Avanza la campaña electoral en Madrid con escasas propuestas para los ciudadanos y mucho ruido y mucha furia. En las últimas horas la batalla entre derechas e izquierdas se ha centrado, tal como era de prever, en los impuestos. Isabel Díaz Ayuso se siente a gusto en ese debate, ya que uno de los ejes centrales del populismo trumpista que practica es el mantra de que los madrileños soportan una excesiva carga fiscal. En realidad, lo que hace la lideresa castiza es poner en el frontispicio de su campaña electoral uno de los fetiches que en el pasado hicieron ganar elecciones al PP, pero que no deja de ser una inmensa falacia. El bulo consistente en que el sanchismo cose a impuestos a los españoles es rotundamente falso, entre otras cosas porque la carga impositiva en España sigue estando siete puntos por debajo de la media de los países europeos.
Los españoles pagamos menos impuestos que los alemanes, los franceses o los suecos y en buena medida ahí está la causa de nuestra gran tragedia como país, ya que sin una recaudación potente y redistributiva es imposible, por mucho que diga IDA, construir un Estado de bienestar fuerte y sólido. Pero la mentira va calando y seduciendo al votante mientras que el drama de la pandemia no ha servido para hacer entender a los madrileños que necesitamos mejores servicios públicos, una ciencia potente, unas ayudas sociales consolidadas. Lejos de construir esa realidad sensata, la presidenta castiza ha aprovechado la plaga para ir desmantelando lo poco que quedaba ya de Estado de bienestar.
De nada han servido las protestas de médicos y enfermeras, que vienen alertando de que la Atención Primaria está bajo mínimos, la Salud Mental sencillamente no existe (el famoso vete al médico con el que las derechas despacharon a ÍñigoErrejón cuando denunció la situación crítica es la prueba más evidente) y las UCI de los hospitales se encuentran al borde del colapso. Ese es el oasis de libertad que pretende construir IDA. Una Yanquilandia de la Meseta ibérica donde el ciudadano que tiene dinero puede costearse un médico de calidad y el que viene de clase humilde está condenado a quedarse con su reuma, su caries o su catarata porque las listas de espera se eternizan ad infinitum.
Breaking Bad, la magnífica serie norteamericana creada y producida por Vince Gilligan, refleja a la perfección las consecuencias nefastas de un sistema de salud privatizado que obliga a Walter White (un profesor de química con problemas económicos a quien le diagnostican un cáncer de pulmón incurable) a meterse en el mundo de la droga y a cometer toda clase de delitos para costearse el tratamiento con quimioterapia, asegurarando además el futuro de su familia. Eso es justo lo que pretende hacer Díaz Ayuso en Madrid, fracturar la sociedad en dos, construir una pirámide de castas formada por ricos y parias a los que pronto no les quedará otra salida que ponerse a cocinar y vender metanfetamina para poder pagarse un médico.
La lideresa conduce a su pueblo no a una España dentro de otra España, como ella dice en sus disquisiciones orteguianas de medio pelo, sino a un Estados Unidos ultracapitalista dentro de una España arruinada donde lo que prima es el dumping fiscal y la iniciativa privada mientras lo público (sanidad, educación y transporte) se abandona a su suerte. Es el sálvese quién pueda, la ley de la jungla, la aniquilación total de todo tipo de Estado intervencionista, que en poco tiempo quedará reducido a la nada, tal como ya ha ocurrido en el USA post-Trump.
Indudablemente, en apenas un año Madrid ha pasado del coronavirus al “coronayuso”, una plaga neoliberal que promete dejar anémicas las arcas públicas, de modo que en breve veremos madrileños barriendo calles y recogiendo basuras ante la falta de infraestructuras públicas municipales. El pasado invierno ya tuvimos un adelanto, cuando tras el nevazo histórico el alcalde Martínez Almeida invitó a los vecinos de la ciudad a tirar de pala porque no había máquinas quitanieves suficientes para achicar el alud. Cualquier economista medianamente serio sabe que a menos impuestos menos servicios públicos, pero esa gran verdad la está ocultando IDA bajo el apasionante eslogan de “comunismo o libertad”.
Y ante la inmensa falacia de que es posible que el Metro, la Complutense y el Hospital La Paz sigan funcionando como siempre sin que nadie pague impuestos, ¿cómo reacciona la izquierda, cómo están enfrentando los partidos progresistas semejante paparrucha o falsedad que ocasiona un grave daño a las instituciones democráticas? El candidato socialista, Ángel Gabilondo, lejos de ofrecer unos servicios públicos de calidad mediante el cobro de unos tributos proporcionados (un planteamiento que está en la esencia misma de la socialdemocracia) ha sacado su lado más tibio y aguarchirle y se ha apresurado a prometer a los madrileños que no piensa subir las tasas y contribuciones urbanas. Al sosocrático filósofo del PSOE madrileño solo le ha faltado hincarse de rodillas ante las cámaras de Telemadrid, gimoteando, para rogar encarecidamente a sus paisanos que le crean cuando dice que no piensa tocar los impuestos. Ciertamente penoso.
Para un político siempre es mejor perder unas elecciones e irse a su casa que tener que claudicar de las propias ideas. Con semejante discurso derechizante da la impresión de que Gabilondo juega en el mismo equipo de Ayuso, tal es su renuncia a los principios económicos elementales de un partido de izquierdas. Al catedrático le ha destrozado la campaña, desde dentro, la ministra Montero, que posee arrestos andaluces suficientes para salir a la palestra, desautorizar al melifluo profesor y anunciar una reforma fiscal en toda regla con el fin de gravar a las rentas más altas y grandes empresas, de tal forma que el Estado pueda recaudar más dinero cada año. Sin duda, ha sido todo un tirón de orejas antológico de Pedro Sánchez, al que no le ha debido gustar el mensaje de campaña que lanzaba su apocado y tímido candidato por Madrid.
Una vez más, le guste o no al establishment socialista, han tenido que ser otros los que tomen la iniciativa. La siempre ingeniosa Mónica García, lugarteniente de Errejón, recuerda que Madrid no puede ser “la región de apadrina un millonario” (luminoso eslogan), mientras Pablo Iglesias vuelve a decir las cosas como hay que decirlas, sin subterfugios dialécticos, coartadas electorales o medias tintas. “La derecha quiere atrincherarse en Madrid para que sea el paraíso mundial libre de impuestos para los ricos”, concluye. Tal cual. No se puede explicar más con menos palabras. Sin duda, el Iglesias activista cumple mejor su papel que el Iglesias vicepresidente del Gobierno.