Se dice que Sócrates, en la obra Las nubesde Aristófanes, sufrió la primera peineta de la historia. Los romanos, aficionados a todo lo procaz y a los grafitis porno, utilizaron este ademán con profusión. Y en tiempos modernos la costumbre de la peineta se popularizó en 1886, cuando un jugador de béisbol, Charles Gardner, alias Old Hoss, posó de esa guisa en una fotografía del equipo Boston Beaneaters.
La peineta de Mañueco ha sacudido la vida política nacional. El gesto frío de un hombre que se acaricia la sedosa corbata con una mano mientras regala a una procuradora socialista su dedo corazón enhiesto es de las cosas más feas que se han visto últimamente en política. Al parecer, no le gustó la iniciativa que la oposición presentaba en la Asamblea regional para ayudar a las personas celíacas. Ahí el polémico Mañueco se ha ganado unos cuantos enemigos para toda la vida, gente que a partir de ahora no solo será intolerante al gluten, sino a la soberbia del peinetero presidente de Castilla y León.
Desgraciadamente no es la primera vez que vemos a políticos de este país haciendo una peineta. En 2010 Aznar respondió con una a los abucheos de unos estudiantes de Oviedo: “No pueden vivir sin mí”, les dijo mientras esbozaba esa sonrisa forzada y atravesada que Dios le ha dado. Algo más tarde, en 2013, el tesorero del partido, Luis Bárcenas, recibió a la prensa con una de esas butifarras soeces a su llegada al aeropuerto de Barajas (no encontró mejor forma de desahogarse después de que le hubiesen pillado sacando a pasear la pasta por Suiza). Y algunos creyeron ver uno de esos gestos de desprecio en el rey emérito, concretamente durante una visita a Álava en 2008.
Que los famosos del colorín, raperos, cantantes de rock y malditos de la cultura recurran a este tic despectivo y altanero es algo normal. Célebres fueron las peinetas que en su día ofrecieron a los paparazzi mitos como Ozzy Osbourne, Amy Winehouse, Rihanna o Liz Hurley. Pero que lo haga un servidor público, un señor al que los contribuyentes pagamos para que respete las normas del juego democrático, comportándose como es debido, resulta indignante.
Curiosamente, y no es por malmeter, los peineteros suelen militar en las filas de la derechona. ¿Qué le enseñan a esta gente en los colegios de pago? Educación seguro que poca. Y no es que a estas alturas, cuando ya hemos visto de todo, nos escandalice un tipo cayendo en la horterez de la peineta. Es que la imagen es tan degradante, tan chusca, tan deprimente, que a uno le hace perder la fe en el ser humano. Nos preguntamos qué lleva a un hombre a comportarse tan groseramente con otra persona. ¿Acaso de tanto pactar con la extrema derecha y de compadrear con Gallardo Frings se le han pegado sus maneras autoritarias y prepotentes? Dicen que dos que duermen en el mismo colchón se vuelven de la misma condición (entiéndase lo del colchón como metáfora de la coalición y perdonen el pareado). ¿Acaso se trata de una muestra de rebeldía que le viene de niño porque le robaban el bocadillo en el recreo? ¿Es un síntoma de odio, de rabia, de no aguantarse ni él mismo o qué? Si la democracia se basa en el respeto al otro, Mañueco acaba de perder la etiqueta de demócrata para engrosar en las filas de los tabernarios sin modales ni educación.
Quizá, a fin de cuentas, todo sea mucho más sencillo y el presidente de CyL necesitaba un golpe de efecto, un montaje mediático para que la prensa hablara de él un rato. Lleva algún tiempo de capa caída, oscurecido, en segundo plano desde la polémica del protocolo antiabortista impulsado por Vox. En Castilla y León el que ejerce de presidente in pectore es Gallardo Frings y eso a Mañueco le repatea. Necesitaba focos, cámaras, acción. Debió pensar que una peineta a tiempo podría resucitarle y devolverle el protagonismo perdido, la iniciativa. Grosera forma de volver al primer plano de la actualidad, pero eso qué más da. En la política de hoy no hay ética ni escrúpulos, todo vale con tal de mantener el poder. Él niega que haya hecho peineta alguna y ahí toma por tontos y por ciegos a los castellanoleoneses. Las cámaras han captado perfectamente el momento. “Fue un gesto involuntario. No es mi estilo”, se defiende. A ver si va a resultar que ese dedo ha cobrado vida propia y ya funciona solo. Un dedazo autonómico, al margen de Génova.
Tenemos una derecha asilvestrada y unga unga que se comunica con gruñidos, por señas y peinetas. Como los cromañones.