El rey emérito, más que vivir, vegeta en su choza de lujo de la isla de Nurai, Abu Dabi, bajo temperaturas de 45 grados centígrados que por momentos parecen 53 por aquello de la sensación térmica. Lo cuenta la periodista Pilar Eyre en su blog de Lecturas, donde también narra las últimas experiencias vitales del patriarca de la Transición, quien por lo visto tiene el ánimo “por los suelos”. Está tan hasta la corona y la coronilla de los calores del lugar que ya baraja redimir sus pecados pidiendo disculpas a los españoles por su mal comportamiento de los últimos años. Dicen que se ha arrepentido de aquel arrogante “¿explicaciones de qué?” con el que obsequió a una periodista en su última visita a Galicia. Cualquier cosa con tal de salir de su cárcel de dunas y rayos ultravioleta como barrotes de hierro. Así es el sol abrasador de Oriente, un martillo pilón capaz de derretir los sesos y de doblegar la voluntad de los más obstinados.
Juan Carlos, en su exilio o retiro de placer, según se mire, debe sentirse como aquel Lawrence de Arabia que en uno de sus viajes a través del desierto llegó a decir: “Aunque me mandaran al lado oscuro de la luna como castigo, no estaría más aislado”. Para ciertos hombres, nada está escrito si ellos no lo escriben, sentenció en cierta ocasión el gran escritor y militar británico. Durante cuarenta años de proceloso reinado, eso fue lo que hizo el rey emérito: redactar el futuro del país. Como todo estaba por escribir en la España posfranquista, él se dedicó a novelar la historia con sus capítulos más gloriosos –la definitiva victoria contra Tejero y sus golpistas, la modernización del país, las Olimpíadas del 92 (de las que ahora se cumplen 30 años), la Expo y el ingreso en Europa– pero también los episodios más turbios y oscuros que han terminado por revolverse contra él hasta arrastrarlo a una lujosa penitenciaria árabe, esa cárcel de oro donde Casa Real y Pedro Sánchez lo han aparcado sin compasión. A Don Juan Carlos la historia le ha reservado un infierno ardiente en el que pagar por sus pecados políticos y económicos, el terrible averno de Abu Dabi repleto de jeques como diablos blancos, traficantes de armas, espías de Putin y la CIA y un enjambre de yihadistas dispuestos a todo en cualquier momento. Un lugar que, por mucho lujerío que rezume, puede volver loco a cualquiera con su asfixiante Lorenzo de verano.
Los hoteles de lujo y piscinas rebosantes de champán pestilente, petrodólares y corrupción por los que se mueve Juan Carlos ya no le hacen feliz al viejo monarca, que sueña con el aire puro y bravío de Sanxenxo. Él quería regresar, quedarse en las acogedoras tierras de Pontevedra, entre regatas y mariscadas ya para siempre, pero Felipe lo llamó a capítulo y le leyó la cartilla en Zarzuela. La bronca entre reyes terminó cuando el hijo le reprochó al padre el obsceno show que había montado, la impúdica proyección mediática propia de un dictador bananero otoñal, el inoportuno baño de masas, el destrozo que ocasionó a la institución monárquica y el cabreo de los socialistas, que al fin y al cabo son quienes sustentan la dinastía borbónica. Felipe VI se puso serio y le dijo al padre aquello de “te hablo como jefe de Estado y no como hijo” y ahí se acabó la discusión. Punto pelota. Juan Carlos tuvo que subir al jet privado y con las mismas otra vez a barrer el desierto. La siempre bien informada Pilar Eyre relata que el severo correctivo que le propinaron en palacio ha tenido consecuencias “nefastas y brutales”, tanto que el emérito hoy se encuentra “moralmente hundido”. Españoles, pueblo de insatisfechos desagradecidos que encumbra reyes para luego devorarlos.
La habitación de 11.000 euros de vellón la noche no se la puede permitir cualquiera, pero a buen seguro que él la cambiaría con los ojos cerrados por el cuarto más pequeño de invitados de la casa en la playa de su fiel amigo Pedro Campos. O por el refrescante porche del Palacio de Marivent envuelto en el aroma de pinos y limoneros, hoy ocupado por la reina Sofía y su hermana Irene. ¿Quién le mandaría a él meterse a nuevo rico internacional? Con lo bien que se está en Mallorca en agosto y tener que quedarse todo el día encerrado entre cuatro paredes bajo el aparato de aire acondicionado. En los Emiratos Árabes no hay un dios que salga a pasear por la calle sin que le dé una insolación. Lo que en España nos parece una achicharrante ola de calor cordobés en Abu Dabi es una brisilla refrescante. El horno insoportable del cambio climático que le obliga a uno a quedarse en casa, solo, aburrido y viendo en bucle los documentales de Al Jazeera sobre mahometanos peregrinando a La Meca.
Hoy Su Majestad cae en la cuenta de que los 65 millones de dólares de Corinna no valían nada comparados con un paseo en barco por las rías gallegas, al atardecer, mientras un marinero de cubierta hace sonar el acordeón. Ahora comprueba que una cuenta en Suiza era una fruslería al lado de un buen albariño junto a los acantilados gallegos. Lo tuvo todo y ya no tiene nada, salvo la deshonra y la soledad. Por cierto, ha llegado carta de la High Court londinense. Otra vez la rubia. Al final va a tener que presentarse ante los señores de las pelucas blancas. Shit.