El socialismo a la carta de Pedro Sánchez

05 de Junio de 2024
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Sanchez Begoña

Pedro Sánchez le ha cogido el gustillo al género epistolar. Si su primera carta abierta a la ciudadanía pudo tener un cierto sentido (por el momento propicio elegido, por el propio contenido del mensaje y por el impacto en la opinión pública), esta segunda misiva empieza a resultar reiterativa. Feijóo, siempre tan reduccionista, la ha definido como “pamplinas” y “una nueva dosis de melodrama”, términos demasiado simplistas que no resumen el complejo fenómeno sociológico al que estamos asistiendo. Hay mucha tramoya y mucho que analizar detrás de esta operación política aparentemente naíf, y no se puede despachar de una forma tan rudimentaria. Caliéntese un poco la cabeza, señor Feijóo, que hay vida más allá de Begoña Gómez y del Que te vote Txapote.

Es preciso ser un genio para dominar un género tan difícil como el epistolar. O se maneja el mecanismo de relojería o se corre el riesgo de aburrir al personal. Fueron los escribas egipcios (como en tantas cosas) los padres del invento. Más tarde, los griegos clásicos elevaron la carta a la categoría de obra maestra, pero no vemos nosotros a Sánchez como el nuevo Platón de la política (mayormente porque hace tiempo que se olvidó de la utopía de la República). Ya en la Edad Media, la Iglesia católica, siempre atenta a las nuevas modas –que se lo pregunten si no a las monjas cismáticas de Belorado que lo están petando en Instagram– empleó la misiva como poderosa arma de persuasión colectiva.

Las epístolas pedristas de hoy recuerdan en buena medida a las viejas cartas paulinas de aquel acorralado primer cristianismo que se sentía perseguido por el fascismo neroniano de la época. Y no solo en la forma (el tono de invocación a la grey para sacudir conciencias), también en el fondo, ya que el socialismo sanchista de hoy ha devenido en una suerte de ideas filosóficas desesperadas, especulaciones, catequesis política, cuestiones de fe, debates bizantinos con Emiliano El Grande, reglas de convivencia y polémicas varias (mayormente judiciales y personales). A uno las cartas que más le ponen son las de Séneca, un perfecto manual para convertirse en el mejor de los estoicos, alcanzar la virtud y gozar de la felicidad en este valle de lágrimas. Conceptos de libertad e igualdad ya aparecen en esos textos redactados dos mil años antes de Sánchez, que no ha inventado nada. “No hay viento favorable para el que no sabe dónde va”. Supere ese aforismo premonitorio, señor presidente.

Si la primera Carta de Pedro a los corintios socialistas fue un revulsivo para las bases en un momento especialmente delicado (en plena ofensiva franquista en los tribunales), esta segunda se antoja repetitiva, cansina, y podría llegar a causar el efecto contrario al deseado: provocar un cierto hartazgo en el votante progresista, desenganchándolo y desmovilizándolo a las puertas de las europeas. Nunca segundas partes fueron buenas y esta no iba a ser una excepción. De hecho, la primera entrega ya adolecía de una cierta falta de calidad literaria (eso lo advertimos en esta misma columna), aunque tenía una clara inspiración becqueriana y Bécquer siempre vende. Así que la maniobra de Moncloa no salió mal del todo. Las confesiones sentimentales del presidente del Gobierno (más su amago de arrojar la toalla), conectó con el gusto posmoderno de la época.

La historia del galán atormentado de culebrón turco funcionó, así que la maniobra pudo tener su eficacia, no solo entre las jubiladas adictas a Tierra amarga, sino también entre las élites más intelectuales de la izquierda, que quisieron ver un acierto mediático en el arrebato de sinceridad emocional del hombre poderoso descendido del púlpito para convertirse en carne mortal, en polvo político, más polvo enamorado. Las encuestas de los días siguientes, en las que el PSOE recuperó posiciones hasta rozar el empate técnico con el PP, demostraron que aquella parrafada desde las tripas había conectado con el votante progresista. El melodrama surtió efecto, no se sabe muy bien cómo ni por qué, pero el caso es que caló como esa película que llega por primera vez a las carteleras y revienta las taquillas cuando lo normal es que pase con más pena que gloria. En política, los caminos del éxito transitan siempre bajo el sol del azar.

Sin embargo, dos cucharadas, dos cartitas (esta en tono más enfadado y enojado que nunca, con veladas acusaciones contra los jueces) empiezan a indigestarse. El zafio montaje ultraderechista que denuncia Sánchez existe, cómo no va a existir, seríamos unos ingenuos si no lo viéramos, pero arremeter contra un poder del Estado como la Justicia es un mal negocio. Todo apunta a que la misiva ha sido cosa de él, de su puño y letra, sin pasar antes por el filtro de los asesores monclovitas. Lo cual revelaría que el presidente del Gobierno se mueve ya de forma soberana y autónoma, sin la red de los consejeros y jugándose la canasta de tres del último segundo a todo o nada. ¿Una huida hacia adelante? Puede. Pero en todo caso, queda claro que nadie en Moncloa sabe lo que está pensando el presidente ni cuál va a ser su próximo movimiento táctico. Y en esa improvisación, en esa política jazz, vive el líder socialista. Hasta ahora, la campaña no le está yendo mal al PSOE, que está recogiendo voto útil –y aterrorizado por el auge del nazismo de nuevo cuño– de todas partes, de Sumar, de Podemos, de Esquerra y hasta del centroderecha moderado horrorizado con los pactos con Vox. Si esta segunda carta abierta a la ciudadanía ha ayudado a esa dinámica electoral al alza y a que cale el mensaje –frenar a la extrema derecha europea empeñada en destruir el Estado de bienestar–, lo sabremos el domingo cuando se abran las urnas. Pero a día de hoy, nadie puede asegurar que la izquierda vaya a salvar los muebles ni con cien cartas entusiastas.

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