Albert Rivera también quiere ponerse la vacuna antes que nadie

21 de Enero de 2021
Actualizado el 02 de julio de 2024
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Albert Rivera

La mayoría de las veces lo mejor que puede hacer un político es quedarse quieto y callado. Sobre todo callado. Por utilizar el símil futbolero (que no nos gusta pero nos viene al pelo), si el mejor árbitro es el que pasa desapercibido en medio de un partido, el mejor político es el que gestiona la res publica sin que se note que lo está haciendo. Desde ese punto de vista, la invisibilidad es la mejor cualidad de un gobernante. Por extensión, si tal como dijo Pascal todas las desgracias del ser humano derivan del hecho de que no puede quedarse en su casa, todas las miserias de un país son consecuencia de que hay políticos que se meten donde no les llaman. O dicho de otro modo: la mayoría de los dirigentes de hoy se han convertido en parte del problema y no de la solución.

Viene todo este circunloquio a cuento del último tuit de Albert Rivera, que considera que los políticos deberían vacunarse primero para dar ejemplo a la población. Concretamente, el hombre que llegó en pelotas a la política y se fue también con una mano delante y otra detrás, ha sentenciado proféticamente: “Después de nuestros mayores, enfermos crónicos, sanitarios y resto de servidores públicos, deberían vacunarse nuestros gobernantes y legisladores. Darían ejemplo ante la población y tendríamos a los dirigentes del país inmunes para estar disponibles 24 horas y 365 días en la pandemia”.

La frase tiene su miga después del escándalo perpetrado por ese consejero de Salud murciano felizmente dimitido que tras saltarse el protocolo de vacunación se colocó, por sus santas narices, el primero en la cola cuando no le correspondía. Y no solo eso, sino que inmunizó por el morro a 400 altos cargos y funcionarios, colaboradores y afines, inventando así el nepotismo sanitario. Un gesto cobarde e indecente desde el punto ético y político −quizá también penalmente reprobable, aunque será la Justicia quien concluya si hubo chanchullo y trato de favor− que dice muy poco en favor de quien lo llevó a cabo y que abre un complejo debate (el de los privilegios que conlleva el poder) sobre el que podríamos estar discutiendo durante días, probablemente años. Como no disponemos de ese tiempo ni del espacio necesario (una columna da para lo que da y conviene no aburrir al lector) la primera pregunta que debemos hacernos es, lógicamente, qué riesgo corre un gobernante para tener el derecho a recibir el chute milagroso de Pfizer o de Moderna antes que otros sufridos ciudadanos que sí están en primera línea diaria de combate contra el coronavirus y que por consiguiente soportan mayor probabilidad de contagio. La respuesta debe ser necesariamente que ninguno. Un político es alguien que vive encerrado en su despacho como jaula de oro y que suele pisar la calle poco o nada, o sea que a menudo pierde el contacto con la realidad y con el pueblo, sufriendo eso que algunos expertos en psicología clínica han dado en llamar “el síndrome de la Moncloa”. Por tanto, el propio confinamiento voluntario de los políticos es el mejor antídoto contra la plaga vírica y si conseguimos que se queden en sus oficinas sin inaugurar parques y pantanos, sin dar mítines absurdos o propagandísticas ruedas de prensa todos ganamos en salud y en tranquilidad.

Y luego se plantea un segundo dilema, como es el hecho de que hay profesiones fundamentales y estratégicas para que una sociedad pueda seguir funcionando con normalidad, como son los trabajadores de la medicina y la enfermería, los bomberos, los panaderos, los barrenderos, los fruteros, los camioneros y en ese plan. Que no se nos enfade nadie, pero es imposible citarlos a todos (ya hemos dicho antes que una columna tiene sus dimensiones y no podemos estar aquí todo el día citando artes y oficios). Por tanto, queda claro que los políticos no figuran en ese ejército de preciadas hormiguitas obreras sin las cuales un país primero se paraliza y después se va al garete. O dicho de otro modo: si un político no pone su estúpido tuit de cada mañana (como acostumbra a hacer el bueno y ocioso de Albert dándonos la brasa de madrugada) no pasa nada, pero si el pan no llega a donde tiene que llegar, o sea a los barrios y a los hogares, estalla una revolución que ni la del Capitolio yanqui. Toda la civilización entera se sustenta en una horneada y aromática barra de pan.  

Sin embargo, el ex presidente de Ciudadanos cree que su casta (él todavía se ve en activo aunque haya tenido que recoger los bártulos y marcharse tras conducir a su partido al descalabro) tiene derecho a remangarse antes que nadie para que le inyecten la vacuna en vena. Lo cual viene a demostrar su elitismo insaciable y por qué fracasó en política: por soberbia, por considerarse imprescindible, por creerse una especie de líder supremo o dios adorado por las masas.

Rivera es un pobre mortal como todo hijo de vecino, pero él, como exlíder que nunca termina de retirarse a tiempo, como retórico subido a su pedestal, considera que sin ellos, sin él, el mundo se acaba. Como no podía ser de otra manera, el mensaje de Rivera ha incendiado las redes sociales, donde el pueblo exige que los políticos se bajen el sueldo; se reduzca a la mitad los cargos públicos; se eliminen asesores y chiringuitos; se ahorre en coches oficiales; y pidan perdón al pueblo español por el espectáculo denigrante que están dando en esta pandemia.

Lamentablemente, en un tiempo como el que nos ha tocado vivir en el que los valores y los principios éticos y morales se han derrumbado estrepitosamente por influencia de la nueva religión del dinero y la cultura del odio, los políticos tuitean demasiado. Es el caso de este chico Albert que por un momento parecía que se iba de la política aunque por lo visto no. Al menos Felipe González y Aznar llegaron a presidentes y por eso ahora que ya están retirados se permiten dar charlas y conferencias sesudas sobre esto y lo otro, sobre aquello y lo de más allá, o sea que viven de rentas y dan el pego como personajes históricos que todavía tienen algo que decir. Quedan bien como maravillosos jarrones chinos. Sin embargo Rivera, que nunca llegó a nada, no da ni para una porcelana de todo a cien. Albert, chato, majo, espera tu turno en la cola, que las vacunas son para quienes se las trabajan.   

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