Durante la década moderada (1844-1854) se formaron los embriones de los partidos conservadores españoles, las derechas que tanta guerra han dado después en nuestro país. Estaban los duros y reaccionarios de la Unión Nacional que se oponían a la Constitución liberal de 1837 y abogaban por una vuelta al Antiguo Régimen (salvando las distancias, lo que sería hoy Vox); estaban los “puritanos”, con su mano supuestamente tendida a los progresistas y su idea de la reconciliación nacional (una especie de Ciudadanos de la época isabelina); y estaba el Núcleo Central de Narváez y Sartorius, el gran partido del moderantismo, la formación más consolidada llamada a ocupar la jefatura del Gobierno, una especie de PP decimonónico.
Todos ellos tenían en común un ideario basado en la reacción ante cualquier progresismo reformista, la indisoluble unidad de la nación española, el respeto a la monarquía y a la Iglesia, la reverencia por la propiedad privada, el caciquismo como modelo político y el sufragio censitario reservado solo para las clases pudientes (garantía de que el poder quedaba en manos de las élites privilegiadas por los siglos de los siglos).
Resulta estremecedor comprobar cómo todas aquellas viejas ideas del XIX (salvo el voto solo para señoritos) siguen manteniéndose intactas en los programas de los tres partidos de la derecha española de hoy. Como también impresiona observar cómo la historia nos enseña que al igual que aquel período isabelino acabó como acabó, con la decadencia acelerada del sistema tras un estallido de corrupción, la derecha de hoy se hunde también en un miasma de escándalos varios.
Poco o nada ha cambiado, ni en planteamientos ideológicos ni en prácticas políticas delictivas, y la única diferencia es que mientras que en la década moderada el dinero en B salía de los contratos de adjudicación de la incipiente línea ferroviaria que muchos obtenían por influencias y sobornando a diputados y senadores, hoy sale de tramas mafiosas mucho más sofisticadas como Gürtel o Púnica. Por lo demás, todo igual. Se sigue engañando y robando al país como hace casi dos siglos.
Dejando la corrupción a un lado, los proyectos políticos de las tres derechas siguen siendo los mismos, hasta el punto de que un programa de 1844 podría presentarse en la actualidad, sin ningún problema porque no chirriaría, en un mitin de PP, Vox o Ciudadanos. Hoy puede decirse que aquellos viejos partidos liberales moderados (se les llamaba así, pero en realidad no dejaban de ser los guardianes reaccionarios de las esencias patrias) se han perpetuado fielmente en el trifachito de nuestros días.
Todo lo cual nos lleva a concluir, inevitablemente, que en el extraño mundo conservador hispano anida un mal, una hemofilia política, una enfermedad congénita que se transmite fatalmente de generación en generación y que lleva a sus herederos a caer una y otra vez en los mismos errores del pasado, en las mismas propuestas inmovilistas y fallidas para el país, en los mismos programas agotados y fracasados. Ese es el gran cáncer de España: una derecha petrificada que no ha evolucionado desde que el general Narváez le dio el golpe a Espartero, derrocándolo y acabando con las alegrías progres.
El próxima día 13, los tres grandes partidos del trifachito vuelven a reunirse en la Plaza de Colónde Madrid para protestar contra los indultos a los presos soberanistas catalanes, una de esas algaradas patrioteras a las que son tan aficionados. Nunca segundas partes fueron buenas. Recuérdese que la primera foto de Colón pasó factura a Casado y acabó con Rivera y en este caso las consecuencias también pueden ser dramáticas para según quién.
Derechas divididas
Sin duda, Vox es el que mayor tajada puede sacar de la movida anti-indepe. De hecho, ya ha advertido de que no piensan retratarse con los “tibios”, o sea con la derechita cobarde, con los puritanos de aquella España de 1844 que apostaban por la reconciliación nacional tras años de guerras sangrientas, carlistadas, revoluciones y pronunciamientos.
Ese es el gran cáncer de España: una derecha petrificada que no ha evolucionado desde que el general Narváez le dio el golpe a Espartero
Inés Arrimadas, por su parte, tampoco quiere ni oír hablar de una segunda foto de Colón que sin duda le trae malos recuerdos. Tanto patriotismo exacerbado solo sirvió para que el votante naranja acabara confundido y votando al original, es decir a Vox, de ahí el descalabro en las elecciones catalanas y madrileñas.
Del PP qué más se puede decir que no hayamos dicho ya. Que sigue en su deriva radical que lo aleja del centro mientras Santiago Abascal se frota las manos. Acosado por los casos de corrupción que regresan una y otra vez como una maldición bíblica, Pablo Casado ya no sabe dónde meterse ni qué hacer cuando asiste a un acto público y es abordado por los impertinentes periodistas ávidos por preguntarle por la trama Kitchen. Casado cualquier día saca el disfraz de palmera que usaba Mortadelo para escaquearse y no dar la cara.
A fecha de hoy, el líder popular ha optado por no responder a las preguntas de los reporteros (craso error, el que calla otorga) y por tirar balones fuera. A las últimas imputaciones de Cospedal y su marido y el enésimo procesamiento de Rodrigo Rato (ese hombre acumula más pleitos que millones) se une el último escándalo dado a conocer ayer por la Cadena Ser: la Audiencia Nacional ultima la sentencia sobre la financiación popular que acredita la existencia de la caja B del partido y que la sede de Génova 13 se pagó en negro.
Con semejantes marrones a cuestas tiene que comparecer Casado ante los manipulados españoles que se manifiesten en Colón el próximo día 13. Con semejante cochambre a sus espaldas tendrá que hablar de ética, de valores y de decencia frente a quienes quieren romper España. Solo que a España no la está rompiendo Junqueras, sino la mano en el cazo de tantos prebostes populares que han hecho carrera con el butroneo. Por esa razón dudamos de que haya quien quiera ponerse en la foto al lado del máximo responsable de un partido que apesta por los cuatro costados.
La conclusión es que aquí todos son muy patriotas, patriotas que van juntos pero no revueltos, patriotas que van de unidos cuando a la hora de la verdad no se soportan y susurran entre ellos aquello de que corra el aire. La manifa va a ser como esa boda a la que nadie quiere asistir pero todos tienen que ir por compromiso y para que luego no se diga. Ni siquiera la camaleónica Rosa Díez tiene previsto un posado en la foto de la vergüenza, lo cual lo dice todo.
Si la manifestación debe servir para mostrar la unidad de acción de los supuestos defensores de la patria, la puesta en escena nace fallida. Más allá de los discursos grandilocuentes sobre el amor a España, las derechas van a ese teatrillo para disputarse la hegemonía, de eso no cabe ninguna duda. Acudirán a Colón cada uno con su red a ver qué pescan. Nada ha cambiado respecto a los tiempos de Isabel II. Presumen de patriotas como en aquellos años de Narváez, pero cada cual a lo suyo, a su interés, a su negocio. A esquilmar España y a defender los privilegios particulares de casta y de partido. Como siempre.