestación comporta que algunos vándalos se aprovechen de ello. Hasta, a veces, la celebración de un título de futbol acaba con policías cargando y alguna botella que vuela: eso no convierte ni a su equipo de futbol en violento ni a toda su afición. Aunque todo esto, no nos engañemos, lo saben perfectamente; simplemente lo utilizan a su conveniencia.Dicen que el independentismo divide la sociedad y genera violencia. Dicen que es anacrónico establecer fronteras (pero mantienen las suyas, incluso con alambradas). No, el independentismo no divide la sociedad, simplemente hace visible un hartazgo latente y creciente durante muchos años. Sé que es una visión muy simplista, y que el trasfondo es muy complejo y personal de cada uno, pero ese hartazgo es un denominador común. También veo que, en España, la no información de lo que se iba gestando en Cataluña les hace creer que ha sido algo que ha aparecido de sopetón. Pero el hartazgo se ha ido llenando como un vaso debajo un grifo que gotea. Algunos están hartos de ser, como catalanes, el chivo expiatorio del nacionalismo español, de verse como una cosechadora de votos. Otros, están hartos de las mentiras alrededor de la lengua: no solamente hablamos el castellano la mar de bien, sino que nos hemos pasado la vida cambiando del catalán al castellano ante alguien que lleva 30 años viviendo en Cataluña y se ofende si no nos dirigimos a él en su lengua (“porque está en España”) y, además, nos puede llamar maleducados (antes) o supremacistas (ahora) si nos empecinamos en mantener el catalán. Aquél de más allá está harto de que la inversión del Estado no siga ningún tipo de proporcionalidad a los impuestos pagados, pero, si decimos algo al respecto, rápidamente somos egoístas e insolidarios. Ese otro se hartó de que la bandera catalana signifique nacionalismo y la española, patriotismo. O de que, los que congenian sin un atisbo de incomodidad en sus manifestaciones con franquistas puros y declarados, nos llamen nazis (¿a qué acabaremos llamando nazismo para regocijo de los verdaderos nazis?) mientras permiten una fundación que alaba la obra de un dictador fascista, y que los partidos que representan a medio país no quieran condenar un movimiento que propició una Guerra Civil y 40 años de dictadura.. Y podría seguir con los hartazgos más personales, aunque supongo que, ustedes, también tendrán los suyos. Hasta deben estar hartos de esos independentistas que no callan, e insisten, a ver si de una vez son verdaderamente violentos y podemos ilegalizarlos, que así estará todo solucionado.
¿Solucionado? Solucionar, ¿el qué? ¿La opinión política de una serie de individuos? Que un número importante de gente se considere sujeto político, ¿debe “solucionarse” o buscar diferentes modos de aplicación?Puedo atreverme a decir que es de carácter objetivo, todo un hecho, que la reacción del Estado y, sobre todo, de la mayoría de la sociedad española, no ha hecho renunciar a ni un (ni uno solo) independentista de su reivindicación política. Uno puede ser lo malo que ustedes quieran, pero, un servidor, continua sin querer formar parte del Estado Español (tal como es), gobierne la izquierda o la derecha. No es victimismo, es una reivindicación. En estos últimos años en que el hartazgo se ha ido extendiendo entre la población de Cataluña (pasando de un 10 o 15% a casi el 50%), el estado español, gobernado por los partidos mayoritarios de izquierda o de derecha, jamás ha hecho un gesto de inclusión, sino simplemente de imposición (por ejemplo, el Tribunal Constitucional versus el Estatut). Leo la entrevista a Zapatero en la que apela al diálogo, y que muchos dicen que sus comentarios son los de un estadista. Dice, respecto a los independentistas: <<Hay que volcar un gran esfuerzo de diálogo. Por más equivocados que estén, que lo están, y por falsas que sean sus creencias>>. Por favor, ¿este ex gobernante sabe lo que es la diferencia de opiniones, de perspectivas? ¿Realmente, en España, se piensa que es una cuestión de quién tiene la razón, la verdad suprema? Lógico que el gran estadista considere que él tiene la razón y los otros están equivocados. Pobrecitos, que no saben la verdad. Esto me hace pensar en una anécdota que explicaba William James, un pensador norteamericano más bien pragmático:
El señor James se encontró un grupo enzarzado en una disputa. <<Imagínense una ardilla viva encaramada a un lado del tronco de un árbol, mientras que por el lado opuesto está plantada una persona. Esta intenta ver la ardilla moviéndose alrededor del árbol, pero no importa lo rápido que lo haga; la ardilla corre igual de rápido en la dirección opuesta, y siempre mantiene el árbol entre ella y esa persona, así que nunca consigue verla. El problema era el siguiente: ¿Da vueltas la persona alrededor de la ardilla, o no? Indudablemente la persona da vueltas alrededor del árbol, y la ardilla está en el árbol, pero... ¿se mueve alrededor de la ardilla?>>. El señor James se encontró con que cada parte defendía obstinadamente su postura, y le pedían que dijese cuál de los dos bandos tenía razón. <<Decidir qué bando tiene razón —les dijo William James— depende de lo que entienden en la práctica por “dar vueltas alrededor” de la ardilla. Si quieren decir que pasar del norte de la ardilla al este, luego al sur, después al oeste y luego otra vez al norte, es indudable que el hombre va dando vueltas alrededor de la ardilla, pues ocupa esas posiciones sucesivas. Pero si, por el contrario, se entiende como colocarse primero frente a ella, después a su derecha, luego detrás, después a su izquierda y finalmente otra vez enfrente, está bastante claro que el hombre no da vueltas a su alrededor, pues a causa de sus movimientos la ardilla siempre conserva su panza vuelta hacia el hombre y su espalda hacia afuera. Hecha esta distinción, no existe motivo para seguir discutiendo. Pueden estar tanto en lo cierto como equivocarse, según si la expresión “dar vueltas” se toma en la práctica en uno u otro modo>>.
