Nada más producirse el reconocimiento del Estado palestino por parte de España, el presidente de Vox, Santiago Abascal, cogió un avión y se plantó en Jerusalén para darle la mano al monstruo Netanyahu. No habían pasado ni cuarenta y ocho horas de la última matanza en Rafah, de modo que la sangre de las víctimas estaba aún caliente. El líder ultra español elogió la “firmeza” de Israel tras la agresión de Hamás (en realidad estaba elogiando un genocidio) y prometió que si él llega a ser presidente algún día revocará los decretos sanchistas, volviendo a dejar a los palestinos sin Estado. ¿Puede haber alguien que dé más vergüenza ajena?
Abascal ha hecho evolucionar el nuevo fascismo posmoderno español desde la tradicional posición franquista antisionista (recuérdese cuando el dictador, desde el balcón de la Plaza de Oriente, acusaba a los judíos de todos los males de la patria, aquello de la conspiración judeomasónica) hacia un alineamiento sin fisuras con el régimen hebreo. O sea, una evolución etílica, lisérgica, estupefaciente. Pero más allá de la pirueta ideológica, la foto de la infamia en la que el dirigente voxista decide mancharse las manos con la sangre de 35.000 personas (15.000 de ellas niños), le acompañará para siempre. En los días previos al encuentro, el partido de extrema derecha fue preparando ese horror de instantánea negando el número de muertos provocados por los crímenes de Israel. Son expertos en manipular cifras, ya lo hacen con maestría cuando hablan del terrorismo machista o de los delitos cometidos por los menas. Buxadé y los suyos acusaron al Gobierno Sánchez de dar cobertura a los datos difundidos por Hamás, otra infamia más, ya que esa información la proporciona la agencia de la ONU para los refugiados palestinos (UNRWA) y sirve de apoyo documental al proceso abierto por la Corte Penal Internacional para sentar en el banquillo a Netanyahu y sus secuaces por crímenes de lesa humanidad.
Obviamente, todo eso le da igual a Santi el bulero, una máquina de soltar embustes conspiracionistas. Antaño sus ancestros ideológicos negaron el holocausto judío, colocándose de lado de los nazis; hoy él niega otro holocausto igual de atroz, el palestino, estrechando la mano del asesino. Así es el fascismo en cualquier época y en diferentes formas, siempre negando la verdad, siempre construyendo realidades paralelas, siempre en el lado siniestro de la historia. Lo extraño de todo esto es que Netanyahu, un hombre que podrá ser un criminal de guerra pero que de tonto no tiene un pelo, le haya comprado el discurso al vasco. El primer ministro hebreo debería saber que ese señor de afilada perilla, mirada ladina y pecho palomo es heredero político de un régimen, el franquista, que se entendía a las mil maravillas con el Tercer Reich. No ha debido caer en la cuenta el mataniños de Gaza (o quizá sí, pero hace la vista gorda, como cuando lanza un misil contra un campamento de refugiados) de que el emisario ibérico de Vox es un ferviente admirador del Generalísimo, aliado de aquellos arios del pasado que convertían a los judíos en jabón de baño.
En 1940, Franco se reunió con Hitler en la estación de Hendaya; hoy Netanyahu se reúne con el sucesor de aquel totalitarismo racista del pasado. Una foto que no deja de ser chocante, por mucho que los tiempos hayan cambiado y nada sea como antes. La política mundial ha entrado en un momento irracional, surrealista, en el que todo puede ser posible, como ver a un supuesto dirigente hebreo abrazándose al nieto político de aquel que en el pasado suministró carne humana republicana para los hornos de Mauthausen. Pero, dejando aparte las contradicciones de un ultra como Netanyahu que ya solo vive para su propia supervivencia, mirando para otro lado y olvidándose de los seis millones de compatriotas exterminados por el Tercer Reich, cabe preguntarse cómo puede ser que un tipo que se llama a sí mismo patriota español pueda desplazarse miles de kilómetros para darle la mano a otro que ha amenazado mafiosamente a su país. ¿Acaso no puede calificarse eso como alta traición?
En efecto, después del reconocimiento del Estado palestino impulsado por Sánchez, Israel ha puesto a los españoles en el punto de mira con esa frase lapidaria propia de un pasaje del Antiguo Testamento: “Haremos daño a quienes nos hagan daño”. El Gobierno de Madrid ha repetido, por activa y por pasiva, que considera a Israel un Estado amigo y que tras la declaración oficial propalestina no tiene por qué producirse ningún cambio en las relaciones bilaterales, políticas o comerciales, entre ambas naciones. Pese a todo, Abascal toma un avión y consuma la mayor felonía que ha visto la historia contemporánea de este país: darle amistosamente la mano al genocida, al matón global, que en cuanto pueda nos enviará al Mosad para ajustarnos las cuentas por habernos salido del redil yanqui-israelí.
Estamos sin duda ante el delirio propio de un pobre hombre con aires de grandeza obsesionado con salir en el telediario de las tres a cualquier precio. Un patriota de opereta que encima se tira el nardo de que todo lo hace por defender la soberanía de España. Mentira. Un patriota de bien, un patriota de verdad hecho y derecho, no este caricato, no este aprendiz de dictadorzuelo, habría aparcado su odio antisanchista por un rato para decirle al fanfarrón sionista que puede meterse sus bravuconadas por donde le quepan, por un ojo o por otro, o por el talión, o por el Talmud, nos dan exactamente igual las supercherías religiosas de un Estado teocrático de ideología medieval. Un devoto de la rojigualda, un leal a la patria que se viste por los pies (como dicen ellos con su lenguaje cipotudo y macho), le hubiese dicho a este sujeto que un español no se arrodilla ante nada ni ante nadie, desde luego no ante Pedro Sánchez, pero tampoco ante un carnicero de tres al cuarto que ni siquiera tiene habilidad o don natural para el exterminio masivo porque sacrifica como un vulgar matarife tembloroso, torpe y sin carné.
El Gran Wyoming se lo ha explicado meridianamente claro al líder ultra supuestamente español: “Hay fotos vergonzosas, y luego esta que se ha hecho el señor Abascal”. Y además le recomienda que pose con otros “personajes de esa calaña”, como Darth Vader, el conde Drácula o Voldemort. También ha estado brillante Rufián, que ha tirado de retranca: “Con tal de no trabajar, Abascal se apunta a un bombardeo. Nunca mejor dicho”. Castizo, quevedesco, brillante. No nos cansaremos de repetirlo: qué pena que sea indepe.