Manuel-F.-Garcia

Patrañas paranormales

06 de Diciembre de 2023
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Coronavirus

El pasado fin de semana me tragué de un tirón cuatro de los cinco episodios de que consta la nueva temporada de la serie EL OTRO LADO, estrenada con toda la pompa y lujo de medios de una producción streaming, con Berto Romero como actor principal y guionista, y Andreu Buenafuente acompañándole como pareja interpretativa. La serie, de una calidad sorprendente, es una elegante comedia paranormal que claramente parodia, por lo menos, a dos personajes reales del mundo del periodismo parapsicológico y del misterio hispano contemporáneo.

Andreu Buenafuente crea un personaje con muchos puntos en común con el psiquiatra y parapsicólogo Fernando Jiménez del Oso, mítico presentador de programas de TV como MÁS ALLÁ, o LA PUERTA DEL MISTERIO que calaron profundamente en la memoria de quienes pasamos de la infancia a la adolescencia en los setenta. Décadas más tarde, programas como CUARTO MILENIO y también HORIZONTE, recogían el testigo del periodismo de lo insólito, de la mano de Iker Jiménez, quien, aquí, más que parodiado, es satirizado de forma duramente contundente, viéndose etiquetado a lo largo de los capítulos con clichés de conspiranoico, fraude y superchería.

Esta postura hiper crítica desarrollada en el guión de la serie por parte de la pareja de “showmans”, Romero y Buenafuente, me hizo recordar que, durante la pandemia, de entre los muchos comunicadores de los medios oficialistas que atacaron con verdadera saña a quienes no comulgaban con el relato oficial del Covid, las vacunas, mascarillas, restricciones y confinamientos, Berto Romero y Andreu Buenafuente , en su programa radiofónico NADIE SABE NADA de octubre de 2021 llegaron incluso a proponer “una solución final” para quienes ellos denominaban “antivacunas y negacionistas” que consistía en someterlos a “lanzallamas, Gulag o ambos”, creando una alarma social tal, que incluso la asociación Liberum les denunció por delitos de odio. Esta asociación de abogados explicaba en su web en enero de 2022 las razones de la interposición de la denuncia:

“En un nuevo atentado contra la dignidad de las personas, los célebres humoristas profirieron amenazas como rociar con lanzallamas o deportar al Gulag a los que ellos etiquetan de antivacunas y negacionistas, y que no son sino ciudadanos que, en el ejercicio de sus derechos, han decidido libre, voluntaria y conscientemente no inocularse un novedoso producto farmacológico que se encuentra aún en fase de experimentación, como indican los laboratorios farmacéuticos que los han fabricado, y cuyos efectos a medio y largo plazo se desconocen, amén de las miles de muertes que han provocado y los centenares de miles de efectos adversos serios que han sido reportados a los sistemas de farmacovigilancia.

Llama la atención en ambos personajes de la flor y nata de la jácara cañí que ignoren no solo los derechos de autonomía del paciente, sino también que es indiferente el estado de vacunación (doble o triplemente), porque ya es un hecho proclamado a los cuatro vientos que las personas que se han sometido a la inoculación ni se inmunizan individualmente ni contribuyen a la inmunidad de grupo, por lo que pueden contagiarse y contagiar por igual que las no inoculadas.

Tal es así, que les informamos a los dos ilustres personajes de la farándula española que ya ha sido anunciado por el Ministerio de Sanidad que la Covid pasará a manejarse en breve a través de la Red de Vigilancia del Instituto Carlos III como si se tratara de la gripe”.

Es decir, que en la época en que Berto Romero y Andreu  Buenafuente se habían unido al colectivo que estaba promoviendo por los medios mayoritarios aquella campaña mediática contra las personas que ejercían su derecho a no seguir un tratamiento de inoculaciones experimentales por un lógico sentido de preservación de su salud, ya había información de sobra para no sólo desconfiar de tales productos, sino para que los supuestos “profesionales de la comunicación” contrastaran la información, habida cuenta de la cantidad de figuras relevantes de la medicina, la biología y la ciencia –varios premios Nobel entre ellos- que ya habían alzado su voz contra las inoculaciones experimentales de ARN mensajero y su más que evidente falta de eficacia y peligrosidad (Luc Montagnier, Robert Malone, Kary Mullis, Karina Acevedo Whitehouse…).

