En apenas unas semanas, las derechas españolas han pasado de organizar grandes manifestaciones callejeras contra los pactos entre Pedro Sánchez y Junts (recuérdese aquel manido eslogan de “Puigdemont a prisión”) a entrar en negociaciones públicas y confesas con el exhonorable exiliado de Waterloo. Lo de la etílica política española se ha convertido en una noche de borrachera permanente con garrafón del malo.
La estrategia de Feijóo no se sostiene por ningún lado, es capaz de mantener una cosa y su contraria en la misma oración, y ya no tiene ninguna credibilidad ni como político ni mucho menos como hombre de Estado preparado para llevar a cabo un futuro programa para el país. Uno tira de hemeroteca y ha de frotarse los ojos ante lo que se está viendo. ¿Qué han sido de todas aquellas algaradas, protestas y caceroladas contra Sánchez el traidor, el tipo sin escrúpulos que se arrodillaba ante el golpista Puigdemont, el cínico presidente que era capaz de pactar con el mismísimo Diablo solo para mantenerse en el poder? ¿Qué queda ya de aquellas sentadas y asedios ultras frente a la sede de Ferraz con beatas rezando el rosario, mártires lanzando plegarias por la unidad de España y friquis disfrazados de toreros, legionarios y soldados de época de los tercios de Flandes? Todas esas astracanadas y performances trumpistas con mucho teatro del absurdo en plan Ionesco, mucho atrezo y mucho disfraz, se han olvidado ya. Todas aquellas burdas manipulaciones del pueblo –que llegó a estar en vilo porque España se rompía por los indultos, la amnistía y los pactos de los socialistas con Junts–, se las ha llevado el viento como hojas marchitas.
Nada queda ya de todo aquel vodevil patriotero/dominguero organizado por el Partido Popular con la inestimable colaboración de su muleta Vox. Hoy por hoy, ambos partidos necesitan al indepe de los cuernos y el rabo para llegar al poder y harán lo que sea necesario para convencerlo sobre la necesidad de un frente común antisocialista. Incluso sentarse a negociar con él lo que sea menester, la financiación singular de Cataluña, la transferencia de la materia migratoria, las Rodalíes, las selecciones catalanas y ya puestos hasta un referéndum de autodeterminación al que Sánchez jamás accedió pero que, visto cómo se las gasta Feijóo, quién sabe, quizá esté en el pack de la transacción o cambalache. El ministro Bolaños ha definido esa relación contra natura entre nacionalistas españoles y catalanes como una “esquizofrenia absoluta” y no le falta razón. Unos y otros se han pasado la legislatura navajeándose a muerte y practicando el cainismo guerracivilista más atroz. Por momentos la crispación alcanzó tal nivel que pareció abocarnos a otro irremediable 36 y ahora, llegado el momento crucial, el momento de repartirse la tarta del poder, todos amiguitos, ultras e indepes juntos y unidos en una causa común, alegremente “junts” en una pinza fatal contra el sanchismo, contra la democracia, contra el sentido común.
La derecha que tenemos en este país es de traca, una maldición bíblica, y no solo porque, por intereses electoralistas, sea capaz de conducir al pueblo hacia el fanatismo más impostado, arrastrándolo hasta límites peligrosos, casi al borde de un estallido de violencia, sino porque funciona con el combustible de la patraña, de la incoherencia y la mentira, convirtiendo la política en un ejercicio abyecto. Uno puede ser un patriota y estar contra el independentismo, contra la Republiqueta, contra Puigdemont y contra el cava del Penedès, todo eso es legítimo y respetable. Uno puede declararse facha hasta el tuétano (la Constitución no es militante y le dará amparo legal), pero al menos que sea de verdad, con auténticos principios, un poquito de por favor y de integridad. Porque eso de engañar a la gente, mangonearla de una forma tan obscena, manipularla tan groseramente, no tiene un pase.
Produce estupor y hasta arcadas tener que escuchar cómo Santi Abascal, el guardián de las esencias patrias que se ha pasado meses y años llamando a dar la batalla contra el traidor separatista (una reedición de aquella vieja cruzada nacional franquista), ahora se muestra receptivo a sentarse a firmar lo que haga falta con los enemigos de España. El lobo se transforma en cordero, y viceversa, con una facilidad pasmosa. “Estamos a favor de esta herramienta y animamos al Partido Popular a presentarla. Si es una moción de censura para convocar elecciones y tenemos la garantía de que no hay ninguna cesión al separatismo, claro que lo apoyaríamos”, sentencia en un programa de televisión. Los malabarismos retóricos de este farsante resultan sonrojantes, como cuando llega a decir que España vive un “golpe de Estado” promovido por Moncloa. Para golpe de Estado el que dio Franco, su admirado patriarca fundador, aquel fatídico día del alzamiento nacional.
Estamos, sin duda, ante patriotas de pacotilla o de salón, fraudes humanos, guiñoles muy bien movidos por otros (mayormente las élites financieras y económicas). Gente sin moral, sin palabra, sin vergüenza torera para ir con sus principios hasta el final. Solo les mueve la ambición, como a todo hijo de vecino, por mucho que quieran pasar por salvapatrias dispuestos a dar la última gota de su sangre por España. Son lo de siempre, impostores, embaucadores, actores que interpretan el papel de españolazo pero que, llegada la hora de la verdad, no tienen más que una patria: su beneficio e interés personal. Ya no quedan fachas como los de antes.
Feijóo coquetea con Puigdemont, Ayuso sigue a lo suyo (a soltar estupideces como cortinas de humo para desviar la atención de todo lo trascendente que ocurre en el país) mientras que algunos jueces continúan haciendo exacta y fielmente lo que les pidió Aznar, aquello de “el que pueda hacer que haga”, toda una orden cuartelera para dar comienzo a la cruenta operación de acoso y derribo de un Gobierno legítimo. “El señor Puigdemont deberá decidir si el señor que le ha engañado [o sea Sánchez] es de fiar”, le dice Feijóo a Carlos Alsina. Mientras tanto, el expresident amaga con liquidar la legislatura si Sánchez no se aviene a una cuestión de confianza en el Parlamento. El PP de los piolines y el 155 pactando con el independentismo antisistema y radical. El partido que intentó evitar la amnistía por todos los medios, en la calle y en los tribunales, en secretas confidencias con los sublevados catalanes. Franquistas e indepes conspirando juntos y revueltos, en la misma cama, en el mismo camarote, como en aquella película de los hermanos Marx. Ver para creer.