La reunión del secretario de Organización del PSOE, Santos Cerdán, con Carles Puigdemont, ha disparado los rumores sobre una inminente investidura de Pedro Sánchez. Hay no pocas señales de que el acuerdo entre los socialistas y los independentistas posconvergentes de Junts podría estar mucho más cerca de lo que parece. En primer lugar, Moncloa no hubiese enviado para nada a Bruselas a uno de sus pesos pesados. Viajar al Parlamento Europeo para perder el tiempo, charlar sobre el tiempo y cruzar unos comentarios absurdos sobre el último clásico Barça-Madrid es tontería, como diría José Mota. En el momento crucial en el que nos encontramos, esa foto por sí sola no hubiese servido de mucho. Así que cuando Sánchez moviliza como emisario a Cerdán, uno de sus hombres de confianza, un fijo de su núcleo duro o guardia de corps, es porque el PSOE piensa sacar algo en claro, tajada, fruto político.
Pero hay más indicios que nos llevan a pensar que la cosa, si bien no está hecha, al menos “avanza en la buena dirección”, tal como filtran ambas partes. Por ejemplo, la euforia que se transmite desde Ferraz. En el PSOE más de uno está convencido de que el debate de investidura de Sánchez podría celebrarse más pronto que tarde, tanto como los días 7 y 8 de noviembre. Esa sería la fecha marcada en rojo en el calendario y que con el reloj corriendo, y tras los últimos acontecimientos, se antoja más que probable.
Tampoco conviene perder de vista el escenario donde se ha celebrado la histórica reunión. En un despacho de los europarlamentarios de Junts, ante una fotografía del 1-O, un gesto o concesión que el Gobierno hace a los soberanistas dentro de su estrategia de desinflamación del conflicto en Cataluña. Los indultos, la petición para que el catalán y las demás lenguas cooficiales del Estado español se escuchen también en Bruselas y el acuerdo entre ambas formaciones para firmar una amnistía han sido capítulos sucesivos de una misma hoja de ruta que al final ha desembocado en este encuentro en la cumbre en la UE. Si el tema no hubiese estado lo suficientemente maduro, Cerdán nunca se hubiese desplazado a la capital belga y mucho menos habría consentido en posar ante una imagen tan impactante como es la del suceso que puso al Estado español contra las cuerdas y al borde de la ruptura. Lógicamente, estamos en el partido de ida y es más que probable que la siguiente entrevista ya tenga lugar en Madrid (a ella no asistirá Puigdemont, que sería esposado nada más poner el pie en el aeropuerto).
Como tampoco es baladí que la reunión llegue horas después de que el PSOE haya convocado una consulta interna para preguntar a su militancia sobre los pactos de investidura y después de que el presidente en funciones haya dirigido una misiva a las bases socialistas en la que defiende la amnistía –una de las exigencias de Junts– como “el camino correcto” para “seguir avanzando en la senda del progreso y la convivencia”. Ni que la entrevista se haya convocado apenas unas horas antes de que la princesa Leonor jure su acatamiento a la Constitución en el Congreso de los Diputados. El juramento y la noticia de un nuevo Gobierno son, sin duda, dos puntos de inflexión en la historia de España, dos signos de que los tiempos están cambiando y el pasado queda atrás.
La clave, una vez más, sigue estando en la mente indescifrable de Carles Puigdemont. Nadie a esta hora sabe qué está pasando por la cabeza del hombre que llegó a proclamar la República de Cataluña para suspenderla ocho segundos después. Desde fuera, la sensación que transmite el expresident es que sigue manteniéndose firme en su decisión de exigir un referéndum de autodeterminación. Lo malo es que sus actos dicen exactamente lo contrario que sus intenciones. El Gobierno ya le ha trasladado por activa y por pasiva que esa consulta popular es imposible en el actual marco jurídico constitucional, así que si el líder de Junts sigue sentándose con los socialistas es que lo tiene asumido y ya está en otras cosas. ¿Qué otras cosas? Quizá un posible referéndum, pero de otra clase, el que deberá convocarse para ratificar un nuevo Estatut de autonomía que profundice en la identidad de Cataluña como “nación”, tal como ya ocurrió con el pacto firmado en tiempos de Zapatero que el PP impugnó ante el Constitucional y que fue “pulido” por el Alto Tribunal en 2010 (de aquellos polvos estos lodos).
Recuérdese que el domingo 18 de junio de 2006 se celebró en Cataluña el referéndum sobre aquel Estatuto en el que ganó el sí con un 73,90 por ciento de los votos. Poner el contador a cero sería una buena manera de empezar a dialogar de nuevo y de que los postpujolistas de Junts se bajen del monte, dejen de comportarse como inmaduros antisistema y vuelvan a la realpolitik. En ese orden de cosas, llama la atención que en el mundo independentista se estén escuchando, después de mucho tiempo, discursos que tienen que ver con el nuevo modelo de financiación, con las inversiones para las Rodalies y en general con políticas concretas para los ciudadanos que superan el discurso retórico y monotemático sobre la independencia.
En cualquier caso, las dos formaciones políticas han coincidido en destacar el “buen ambiente del encuentro”, una coletilla que suele emplearse en el argot diplomático cuando se quiere informar de que el acuerdo se está cocinando y le quedan apenas unos minutos de cocción. Otro dato que permite intuir que la investidura de Sánchez se aproxima es la impotente resignación que muestra Feijóo. “Después de la foto con Bildu, la foto en Bruselas con un huido de la Justicia”, tuiteaba ayer, lacónicamente, el gallego. La enrabietada pataleta que llevó a la manifestación contra la amnistía sigue escuchándose todavía, pero ya más amortiguada, más aplacada, tanto como el llanto de ese bebé que es más bien una letanía machacona y sin sentido.