No, Sr. Abascal. Por muy lejos que ande y por mucha testosterona que le insufle el histriónico Milei, debe contar hasta diez antes de verbalizar determinadas expresiones que, desde una torpeza política palmaria, convierten al sayón en mártir. A Sánchez no hay que aventurarle colgaduras cabeza abajo ni otros dislates de ese tenor. Lo que urge es acabar políticamente con él. Y en ese empeño hemos de afanarnos quienes, antes que cualquier otra cosa, amamos la democracia y la fuerza de la razón, valga la redundancia.
Sánchez es la penitencia impuesta por el Altísimo por los pecados, cesantías, desmanes, fariseísmos y arbitrariedades perpetradas por sus antecesores y sus respectivas cohortes de bufones a sueldo.
Sánchez, en su descenso a los infiernos, clava su piolet en grietas que otros, antes que él, horadaron en la roca. La nauseabunda politización de la Justicia, la desigualdad de los españoles ante la Ley, la desmembración del Estado y la sistémica corrupción pública y privada ya estaban cuando desembarcó Sánchez. Sí. He dicho corrupción privada pues nuestros políticos, como todos nosotros, son parte de una sociedad podrida hasta el tuétano. Al menos, en una parte demasiado holgada y poderosa.
La enumeración de los casos de corrupción de los partidos más notables del Reino de España es tan larga como corta la memoria colectiva. El desfalco del erario público, así como parte de los beneficios y/o quebrantos de empresas muy significativas, sustentados en la codicia punible y en la indignidad más detestable, de poder cuantificarse, harían llevarnos las manos a la cabeza; también a los bolsillos para protegerlos de embestidas más que probables.
Sánchez nos tiene tomada la medida. Sabe que los odios recíprocos, debida y regularmente azuzados, son más determinantes que las convicciones ideológicas y morales. No está solo. Le acompañan los suyos, para quienes el respeto a la palabra dada o a los principios éticos más elementales acaban donde empiezan jugosas retribuciones y/o compensaciones por los servicios prestados. También los otros andan cogidos de su mano. Racistas, supremacistas, nacionalistas, pedigüeños, insolidarios y asesinos recauchutados que jamás imaginaron mayor regalo del cielo, o de las tinieblas según se mire. Sánchez, como sus compañeros de viaje a ninguna parte, no acaba de entender en qué consiste esto de la democracia. Tampoco parece importarle demasiado. Se le ve altanero y chulapo en su ignorancia cósmica y en ese desprecio permanente a los fundamentos más elementales de toda sociedad civilizada.
Haré un esfuerzo pedagógico para hacerme entender. Las mayorías alcanzadas son legítimas pero no determinados acuerdo para forjarlas. Algunos de los compromisos adquiridos por las partes son inmorales y otros sencillamente ilegales. Sólo un par de ejemplos pues la explicitación de todos ellos sería ociosa para censores y apologistas de uno y otro lado.
- Todos los que, llegado el momento, voten favorablemente la Ley de Amnistía incurrirán en perjurio. Unos por sus espurios cambios de opinión y todos por haber prometido o jurado en falso el acatamiento de la Constitución como norma fundamental del Estado.
- Gracias a los socialistas navarros (al dictado de Ferraz 70), Cristina Ibarrola (de Unión del Pueblo Navarro) habrá de ceder el bastón municipal de Pamplona a Joseba Asiron, actual portavoz de EH-Bildu. Asistimos al enésimo cambio de opinión pues los candidatos socialistas prometieron en campaña que, llegado el caso, jamás votarían al eufemismo etarra. La deslealtad del PSOE no es menor pues Pamplona sería la hipotética capital de la Euskalerría soñada. El azar, en ocasiones, es muy esclarecedor pues la entronización del nuevo alcalde pamplonica será el próximo Día de los Inocentes. Como inocente, muy inocente, ha sido la Unión del Pueblo Navarro por confiar en un PSOE sin palabra y por sacrificar a dos magníficos parlamentarios nacionales: Adanero y Sayas. ¿Por qué será que me viene ahora a la memoria la decapitación política de Vidal-Quadras? El PSOE no entrará en el flamante gobierno municipal pero garantizará su estabilidad hasta el 2027. Ya lo dijo Oscar Wilde: “Cínico: un hombre que sabe el precio de todo y el valor de nada”.
