Pederastia en la Iglesia: «Mi vida ya me la jodieron, y por más que intenté denunciar, mi caso ya ha prescrito»

09 de Abril de 2021
Actualizado el 02 de julio de 2024
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«Me llamo Jordi, tengo 53 años y aún tengo pesadillas por las noches cuando recuerdo los abusos sexuales de mi infancia». Así comienza la petición de apoyo a la campaña iniciada por Miguel Hurtado, otra víctima de pederastia, en la que reclama que el Congreso de los Diputados, en la actual tramitación del anteproyecto de Ley Orgánica Integral contra la Violencia Infantil, la prescripción empiece a contar a partir de la víctima cumpla los 40 años, algo que evitaría que muchos de los casos de abusos sexuales a menores prescriban y que el pederasta salga impune de sus crímenes.

El Gobierno propone inicialmente, según se indica en la campaña, que el plazo de prescripción empiece a contar a partir de que la víctima cumpla los 30 años. «Creemos que esa medida se queda corta, es muy poco ambiciosa», afirma Jordi. PP, Ciudadanos, Compromís, BNG y JuntsxCat han presentado enmiendas para que, precisamente, el plazo de prescripción comience a contar una vez que la víctima cumpla los 40 años.

«Mi vida ya me la jodieron, y por más que intenté denunciar, mi caso ya ha prescrito. Llevo cumpliendo cuarenta años de condena por un crimen que no cometí, mientras que mi violador no pisará ni un solo día la cárcel, ya que la ley penal no se puede aplicar de forma retroactiva. Solo quiero que lo que yo he pasado no le vuelva a suceder a ningún niño en España. Que, si en el futuro un niño es abusado por un depredador sexual, no le salga gratis ni se vaya de rositas. Que estos delincuentes sepan que, en España, quien abusa de un crío, tarde o temprano acaba en prisión. Solo tenemos un par de meses para obligar al gobierno a rectificar, para que se ponga de nuestro lado, de las víctimas, los débiles e indefensos y no de nuestros verdugos», afirma Jordi de la Mata en su petición.

«Me pegaba con una regla en el culo y luego me lo acariciaba»

El infierno de Jordi empezó cuando sólo tenía 11 años. Casi no podía ver a su padre porque que se mataba a trabajar para pagarle los estudios y a sus dos hermanos en una de las mejores escuelas de Barcelona: el colegio jesuita Sant Ignasi de Barcelona. Jordi era un niño muy revoltoso y cuando se portaba mal le mandaban al despacho del director, «que me pegaba con una regla en el culo y luego me lo acariciaba. Así empezaron los tocamientos de quien era un pederasta en serie, el hermano jesuita y profesor Lluís To. Cuando se lo conté a un profesor del colegio, en vez de ayudarme, me dio un bofetón para que me callará», afirma Jordi.

Era una verdadera omertá, la ley del silencio, a pesar de que en el colegio era un secreto a voces lo que el padre To hacía a los menores. Los niños, señala Jordi, le llamaban «el Padre Tocón». «Abusó de más de una docena de niños durante los años que estuvo en el centro. Hasta que los Jesuitas decidieron mandarlo a Bolivia, tras una condena judicial por pederastia», señala con cierto tono de resignación.

Desgraciadamente el padre To no fue el único religioso pederasta que le robó la infancia a Jordi. Cuando ya era un adolescente, otro de los profesores, el padre Pere Sala se hizo muy amigo de su familia. Le abrieron las puertas de su hogar y lo agradeció abusando de él y de su hermano. «Fue él quien nos enseñó nuestra primera película porno. Quien venía a casa, para llevarnos de camping, y así poder abusar de nosotros, lejos de miradas incómodas. Quien después de habernos violado, sin ningún remordimiento de conciencia, tenía el descaro de dar la misa como si nada hubiera sucedido. Como si fuera un hombre de Dios», señala De la Mata.

Sin embargo, hubo un punto de inflexión hace dos años en el que se abrió una especie de caja de pandora en su cerebro, cuando vio el documental Examen de conciencia, en el que Miguel Hurtado cuenta su experiencia como niño abusado en la Abadía de Montserrat. Fue entonces cuando pensó que esa historia del documental era la suya propia porque contaba el mismo método en que el pederasta se acercó a él, poco a poco, las acampadas, el engatusamiento, etc. Era una orden religiosa distinta, pero el infierno y la pesadilla eran las mismas.

Dos días después de ver el documental se plantó en una comisaría de los Mossos d’Esquadra. Sin embargo, aunque mi agresor reconoció los hechos, el delito de pederastia ya había prescrito. También le tumbaron la denuncia contra los Jesuitas por encubrimiento, a pesar de que tenían grabada la confesión que me hizo por teléfono el responsable del centro.

«En un ejercicio de lavado de cara, los Jesuitas han sacado recientemente un informe "de transparencia". Dicen que tras años de investigación, han encontrado a 81 víctimas de abusos sexuales cometidos por jesuitas durante el último siglo en toda España. Yo solo, un don nadie, sin ayuda ni recursos, en un mes ya había encontrado más de 30 sólo en mi colegio. No denuncio públicamente porque busque una indemnización económica. Su sucio dinero no me va a devolver la infancia que me destrozaron. Mi vida ya me la han jodido. Caí en las drogas para anestesiar mi dolor. Mi padre se suicidó al conocer lo que me sucedió. Han destruido a mi familia. Lo único que quiero es que nadie más pase por el infierno en vida que he pasado. Por el que ha pasado Miguel. Por el que han pasado tantos niños y niñas de nuestro país», termina Jordi de la Mata, quien anima en su petición que se siga apoyando la campaña de Miguel Ángel Hurtado en Change.org para recoger las firmas suficientes y entregarlas en el Congreso de los Diputados. Mientras se escribe esta crónica, ya habían firmado más de 560.000 personas. Aún faltan 440.000 para alcanzar el millón.  

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