Sin embargo, a pesar de las voces de acreditados especialistas que, en nuestro país se fueron sumando a la advertencia de la ineficacia y peligrosidad de esas mal llamadas vacunas (Fernando López Mirones, Joan Ramón Laporte, Juan Gérvas, Luis Benito de Benito, Antonio Alarcos, Nadiya Popel, Manuel Jesús Rodríguez, Natalia Prego, Teresa Forcades, Ángeles Maestro…), la postura oficial trasladada a los voceros mediáticos oficialistas fue la de sostenella y no enmendalla, persistiendo e incluso incrementando su ataque difamatorio contra todas estas figuras expertas, no dudando en tacharlas de negacionistas  e incluso censurándolas o apartándoles de sus puestos de trabajo en algunos casos.

A mediados de 2022 se proclama a los cuatro vientos del ámbito de la política y las agencias de comunicación una afirmación triunfalista, definitiva, incuestionable; prácticamente una declaración de fe que aseguraba la salvación total, absoluta: LAS VACUNAS COVID HAN SALVADO MÁS DE 14 MILLONES DE VIDAS.

Esta información procedía de un estudio del Profesor Oliver Watson, y realizado por un equipo compuesto por especialistas como Gregory Barnsley, Jaspreet Toro, Alexandra Hogan, Peter Winskill y Ara Ghani. Se publicó en The Lancet en junio de 2022. Era un estudio financiado por la OMS, y por la Alianza para la Vacunación (GAVI), entidad “filantrópica” de Bill y Melinda Gates.

Es decir, un estudio realizado por entidades privadas, sometidas a un fuerte control de la Big Pharma. Mucha gente cree que la Organización Mundial de la Salud es algo así como un organismo oficial internacional, pero desde los años ochenta, su financiación depende en su mayor parte de fundaciones estrechamente relacionadas con los intereses de la industria farmacéutica.
Razones para no aceptar a la primera y sin revisar ese estudio, por tanto, había de sobra.

Bea Talegón publicó en Diario16+ hace unos días, en una reseña de su programa GRUPO DE CONTROL una nueva edición de INFORME ROBIN, en el que, junto con su compañero Carlos Sánchez realizó un riguroso análisis sobre este tema, en el que destacaba:

“[…]se hace un estudio de los datos de más de 180 países. Concretamente, se analizan las cifras de exceso de mortalidad durante la pandemia, y basándose en un modelo matemático, se relacionan con la eficacia de las vacunas. En este estudio se llega a la conclusión, según los autores de que las vacunas contra el Covid-19 han salvado entre 14 y 19 millones de vidas.

Sin embargo, hay expertos que no comparten las conclusiones del citado estudio. Y para ello, han desarrollado otros[…]. Sus conclusiones son diametralmente opuestas, puesto que , lejos de apuntar a las vacunas contra el covid-19 como «salvavidas» sostienen en base a sus cálculos que existe causalidad entre estas inoculaciones y el exceso de muerte que se registra a nivel mundial desde su aparición. Los dos estudios que se presentan hoy aquí, abordan, por un lado, la refutación del trabajo dirigido por Watson, y en segundo lugar, la correlación de los datos de exceso de mortalidad con la aparición de las inoculaciones. Las conclusiones de este último trabajo apuntan a que se podría vincular el exceso de muertes de 17 millones de personas a la toxicidad de estas vacunas”  (https://diario16plus.com/las-vacunas-contra-el-covid-han-salvado-14-millones-de-vidas-o-han-podido-generar-17-millones-de-muertes-analizamos-los-informes-publicados/).