Hablar en nombre de la sociedad, o de una parte de ella, no deja de ser una osadía pero hoy me he despertado licencioso. No atisben fundamentaciones sociológicas o antropológicas pues me son desconocidas. Soy un mero observador de la realidad política. Nada más. Deduzco mis propias conclusiones, acertadas o equivocadas pero libres de tamices ulteriores.
De un lado, tenemos a un conjunto de ciudadanos que se sienten y autoproclaman de izquierdas o de derechas. Votarán siempre a los suyos; es decir, a los que dicen ser, aunque no lo sean, de izquierdas o de derechas. La actitud más rebelde que puede esperarse de ellos es el voto en blanco o el absentismo democrático. Obviarán la viga en ojo propio y magnificarán la paja en el ajeno. Pierdan toda esperanza.
De otro lado, tenemos a un sector de la sociedad para quienes las convicciones ideológicas o éticas son un artículo de lujo. Andan tan menesterosos, no necesariamente por merecimiento, que optarán por quienes mejor atiendan sus más urgentes y vitales necesidades. Comprensible.
Y, por último, están los ciudadanos silentes, laboriosos y rectos que son los que, en realidad, sostienen al país. Salvan vidas, sofocan fuegos, hunden sus agrietadas manos en la tierra, limpian nuestras calles, hornean nuestro pan, educan a nuestros hijos, inventan sueños, protegen nuestra paz y, en definitiva, dan lo mejor de sí mismos. Imagino que deben estar hartos de trincheras, mentiras, amnesias, cambios de opinión y demás fermentaciones morales.
Naturalmente, hay más categorías que las expuestas pero este formato, por razones obvias, exige la brocha gorda. Creo, de veras, que hay una franja muy significativa de españoles que bascula entre el escepticismo y encrucijadas de difícil resolución. Españoles y españolas que decantan los resultados electorales para un lado u otro. En su día, apostaron por el CDS y posteriormente por el PSOE y el PP. El escepticismo antes invocado trae su casusa en sucesivos y reiterados embustes y depravaciones económicas y éticas de aquestos y esotros. Las encrucijadas, por su parte, tienen su origen en los prejuicios dogmáticos de las llamadas derechas e izquierdas. En efecto, las programaciones escritas y, lo que es más importante, las implementaciones reales de estas dos corrientes políticas tienen amputadas sus alas. Con tal de preservar sus respectivos adeenes ideológicos, parchean uno de sus ojos por lo que perciben la realidad de forma sesgada. Vayamos a lo concreto. Si opto por quienes dicen defender la patria y su unidad, también lo haré por el impuesto al sol, la congelación del salario mínimo interprofesional, la rebaja de la indemnización por rescisión unilateral del contrato de trabajo o la legalización del despido de un trabajador aun estando de baja médica. Pero si me decanto por quienes impedirían la vigencia de los ejemplos expuestos, entonces estaría avalando alianzas ignominiosas, inaceptables cordones sanitarios y la extremaunción de la patria.
Podría poner más ejemplos pero creo que se entiende la idea. “Han de elegir entre nosotros o el caos”; se nos advierte una y otra vez.
Señores; conmigo no cuenten. No renunciaré jamás a la mitad de lo que pienso y soy; ni a mi diestra ni a mi siniestra pues, de hacerlo, quedaría política y moralmente amputado. Creo en lo correcto, en lo justo, en lo posible, en lo decente, en lo que funciona. En el ejemplo y coherencia personales veo los más eficaces instrumentos de comunicación y persuasión. Creo en la palabra y en la razón como los únicos y más elevados blasones para combatir el mal. Creo en la luz y en las tinieblas. Y creo que la consciencia, en tanto heraldo de Dios, es al hombre lo que un faro a un navío. Tal vez sea mucho pedir. Mientras tanto, votaré al honrado. La honradez es mucho más que no robar. La honradez bien entendida exige coherencia entre el discurso y la forma de vida, Sólo el humilde es capaz de cambiar de opinión por razones intelectuales o racionales y ésta es otra cara de la honradez. El honrado censura los errores del adversario y aplaude sus aciertos. El honrado aprieta su propio cinturón antes que el ajeno.
Y, precisamente por todo esto, me arrepiento por no haber votado cuando pude y debí hacerlo a Don Julio Anguita González. Después de él, no he conocido político más honrado y honorable.
¿En qué narices estaba yo pensando?