Pablo Casado ha contratado al bufete de abogados de Albert Rivera para recurrir la ley del alquiler aprobada por el Parlament de Cataluña el pasado mes de septiembre. De todos los despachos que hay en Madrid y Barcelona, y los hay de gran prestigio nacional e internacional, el nuevo Cánovas del Castillo de la derecha española ha tenido que fijarse precisamente en el que trabaja el que fuese su más encarnizado rival político, su mayor crítico y detractor, la bestia parda que pretendía darle el sorpasso al PP. ¿De qué va todo este asunto? ¿Qué demonios está pasando aquí? No hace falta ser un avezado analista de la actualidad para entender que detrás de este contrato mercantil entre abogado y cliente hay más, mucho más, quizá una operación política de gran calado, un acercamiento entre el PP casadista y el sector duro y trumpista de Ciudadanos. Es decir, atrayendo hacia sí al que fuera gran símbolo del españolismo catalán, Casado está consumando una de sus habituales jugarretas políticas, en este caso contra el partido de Inés Arrimadas, que ve con preocupación el movimiento en la sombra. El tiro de los populares está bien pegado y puede surtir efecto.
Es más que probable que el máximo dirigente de Génova 13 esté pensando en dinamitar Ciudadanos desde dentro. El partido naranja ha protagonizado un público acercamiento al Gobierno central en los últimos meses de pandemia. No solo ha prestado su apoyo a Sánchez para que pudiera sacar adelante sus sucesivas prórrogas del estado alarma (mientras el PP se oponía sistemáticamente), sino que además se ha mostrado dispuesto a dialogar con Moncloa en la aprobación de los Presupuestos Generales del Estado, unas cuentas públicas que deben servir para la reconstrucción de nuestro país duramente azotado por el coronavirus y como aval de estabilidad para que Bruselas autorice finalmente la transferencia de los 140.000 millones en ayudas europeas. Esa tímida alianza de bambalinas entre Sánchez y Arrimadas (que dicho sea de paso no es bien vista ni por Unidas Podemos ni por Esquerra Republicana de Cataluña) le quita el sueño a Casado.
Tras su ruptura con Santiago Abascal en el último debate de moción de censura impulsado por Vox, quedó clara la estrategia del líder del PP a corto plazo: desmarcarse del discurso ultraderechista, mostrarse como un gran estadista de la derecha moderada y acumular votos por el centro, que es donde al final se ganan las elecciones. Por eso Ciudadanos estorba, por eso el partido de Arrimadas se ha convertido en una piedra en el camino que es preciso pulverizar cuanto antes. Y por eso Casado ha empezado su tarea de derribo y demolición del espacio naranja. Es ahí donde mejor se contextualiza la contratación de Rivera como abogado de cabecera del PP en su ofensiva contra la ley de vivienda de la Generalitat de Cataluña.
Rivera, por supuesto, no le hace ascos al plan casadista. Es bien sabido que el hombre que en su día ganó las elecciones en Cataluña y no supo qué hacer con la victoria tuvo que salir por la puerta de atrás de la política española tras su debacle electoral del 10N. Aquel papel de furibundo antisanchista y látigo del “socialcomunismo separatista y etarra” no cuajó entre el electorado español. Su intentona fracasó, en buena medida porque competir con la marca original del ultraderechismo patrio, o sea Vox, no era una buena idea. En su obsesión por descabalgar a Pedro Sánchez tras colocarle un absurdo y enloquecido cordón sanitario, el propio Rivera terminó cayéndose del caballo, y se vio obligado a dimitir dejando un partido desorientado y dividido. Fue entonces cuando el líder de Ciudadanos fichó por el despacho de abogados y se metió a gurú de Youtube, canal en el que anda promocionando sus ideas fracasadas.
Durante todo este tiempo, Inés Arrimadas ha tratado de reconstruir el proyecto entre las ruinas, pero de momento no lo ha conseguido. Su trabajo ha sido más que digno, teniendo en cuenta que Cs es una mezcolanza de muchas cosas, una aguachirle o cóctel que combina unas gotas de españolismo rancio y cañí con otras de liberalismo utópico, impostada moderación y elitismo reaccionario tuitero y pop. Carne de cañón para el tiburón Casado, que ha puesto rumbo a toda velocidad en su deseo de marginar a Vox por la derecha y liquidar a Ciudadanos por la izquierda.
Sin duda, la última maniobra del sucesor de Rajoy, recurrir al bufete de abogados Martínez-Echevarría & Rivera para impugnar la ley de arrendamiento catalana, es todo un misil en la línea de flotación de Arrimadas. La normativa autonómica obliga a congelar los precios de los alquileres en las zonas más tensionadas de sesenta ciudades catalanas con más de 20.000 habitantes, una historia jugosa para los montajes de Casado, que ya habla de comunismo, de políticas chavistas y de pesadilla orwelliana (por lo visto el presidente del PP acaba de descubrir 1984, un libro que se lee en el parvulario, y no para de dar la matraca con el Gran Hermano, el Ministerio de la Verdad y otras zarandajas plagiadas de la obra). Sin embargo, el fichajazo de Rivera es una jugada inteligente, eso es de ley reconocerlo, y los movimientos telúricos en Ciudadanos no se harán esperar. La alianza llevará a algunos barones del partido naranja a alinearse con los postulados más duros del PP, rechazando cualquier tipo de acercamiento al Gobierno Sánchez y apostando por una coalición entre ambas fuerzas políticas, cuando no por una fagocitación definitiva, que a fin de cuentas es lo que va persiguiendo Casado para aumentar el granero de votos por el centro y obligar al Ejecutivo de coalición a pactar con los independentistas (el escenario soñado por el licenciado máster en Harvard-Aravaca). Habrá nuevas deserciones, luchas intestinas, una amenaza de implosión en Cs. Las alarmas han saltado. Rivera vuelve a la política y no es una buena noticia para Arrimadas.