Netanyahu ha prometido no parar de luchar hasta derrotar a Hamás y lograr la “victoria total”. El líder judío se salta todas las resoluciones de la ONU y condenas mundiales mientras sigue consumando el genocidio del pueblo palestino en directo y en prime time. En apenas cien días de invasión ya ha asesinado a más de 25.000 gazatíes (más del ochenta por ciento niños y mujeres) y la cifra sigue subiendo. Habría que remontarse a la Segunda Guerra Mundial para encontrar una maquinaria de matar tan engrasada, rápida y brutal como la que ha puesto en marcha Israel. Es evidente que hay material más que suficiente para llevar a Netanyahu ante la Corte Internacional de Justicia, tal como pretende hacer Sudáfrica, de ahí que el dirigente judío se haya atrincherado en su despacho de Tel Aviv sin querer saber nada de negociaciones de ningún tipo. La paz lo lleva inevitablemente al banquillo de los acusados por criminal de guerra, como ya ocurrió con los jerarcas nazis en los procesos de Núremberg. Paradojas del destino.
Ante ese panorama, en las últimas horas la Unión Europa ha reactivado sus esfuerzos para lograr un alto el fuego. Un plan de paz del que, una y otra vez, y sistemáticamente, se mofa el presidente hebreo. Hoy mismo, el ministro de Exteriores español, José Manuel Albares, ha avanzado más datos reveladores sobre cuáles son las intenciones de la UE. Unas negociaciones que van encaminadas hacia un único propósito principal: lograr la adhesión de todos los socios del club comunitario al reconocimiento de un Estado palestino libre e independiente. “No es una bella idea filosófica, es el objetivo central que es buscar la paz”, asegura Albares.
Desde que en 1988 la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) proclamara su independencia en Argel, numerosos países se han ido sumando a esta causa. En apenas dos meses tras la histórica declaración, 80 estados reconocían el nuevo ente soberano. Más tarde, llegaron los Acuerdos de Oslo, en los que Israel y la OLP pactaron que la Autoridad Nacional Palestina se encargara de la gobernanza de los territorios en conflicto como una especie de administración interina de autogobierno. Aquel avance crucial tenía que ser el primer paso hacia el objetivo final, pero no fue así, ya que Israel siguió manteniendo el control político y militar, de facto, en toda la zona.
Durante décadas, la lista de países que reconocen el Estado palestino no ha hecho más que engordar y está engrosada por 139 de los 193 miembros que componen la Asamblea General de Naciones Unidas. Antes, la ONU ya había otorgado a Palestina el estatus de “estado observador no miembro” , una decisión que se adoptó por una mayoría aplastante de 138 votos a favor y 9 en contra, con 41 abstenciones. Solo Israel y un reducido puñado de países (entre los que se encuentra Estados Unidos) se ha opuesto a seguir avanzando en la Solución de los Dos Estados, la única manera de librar a Oriente Medio de un cáncer que amenaza con extenderse y provocar un conflicto a escala mundial. En los últimos meses el problema palestino ha alcanzado cotas de máxima tensión con dos bloques o coaliciones enfrentadas: a un lado Israel y Estados Unidos, que cuentan con el visto bueno de Arabia Saudí y Emiratos Árabes; al otro Hamás (la guerrilla palestina) y Hezbolá (el grupo insurgente de Líbano), que reciben apoyo militar y financiación de otros regímenes del área como Irán, Irak, Siria y Catar. Lógicamente, allá donde estén los norteamericanos tendrán en su contra a la Rusia de Putin y a China, ambos embarcados en una especie de nueva guerra fría contra Occidente por la hegemonía mundial. La implicación directa de las superpotencias da una idea de la magnitud que puede alcanzar un conflicto ya extendido por toda la franja africana mediterránea (téngase en cuenta la enemistad de Argelia con Israel tras los acuerdos sobre el Sáhara entre el reino de Marruecos y la Administración Trump). Por último, hay estados que se debaten en una posición delicada como Egipto o Jordania, que se ven obligados a hacer malabarismos diplomáticos, ya que mientras reclaman el Estado palestino independiente rechazan acoger a los miles de refugiados gazatíes que huyen de las bombas.
El tablero diplomático y militar se antoja, pues, endemoniado, y puede saltar por los aires en cualquier momento. En ese contexto de alto voltaje, la Unión Europea encara el problema entre el remordimiento por el genocidio gazatí y la necesidad de defender sus intereses geoestratégicos y económicos en la zona. No hay, de momento, una posición unánime sobre el futuro Estado palestino. Desde que Pedro Sánchez se desplazó al paso fronterizo de Rafah, donde consideró “inaceptable la matanza de civiles en Gaza” y relanzó la idea de recuperar la Solución de los Dos Estados, tanto Josep Borrell, Alto Representante de la Unión Europea para Política Exterior, como Albares, han trabajado para alimentar un audaz movimiento europeo. Son nueve los integrantes de la UE que, de momento, reconocen el Estado palestino: Bulgaria, Chipre, Eslovaquia, Hungría, Malta, Polonia, República Checa, Rumanía y Suecia. Otros, como Alemania, son reticentes. Ya se sabe que la relación de cualquier gobierno de Berlín con Israel, sea de derechas o de izquierdas, está inevitablemente marcada por el holocausto nazi, que sigue generando un profundo complejo de culpabilidad en la sociedad alemana.
De momento, la posición oficial de la UE la marca la presidenta de la Comisión, Ursula Von der Leyen: condena a los ataques de los terroristas de Hamás y derecho de Israel a defenderse. Más allá de eso, todo son movimientos soterrados. España trata de romper ese hielo (solidificado por el inmovilismo alemán) para dar un paso adelante que sería histórico: la creación del nuevo estado palestino. Y no dentro de diez años, sino “mañana miércoles”, como ha adelantado el propio Albares, para quien este objetivo es solo cuestión de “valentía política”. La prueba de que España está dispuesta a llegar hasta el final en su intento de desinflamar el conflicto en Oriente Medio se produjo ayer mismo, en Bruselas, durante la reunión del Consejo de Asuntos Exteriores de la Unión Europea, a la que asistieron delegados de Israel y Palestina. Se trataba de acercar posturas, pero Borrell se encontró desde el primer instante con el habitual muro de las lamentaciones israelí. El obstruccionismo de Tel Aviv terminó por agotar la paciencia del Alto Representante español, que cargó contra el Estado hebreo por “no proponer una solución”. “Así es difícil que participe en las reuniones para la paz”, le reprochó al gabinete Netanyahu.
A Borrell le pareció indignante que el Gobierno judío se limitara a emitir dos vídeos como solución a la guerra: uno sobre la construcción de una isla artificial como futuro puerto de Gaza y otro sobre una línea de ferrocarril que enlaza la India con Oriente Medio. Dos pelotazos urbanísticos como intento de seducir y comprar la voluntad de los europeos. Un siniestro sarcasmo mientras siguen muriendo niños inocentes. “Creo que el ministro podría haber aprovechado mejor el momento y su tiempo para preocuparse por la seguridad de su país y por el elevado número de muertos en Gaza”, se lamentó Borrell. España sigue moviendo sus piezas en Bruselas. Cada día que pasa son más los países que se plantean cruzar ya el Rubicón hacia el reconocimiento del Estado palestino, que reforzaría la posición de Europa rompiendo con la tradicional imagen de lacayo sumiso del amigo americano prosionista. Quizá estemos más cerca de lo que parece.