Pablo Casado quiere volver a la primera línea de la política. Ayer, Núñez Feijóo comía con el defenestrado exlíder popular, aunque apenas ha trascendido nada de esa reunión privada. No obstante, llama la atención que el encuentro se haya producido al cumplirse justo un año de la cruenta operación con la que los barones (más bien los duros del sector ayusista) descabalgaron al que entonces era máximo dirigente del Partido Popular. Un aniversario fatal que Casado lleva apuntado en su libreta negra con la esperanza de poder ajustar cuentas algún día.
A falta de datos concretos, podemos especular con lo que han hablado uno y otro. Por descontado, uno de los temas principales para la sobremesa y los cafés habrá sido, sin duda, Isabel Díaz Ayuso. Si ambos tienen algo en común, para bien o para mal, es la diva de Chamberí. La presidenta madrileña le hizo la gaita a Casado y se la está haciendo ahora a Feijóo al querer puentearlo para postularse como futura lideresa nacional y disputarle el poder a Pedro Sánchez. Ahí tiene mucho que contarle el más joven al más veterano. Tanto como para escribir una novela. “No te fíes de ella, Alberto, lleva el demonio dentro, te lo digo de buena tinta”, le habrá dicho, quizá, el palentino al vigente presidente. “No te preocupes, Pablo, la tengo controlada, o eso creo”, habrá respondido el orensano algo dubitativo.
Cabe pensar que a lo largo de la conversación, discreta, cordial y apartada en un rincón del restaurante, en algún momento habrá salido a relucir el nombre de Begoña Villacís, que hace solo unos días pedía su ingreso en el PP cuando Ayuso le dio con la puerta en las narices con un “o ella o yo” o un “por encima de mi cadáver”. “Ya ves cómo se las gasta, Pablo, hay que andarse con mucho cuidado con esta mujer”, habrá dicho Feijóo. “Qué me vas a contar a mí…”, habrá suspirado un resignado Pablo. El boicot a Villacís es un aviso a todo aquel que quiera entrar por la puerta de atrás para hacerle la competencia a la jefa del ejecutivo regional madrileño.
Es lógico pensar que Ayuso habrá ocupado la mayor parte de la comida entre ambos personajes trascendentales en la historia contemporánea de la derecha española. Mientras el relevado y el relevo hablaban de las encuestas, de las expectativas de voto para los próximos comicios, del fuerte empuje de Vox (que no se desinfla) y de la preocupación comprensible por los últimos juicios por casos de corrupción del PP como la trama Gürtel, un incendio inagotable que no para de lanzar llamaradas, la presencia fantasmagórica de Ayuso habrá planeado sobre los dos comensales durante las dos horas y pico de almuerzo. ¿Qué hacemos con ella?, se habrán preguntando encogiéndose de hombros mientras daban buena cuenta de la lubina o el entrecot (un suponer, el menú también se ha mantenido en secreto, como el contenido de la importante conversación). Entre plato y plato, Pablo Casado le habrá dicho a su interlocutor que estuvo muy bien en su última comparecencia en el Senado, donde Feijóo, tras afearle la ley trans al Gobierno, exigió a Sánchez que “deje ya de molestar a la gente de bien” y que “deje ya de meterse en las vidas de los demás”. En ese punto, Casado le habrá dado unas palmaditas en la espalda al jefe acompañadas de un “has estado genial, Alberto, ni yo en mis mejores tiempos trumpistas lo hubiese dicho mejor”.
Acto seguido, el depuesto dirigente popular habrá transmitido al actual patrón su amargo descontento por cómo le está tratando la directiva del partido, que ha querido borrarlo del mapa de un plumazo, como si no existiera, y hasta ha descolgado sus fotos de las paredes de Génova en una cruel damnatio memoriae. Casado y su entorno han filtrado que él no se merece ese trato vejatorio, ese olvido que es poco menos que una cadena perpetua, ya que a fin de cuentas, cuando denunció el nepotismo de Ayuso con el caso mascarillas en aquel histórico programa de Carlos Herrera –donde dijo aquello de que “la cuestión es si cuando morían 700 personas al día se puede contratar con tu hermana y recibir 286.000 euros”– solo estaba pensando en lo mejor para el PP. Casado cree que no se merece la violenta vendetta que ha sufrido y ahora quiere una compensación, un algo, que se repare el daño a su imagen y si puede ser que se le permita dejarse ver de nuevo por algún acto del partido. A fin de cuentas, no es mucho pedir.
Sin embargo, fuentes del PP niegan que durante la comida se haya debatido nada que tenga que ver con el aniversario del sangriento golpe ayusista y aseguran que ambos han hablado de cosas triviales y personales, de la familia, del tiempo, de cosas así, no de la posibilidad de que el cesado Casado vuelva a la primera línea de la política con algún carguete ahora que las próximas elecciones se avecinan. Si al moderado Borja Sémper se le ha rescatado del olvido dándole un buen puesto, si hasta un excomunista como Ramón Tamames tiene cabida en Vox, ¿cómo no se le va a perdonar a él aquel día nefasto en que se le fue la cabeza apenas un minuto para denunciar en la radio la corrupción interna del PP?
No sabemos si Pablo Casado entra en la polémica categoría de “gente de bien” que baraja Feijóo. El caso es que todo apunta a que al actual dirigente popular no le interesa que su predecesor vuelva a pulular por los pasillos y despachos de Génova, ya que eso avivaría la llama de la discordia, las rencillas y la división. El PP salió partido en dos de aquel trance ocurrido hace ahora un año y el gallego, un hombre conservador que jamás arriesga nada, no quiere sustos a pocos meses para las elecciones. De hecho, la dirección popular ya ha filtrado que por el momento no rehabilitará al decapitado, que sigue paseándose por los pasillos de la sede, pidiendo clemencia y con su cabeza bajo el brazo, como el gran Macbeth de la política española.