Hay decisiones que se deben tomar, decisiones importantes, decisiones tan importantes como la compra de un aspirador de esos automáticos que recorren la casa solos y te dejan el suelo tan limpio que te da hasta reparo pisarlo, bueno, existen dos sentimientos encontrados uno es el de arrastrarte por el suelo y disfrutar lo cristalino que está y otro es el de quedarte en el sofá y no tocar el suelo para no dejar huellas.
Esa es la parte buena, pero cuando me regalaron el aparatito, jamás pensé que sería como tener hijos pequeños en casa, bueno, mis mellizos necesitaron menos atención que el robot, ellos nunca se comieron los cables, eso yo lo hizo la coneja que teníamos de mascota.
Supuestamente dejas el robot y te limpia toda la casa sin tú hacer nada, pues bien, mi Mónica, sí, yo le pongo nombre a todo, ¿vosotros no? Le puse Mónica a mi robot porque soy fans de la serie Friends, y Mónica me encantaba con su obsesión por la limpieza, así que mi robot quedó bautizado como Mónica.
El caso es que mi Mónica llegó a casa y fue recibida con mucha ilusión, ¡adiós cepillo! ¡Ya no tendría que barrer más! Mónica llegó como regalo de cumpleaños, es decir, en septiembre, por lo que hacía aún calor y la mesa del salón lucía muy linda y despejada sin el radiador debajo ni la ropita que se suele poner en invierno.
Todo fue genial, era mi nuevo juguetito, me pasaba el día con el mando metiéndola por todos lados. Barría, fregaba y pasaba la mopa. Era el mejor regalo que me habían hecho, además mi Mónica tenía personalidad propia, recuerdo una vez que no podía barrer debajo del patinete de mi hijo y sin titubear lo tiró al suelo a empujones para poder barrer. Era tan linda… toda redondita, plana, pequeñita y con unos rulitos que le aparecían por los lados para que no se le escapara ni una mota de polvo. Pero el tiempo pasó, y el ir detrás de ella con el mando ya me parecía tedioso, la tenía que ir guiando de habitación en habitación, quitando cables de todo tipo por el suelo para que no se los comiera, porque no sé si a vosotros os pasa, pero entre móviles, Ipad, relojes y consolas, la casa parece una central eléctrica, así que es necesario antes de poner el robot, recoger cualquier cosa que pudiera tragarse.
Pero lo peor era el salón, mis sofás están levemente inclinados hacia arriba, por lo que, cada vez que la obsesiva de la limpieza se colaba a barrer debajo, ahí se quedaba, y luego se quejaba con esos pitidos para que supieras que se había quedado atrancada y fueras en su rescate. Tuvimos que comprar para el sofá tres o cuatro tapones de esos que se ponen en las sillas para no arañar el suelo. Cada vez que veía mis bonitos sofás azules con una especie de tacones altos, prefería no mirarlos, pero no pasa nada, todo sea para que mi Mónica pudiera barrer bien.
Pues no, el problema no se solucionó a pesar de haber puesto tacones de punta fina a mis sofás, aún hoy sigue quedándose arrancada debajo, y cuando escucho los tres pitidos típicos del camión de la basura, me dan ganas de tirarla a ella. Pero un consejo, nunca pongáis nombre a vuestro robot, al humanizarlo, parece que te mira desde su soporte hasta con pena por no ser usada, así que cuando tengo tiempo la dejo que se de sus vueltas por la casa. Si, lo sé, su función era ahorrarme trabajo, pero sí que me ayuda, he ganado en celeridad a la hora de barrer, cuando barro con el cepillo de barrer, lo hago rápido para que no se entere y no se enfade ni se sienta traicionada. Bueno, a ver si le doy uso en Halloween, la arrancaré a ver si me lleva bien alto y chuleo delante de mis amigas de moderna, que ya no están de moda las escobas, y yo soy una chica moderna.