El término “guerra civil europea” forma parte de una corriente historiográfica que entiende el período comprendido entre las dos conflagraciones mundiales (causantes de más de cien millones de muertos) como parte de un mismo conflicto, un único suceso con continuidad y causas comunes. Uno de los historiadores que parecer estar de acuerdo con ese análisis es Paul Preston, quien ha llegado a asegurar que “la consecuencia colectiva fue que, entre 1914 y 1945, las energías de Europa se consumieron en una larga guerra intermitente cuyos costes económicos y humanos originarían un desplazamiento de la preeminencia mundial desde los grandes imperios europeos hacia Estados Unidos y la Unión Soviética”. Una “larga guerra intermitente”, dice el gran hispanista británico, que llega a definir nuestra contienda entre españoles como un “episodio en una más grande guerra civil europea que finalizó en 1945”.
No son pocos los autores que mantienen esta tesis, como J. M. Roberts, quien, en Una historia de Europa, afirma que “la guerra civil europea acabó con la dominación de Europa sobre el mundo”. Y en términos similares se pronuncia José Luis Comellas, que lo dice todo con el título de una de sus obras más conocidas: La guerra civil europea (1914-1945). Es cierto que cada autor fija un período distinto para explicar el fenómeno. Así, mientras unos datan el inicio en la refriega española, otros van más allá hasta abarcar la guerra franco-prusiana de 1870 (incluso la Revolución rusa) y hay quienes extienden el arco incluyendo la Guerra Fría hasta la caída del Muro de Berlín en 1989. Son matices temporales importantes, pero lo realmente interesante es entender la idea de que los europeos, de una forma o de otra, siempre hemos estado matándonos fratricidamente.
Este enfoque historiográfico considera a Europa como una gran familia mal avenida donde las diferentes casas o ramas han estado a la gresca secularmente. Una familia con un tronco común: la cultura clásica griega, más la influencia del Imperio Romano y las posteriores raíces cristianas. Todo ello amalgamado hacia un proyecto casi utópico: el de un Estado en constante formación, pero frustrado. Ese espíritu siempre embrionario explicaría las tentaciones totalitarias de quienes en el pasado trataron de dominar Europa para tenerla bajo su yugo, como el imperio español de Carlos I y Felipe II, el francés de Napoleón y el Tercer Reich de Hitler, entre otros.
Tras la Segunda Guerra Mundial, una serie de élites políticas, económicas y financieras, cansadas de esa guerra civil constante y permanente, decidieron dar el paso hacia la construcción de un embrión de Estado centralizado. De esa manera, pensaron, se acabaron las guerras y las ansias supremacistas de unas familias sobre otras en la lucha por el control de ese imperio invisible y fragmentario que nos habían legado los romanos. Con el Tratado de 1957 se puso en valor lo que unía a Europa, el espíritu europeo, y se aparcaron las rencillas y diferencias. En realidad, fue un artificio, un truco diseñado alrededor del dinero, ya que la unidad política y jurídica jamás se ha conseguido. Pero extrañamente, teniendo en cuenta los antecedentes de sangre y odio entre países, el invento funcionó, ya que el viejo continente ha conocido el mayor período de paz y prosperidad de toda su historia.
Si tomamos como cierta la tesis de la “guerra civil europea” (sus detractores no están de acuerdo bajo el argumento de que una guerra civil no puede traspasar las fronteras de una sola nación), lo que ocurrió en 1945 no sería más que el intento de dos superpotencias como Estados Unidos y Rusia de que ningún país se alzara con la victoria. Partiendo la exhausta Europa en dos bloques, amputándola y repartiéndose sus últimos restos, norteamericanos y soviéticos se aseguraban su debilidad, instaurando un mundo imperialista bipolar, el de la coca cola y el vodka. Esa voluntad de dominio hegemónico es la que promueven Trump y Putin, a quienes la UE les estorba en sus planes expansionistas. El primer paso hacia el retorno al pasado nacionalista y colonial propio del siglo XX (incluso del XIX en algunos aspectos) es volver a destruir Europa desde dentro, imponiendo regímenes satélites fácilmente controlables. El sueño de la coalición Trumputin es una Europa otra vez en guerra civil, una Europa desangrada, que da muchos dólares y rublos. Ese plan siniestro se confirma cuando echamos un vistazo a los nuevos movimientos ultras y euroescépticos que brotan como setas en todo el viejo continente. Partidos como Hermanos de Italia, el Partido del Brexit en Reino Unido, AfD en Alemania (este abiertamente neonazi) y Vox en España, entre otros, son caballos de Troya que la autocracia rusa (con el aval de la Casa Blanca trumpizada) ya han sido infiltrados en el corazón de Europa. El objetivo: generar movimientos antisistema, insurreccionales, que poco a poco vayan corroyendo las instituciones comunitarias y el espíritu de unidad. En esas esta Viktor Orbán, gran topo putinista en Bruselas.
Trump es un experto en el golpe de Estado, ya lo demostró con el asalto al Capitolio del 6 de enero de 2021, y ese es el modelo de revolución que están exportando Washington y Moscú, ambos en comandita y con planes y objetivos comunes. Trumputin trabaja ya como un solo ente para ver cómo la rebelión reaccionaria fragua con asaltos similares, quizá contra el Palacio del Eliseo de París, contra el Bundestag alemán o las Cortes españolas. Todo ese movimiento MAGA (MEGA en versión europea) está siendo financiado por los tecnobros trumpistas capitaneados por Elon Musk con la colaboración de los piratas informáticos del Kremlin, expertos en la guerra híbrida, antesala de la guerra de siempre. USA y Rusia tensan las costuras de una Europa cada vez más desunida, frágil y fragmentada (Macron pide enviar tropas a Ucrania, Meloni se niega). Una Europa condenada al conflicto bélico, ya que los movimientos golpistas para acabar con el Estado de derecho podrían tener su contestación de las fuerzas democráticas. Lo que están haciendo los dos amos del mundo (con el permiso de China) es aplicar el viejo lema del divide y vencerás y de paso financiar un ejército de quintacolumnistas dentro de las sociedades de la UE. Una mecha que puede prender en otra guerra civil europea.