Un servidor no cree que tenga razón frente a un catalán unionista. Simplemente, yo tengo mis razones y él tiene las suyas. Pero esto tampoco significa que la realidad sea la misma para ambos y simplemente la vivamos desde puntos diferentes, sino que no hay una realidad: la realidad que yo vivo no tiene por qué coincidir con la realidad en la que él vive. Del mismo modo, y extremando la situación, ¿cómo va, ni siquiera, a divisar mi realidad alguien que vive en Badajoz o Salamanca si no puede ni atisbarla? ¿Si los medios que le explican el mundo ya explican solamente “una realidad”, la suya, y que es la verdadera siendo las otras falsas? Leo, a menudo, simpatizantes de Podemos, es decir, de izquierdas, que se enojan con el independentismo porque evita tocar temas “sociales” (vivienda, pobreza, desigualdad...), pero es que para muchos el hartazgo ya pasa por encima de ello, y creemos que la solución pasa por desvincularnos del estado España. Y sí, en parte es triste, y tal vez no diga mucho a favor de nosotros mismos, pero es que no es asunto de uno o dos años, sino que ahora ha estallado una acumulación que, para muchos, lleva toda una vida gestándose.La violencia jamás es un camino. O es una defensa o es una agresión, pero no un camino. Los que piensan que sí, que puede ser un medio, se convierten en agresores. La defensa preventiva es otra agresión. Un servidor, por ejemplo, está en contra de la violencia por tres razones, de las cuales me interesa, ahora, la última. En primer lugar, por una cuestión muy personal, muy íntima, que me dicta que hacer uso de la violencia es fracasar en mi propia libertad. La segunda, es que creo que por encima de todo (incluso de mis ideales políticos) el respeto por el ser humano, aunque piense lo contrario a uno, desaparece al hacer uso de ésta, y así se pierde la clave que da sentido a la sociedad. El tercero es que estoy tan convencido que tengo el derecho de defender una idea política y preguntar a mis conciudadanos si piensan igual o no que, servirse de la violencia, solamente puede desprestigiar esta idea. Y, cierto nacionalismo español, de una manera muy varonil, puede interpretar esto como una debilidad, pero me gustaría que, a base de insistencia, esa debilidad acabase siendo la suya. Y esto es lo que me parece que reclaman los políticos independentistas de no caer en la trampa de la violencia: que esta sea la debilidad del Estado y no la nuestra.
Acabaré con una anécdota, ya que empecé con Pepe Rubianes. Por trabajo, de vez en cuando colaboro con humoristas que, aparte de salir en la tele, también hacen bolos en eventos de empresa. Es un humorista catalán conocido en gran parte de España, y estamos en un evento (fuera de Cataluña). Charlamos en la previa de la actuación, poco, de minucias, pues ya está con la tensión propia de quien va a salir al escenario. Cuando sale y empieza, me sorprendo: en primer lugar, una retahíla de chistes sobre catalanes. Ya saben, lo típico, tacañería, egoísmo, etcétera (por cierto, ¿han comparado, alguna vez, lo que recauda la maratón de TV3 respecto a las maratones de las teles “nacionales”? ¿O no se lo dicen?). Bien, fue un exitazo. Cuarenta minutos de risas y aplausos. La mañana siguiente desayunamos juntos. No me pude resistir y le pregunté (la conversación fue en catalán, claro):-- Oye, ¿por qué empezaste metiéndote con los catalanes?-- Porque ya llevo muchos años y sé que es el precio.-- El precio, ¿de qué?-- De ser catalán. Si mi primer chiste es sobre un andaluz o un madrileño, se van a ofender. Así que primero he de meterme con los catalanes. A partir de ahí, ya se me permite que haga lo mismo con el resto.-- Bueno, no sé, a lo mejor es lo normal.-- Claro. Solo que a un humorista andaluz o madrileño no se le exige lo mismo.En el anterior artículo hice referencia a un comentario del alcalde de Sevilla sobre la catalanidad de Rivera (¡de Rivera!). Pues siento decirlo así, pero uno opina que es pura xenofobia. Y totalmente aceptada por la sociedad española y sus partidos mayoritarios. Casi un 50% de los catalanes estamos hartos, y, vista la reacción en España, esperen a ver de aquí a cinco o diez años. Claro, los políticos que suben al atril del congreso solamente piensan en las próximas elecciones, en ganarlas, y como sea y a costa de lo que sea. Pero el tiempo pasa y, al menos, un servidor cree que cada vez habrá más catalanes hartos de ello. La pregunta que me gustaría hacerles, es: si de aquí cinco o diez años, los independentistas somos un 65 o 70%, ¿qué nos dirán?
*** Por cierto, respecto a la ardilla de William James, siempre me he preguntado cómo dirimen si el hombre gira alrededor de ella o no... si resulta que nunca la ve.