Más allá de los titulares, las crónicas y los grandes análisis, la primera jornada de la moción de censura impulsada por Vox nos deja escenas curiosas, cotilleos interesantes que recogeremos en esta columna. Todo es política y lo que ocurre fuera de campo, entre bambalinas o bajo la tramoya a veces es más significativo que los discursos de los oradores. Ahí van algunos datos sobre lo que no les contarán en otros medios.
LA CASPA DE RAMÓN TAMAMES. Cuando el eminente profesor estaba en plena forma, es decir, cuando era joven, allá por la Prehistoria de la Transición, había televisión analógica en blanco y negro que no captaba los detalles. Hoy, en la mayoría de hogares españoles hay tecnología digital, Smart TV, high definition, y cualquier mínimo matiz es captado por las cámaras. Es el caso de la caspa del interpuesto candidato, que dio muy mala imagen. Vale que Tamames es un señor mayor, pero él presume de coqueto, de vestir casual, dandi y a veces algo daliniano o surrealista. Su chaleco de lana y su corbata rosa iban a juego con su ideología decimonónica, pero la caspa fue totalmente improcedente. Ningún hombre que aspira a gobernar un país puede lucir caspa como si fuese confeti navideño porque la escama dice mucho de la forma de ejercer el poder. La caspa revela dejadez, pereza, abandono y desidia. Un presidente, y el señor Tamames aspira a serlo, puede soportarlo todo, mociones de censura, movilizaciones constantes en la calle, huelgas y hasta golpes de Estado. Pero a lo que no puede sobrevivir es a un alud de caspa sobre sus hombros. Uno puede ser casposo, incluso ultra, pero nunca debe parecerlo.
LA AUTOSUFICIENCIA DE SÁNCHEZ. Estuvo bien el presidente, pero en algunos momentos las cámaras ultrapotentes de hoy en día lo cazaron en algunos tics que denotan cierto cesarismo o autosuficiencia. Una moción de censura, aunque sea una patochada de la extrema derecha, es algo muy serio y el censurado debe estar presente de principio a fin. No vale asistir por la mañana al plato fuerte, el cara a cara con Abascal, y ausentarse por la tarde, cuando llega el turno de las minorías. La imagen de su escaño vacío dio una sensación de absentismo y claudicación que no le beneficia ahora que la oposición quiere colgarle el cartel de autócrata. Tome nota, señor Sánchez, o de seguir por ese camino terminará como Rajoy: con un bolso ocupando su asiento.
ABASCAL VA DE DANDI. El líder de Vox quiso hacerse el ingenioso demasiadas veces, como cuando soltó ese chiste malo sobre un hipotético Pedro Sánchez transformándose en “señora” en el Registro Civil tras cambiarse de sexo. No tuvo ni pizca de gracia, no solo porque despidió un fuerte tufo machirulo, sino porque se notó mucho que la broma era forzada y había que meterla en el debate con calzador y como fuese. Cuando Abascal se pone en plan cómico lo estropea todavía más si cabe. Un ultra de verdad, un españolazo que se viste por los pies, no tiene sentido del humor ni bromea nunca. Su papel es meter miedo a los españoles, mucho miedo, en plan fiero falangista, y no puede hacer al mismo tiempo de Franco y de Gila. O una cosa o la otra.
LA RAZÓN DE JOAN BALDOVÍ. Chapó para el portavoz de Compromísen el Congreso. El hombre se agarró un cabreo monumental, y con toda la razón, cuando Abascal afeó a algunos diputados su vestimenta inapropiada en las sesiones de la Cámara Baja. “¿No creen que sería conveniente vestirse correctamente y no faltar al decoro? No digo que alquilen un esmoquin como a las fiestas del cine o para el Ramsés. Hagan el favor de observar a los ujieres, a los policías, que vienen dignamente uniformados y vestidos. Algunos de los que hablan en esta cámara tienen unas formas que son una mezcla entre una taberna y una casa okupa”, dijo el dirigente ultra. La respuesta del bueno de Baldoví estuvo a la altura: “Prefiero ir en mangas de camisa y trabajar por recuperar derechos y libertades, que ir con traje, corbata y pulsera y hacer de mamporrero de los poderosos. Molta corbata i molta poca vergonya”, aseguró. Y es cierto. El traje no hace al hombre, más bien al contrario, generalmente es un disfraz que disimula su auténtica naturaleza y condición. Cuando llegó el turno del siempre sarcástico Rufián, subió a la tribuna y puso las cosas en su sitio: “Lo primero de todo señor Abascal, ¿voy bien? ¿Le parece bien? Recordarle que Marcelino Camacho llevaba jersey y Rodrigo Rato corbata. De hecho, Tejero también llevaba corbata cuando entró por aquí, así que no depende mucho la indumentaria de lo que sea cada cual”, le espetó al jefe ultraderechista. A ambos solo les faltó decir que otros van cambiando constantemente de chaqueta, como el propio Tamames, y no por ello son mejores personas. Por cierto, el estilo apretado de Abascal, que es como un jugador de rugby con tres tallas menos y a punto de reventar en cualquier momento, es poco original, anticuado y escasamente innovador. Él, cuando se mira al espejo, probablemente vea a George Clooney en sus buenos tiempos, un icono del estilismo, o sea, pero no. Bien por Baldoví y Rufián, bien por la necesaria rebeldía contra la dictadura de la moda (y la otra).
LA ESPANTADA DE FEIJÓO. El jefe de la oposición ni estuvo ni se le esperaba, ni siquiera entre el público invitado. Tampoco comentó la moción de censura. Se limitó a guardar un ominoso silencio para no estropear los gobiernos regionales bifachitos. El gallego se escaquea cada vez que tiene que hablar de Vox, un partido al que paga un peaje en diferido, como muy bien dijo Sánchez. Feijóo es consciente de que en buena medida la moción de censura iba dirigida contra él como una OPA hostil en la que está en juego la hegemonía de la derecha española. Cualquier día le dan el sorpasso y ni está en las Cortes. O lo pillan en su pueblo observando el apareamiento de los conejos. Como un rural más.