En el artículo está el enlace al programa íntegro Grupo de Control, y el Informe Robin que detalla minuciosamente todas las pruebas que demuestran, por decirlo de forma políticamente correcta, las incorrecciones  del estudio de Watson. Y es que, por un lado, Denis Rancourt y Joseph Hickey analizaron y revisaron de forma rigurosa el estudio triunfalista financiado por la OMS y la GAVI, entre otros, no sólo refutando la afirmación de que las vacunas habían salvado 14 millones de vidas, sino mostrando una correlación evidente entre las campañas de vacunaciones contra el Covid y unos 17 millones de muertes relacionadas con ellas.

Pero es que, por otro lado, Baudin y Mercier realizaban otro estudio al que se acabaron sumando Rancourt y Hickey para analizar los datos específicos sobre la mortalidad asociada a  la vacuna Covid en el hemisferio sur, llegando a la conclusión, tal como indica Talegón, que los gobiernos deberían poner fin de inmediato a la política de priorización de inoculación a las personas mayores (Bea redactó un artículo actualizado y resumido para El Nacional titulado PARA TENER EN CUENTA).

En este país, durante la epidemia de gripe española de hace un siglo, desde los estamentos médicos oficiales se promovió la creencia supersticiosa y sin base médica alguna de llevar un escapulario con bolitas de alcanfor al cuello para protegerse del  virus, y se obligó a la población también en aquella ocasión a llevar mascarilla (ahora sabemos, gracias a cuatro estudios Cochrane revisados que la mascarilla no protege de virus del tipo Covid). Los ciudadanos de hace un siglo, en una España con grandes cuota de analfabetismo y poco acceso a los medios de información, dejaron por sí mismos de hacer uso de esas patrañas promovidas oficialmente.

Sin embargo, hoy en día, en pleno siglo XXI, con acceso a medios alternativos para contrastar la información, todavía se ven algunas personas de todas las edades en el transporte público con mascarillas ineficaces y perjudiciales, todavía se les insiste, en campañas oficiales, de la necesidad de vacunar no sólo a ancianos, sino a adultos, jóvenes y niños de Covid, gripe y virus sincitial (enfermedades todas ellas leves y que no precisan vacunación alguna, tal como acreditan voces expertas –y honestas- del ámbito médico).

Pero supuestos “expertos” nos ha hecho creer en patrañas paranormales como la existencia de un virus mágico que atacaba a las personas en un restaurante justo en el momento en que se levantaban para ir al baño, pero no mientras estaban sentadas, o que atacaban en diferentes franjas del día dependiendo de la comunidad autónoma, o que atacaban a las parejas justo cuando se sentaban juntos en el coche, pero no en su casa, o que las mascarillas podían parar a un virus más pequeño incluso que una sola onda de luz de una linterna que podía atravesar la tela, o que las PCR’s tenían valor de prueba diagnóstica, cuando era de dominio público que fallaban más que una escopeta de feria (entre otras cosas porque su propio inventor ya lo denunció).

En este país, médicos y sanitarios hacían creer a la población en supercherías pseudocientíficas como inoculaciones génicas “de eficacia y seguridad comprobada”, bajo el supuesto de que la zoonosis (la transmisión entre personas de un virus que habría sido contagiado por contacto con animales como murciélagos o pangolines –algo muy difícil de darse en la realidad con virus naturales y no alterados artificialmente por medio de técnicas como la de ganancia de función-) era algo común y corriente; médicos y sanitarios obligaban a usar mascarillas cuando, por el conocimiento inherente a su profesión, y por el cumplimiento del principio PRIMUN NON NOCERE, ya sabían que eran ineficaces y peligrosas.

Tanto médicos y sanitarios que coaccionaban, como comunicadores que incitaban al odio, tenían la información suficiente para contrastar en su mismo ámbito; sólo tenían que consultar a las personas de su misma profesión que opinaban en contra de la versión oficial, con datos sólidos y verificables.

Si, tanto médicos y sanitarios que coaccionaban, como comunicadores que incitaban al odio lo hicieron conociendo la información, fueron unos corruptos. Si lo hicieron sin conocerla, fueron unos ineptos.

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