Han pasado ya varios días y todavía resuena el discurso entre apocalíptico y cursi de Dolors Montserrat en el Parlamento Europeo. La portavoz popular en la Eurocámara (recordemos su cargo porque en Génova la tienen aparcada en el cementerio de Bruselas y ya nadie se acuerda de ella) hizo un encendido alegato contra la amnistía que Sánchez prepara para los encausados del procés en la mejor tradición de la poesía nacionalista romántica rebosante de decimonónico Sturm und Drang(tormenta e ímpetu, para quienes no cursaron estudios en la EGB). Su discurso “Escucha Europa” –una inflamada y mala copia de la Oda a Espanya del poeta Joan Maragall–, con el que la eurodiputada popular pretendía despertar la conciencia mundial ante el supuesto golpe de Estado y la instauración de una dictadura sanchista en nuestro país, no surtió el efecto que ella deseaba. Bastaba con ver la gran cantidad de escaños vacíos para entender que esa performance propagandística puesta en marcha por las derechas ibéricas no le interesaba a nadie. La función teatral, el sainetillo, la zarzuela española de gira por Bruselas, no tuvo éxito en taquilla.
Hasta el Comisario de Justicia, Didier Reynders, el gran valedor del supuesto movimiento contra el bolivarianismo socialista impulsado por el PP, se tomó la sesión como un trámite rutinario y le puso poco énfasis e ilusión a la cosa. El preboste europeo se limitó a decir que la amnistía “sigue siendo una cuestión interna de España”, aunque estudiará la ley de cerca, una afirmación que, sin duda, dejó fría a la parroquia popular y ultra. Entendida en su auténtica dimensión y leyendo entre líneas, la declaración de Reynders viene a decir algo así como dejen ya de molestarme con esta matraca de la amnistía, que tengo otros problemas más urgentes en la agenda y España no es el ombligo del mundo, tal como ustedes creen.
En el PP, y también en Vox, han entrado en una fase delirante en la que han terminado por creerse sus propias mentiras, entre ellas que aquí se ha producido un gravísimo golpe de Estado. Es esa especie de fiebre que asalta a la derecha española carpetovetónica, taurina y montaraz cada cuarenta años desde los tiempos de Fernando VII, pero que los conservadores europeos no terminan de entender muy bien. Los civilizados políticos del viejo continente, mucho más templados y racionales, no tan viscerales ni exaltados, se preocupan cuando Feijóo y Abascal les llegan angustiados e histéricos con noticias alarmantes de la Península Ibérica. Sin embargo, cuando conectan el televisor para ver qué dice la CNN (estos ven la CNN, no El cascabel al gato de Trece TV) y comprueban que no hay tanques ni militares desfilando por Madrid, que los españoles siguen con sus vidas como siempre –unos en sus trabajos con normalidad, otros paseando al perro tranquilamente o solazándose en las terrazas de la libertad de Ayuso–, se rascan el cogote, se miran sorprendidos unos a otros y se preguntan: ¿pero dónde demonios está ese golpe de Estado del que nos hablan? Entonces sopesan si lo que está ocurriendo en nuestro país es tan grave como para levantar el teléfono, alertar a Washington y movilizar a la OTAN con el fin de que defienda la democracia en España. Y concluyen que, de momento, no hay necesidad de meterse en ese berenjenal por una tontería.
Partido Popular y Vox están instalados en una realidad paralela. A fuerza de forzar la construcción del mito del malvado dictador Sánchez, han terminado por tragarse su propia fábula. El problema es que mientras ellos viven en la España del 36, con falangistas destrozando las casas del pueblo, con mucho odio al demonio republicano y pidiendo a gritos que intervenga el Ejército cuanto antes para restaurar el orden y la ley, más allá de los Pirineos no les compran la absurda película distópica y entienden que no es para tanto.
A esta hora, ya se puede decir que el esperpento montado en la Eurocámara por los patriotas hispanos (tiene bemoles llamar patriota a alguien que va por ahí fuera deformando la imagen de su país por un puñado de votos) ha fracasado estrepitosamente. A buen seguro, lo que quedará después de la batalla fallida de Bruselas será una nueva pataleta de las derechas gamberras trumpizadas, que ya han empezado a cuestionar la legitimidad de las instituciones europeas, tal como hacen cuando pierden unas elecciones en España. Esta gente no tiene remedio y si no les dan la razón hacen trizas la baraja, ya sea la Constitución o el Tratado de Roma.
El PP está cayendo en un ridículo espantoso a nivel mundial. Su intento de internacionalizar su causa no es más que un nuevo “procés” solo que a la inversa. Mientras que Carles Puigdemont y los suyos buscaban independizarse de España, ellos, por este camino asilvestrado que solo conduce a la extrema derecha, van a terminar por separarse de la democracia. De hecho, el sobreactuado discurso que la poetisa Dolors soltó en el vacío hemiciclo europeo apenas pudo distinguirse del que presentó Vox. En su intervención, Jorge Buxadé se quejó amargamente de que en Bruselas “prima la ideología por encima del derecho, prima la ideología por encima de la norma”. Y recordó que en su grupo parlamentario (lo mejor de cada casa en cuestión de movimientos xenófobos y machistas) están cansados de invocar “la aplicación del tratado que se incumple permanentemente”. El mismo mensaje antisistema, rupturista y euroescéptico que mantuvo el Partido Popular Europeo cuando llegó a acusar a la UE de “partidista” y de hacer “campaña por Sánchez” con el tema de Doñana. Puede que aquí, en nuestro país, el franquismo esté al alza en las urnas y en las calles del Madrid ayusista. Pero en Europa nadie siente esa extraña admiración por un dictador (este sí de los de verdad) que está muerto y enterrado desde el siglo pasado.