Hay pollo en el facherío patrio, nunca mejor dicho. Santi Abascal y Macarena Olona, dos españolazos de raza, dos caudillos de rompe y rasga, enfrentados por el liderazgo de Vox. La paracaidista de Salobreña le está echando un pulso al jefe ante el estupor de la militancia, de los votantes y de la prensa de la caverna. “¿Nuestra Macarena?”, se pregunta Federico Jiménez Losantos incrédulo ante lo que está ocurriendo en las filas voxistas. “Tengo enorme cariño a Olona pero no voy a alimentar este culebrón”, asegura un contrariado Espinosa de los Monteros, que ve todo este asunto como algo propio de la “prensa rosa”.
Y tiene razón el dandi de Vox. El gallinero en la ultraderecha española va camino de rellenar horas de Sálvamey del papel cuché. La historia tiene todos los ingredientes, morbo y misterio a raudales, mayormente porque hablamos de dos líderes que hasta hace cuatro días vivían un idilio político a la vista de todos. ¿Qué ha sido de aquellas muestras de cariño, de afecto y de respeto entre el Generalísimo de Bilbao y su delfina en tantos mítines y actos públicos? ¿Dónde quedó aquello que Abascal le dijo a Olona en cierta ocasión (“cada vez le veo más cara de presidenta”) cuando en Vox se frotaban las manos con un posible sorpasso a Juanma Moreno Bonilla en las elecciones andaluzas? Todo se lo ha llevado el viento, como en el novelón de Margaret Mitchell. A esta hora, solo unos pocos saben lo que ha pasado realmente entre la pareja de moda del nacionalpopulismo o nuevo fascio español, pónganles ustedes la etiqueta que prefieran al engendro ultra que renace de sus cenizas.
El invento parecía funcionar a las mil maravillas: el hombre fuerte del nuevo franquismo posmoderno, el Caudillo hispano que debía conducir a España a su unidad de destino en lo universal, y la musa portadora de las esencias: patriota, brava y racial en plan mujer morena Julio Romero de Torres. Una mujer trabajadora y con la carrera de abogado del Estado, pero una mujer de su casa, una mujer de su familia, una mujer que siempre llega al hogar antes de la diez para estar con sus hijos y hacerle la cena a su marido. Una mujer de orden, de Dios y de España. Ambos, Santi y Maca (Rocío Monasterio la llama Maca), Maca y Santi, que tanto monta, monta tanto, ejemplificaban el nuevo modelo de hombre y mujer católicos, apostólicos y romanos que el mundo reaccionario ibérico pretendía poner otra vez de moda. Los dos grandes prototipos del nuevo nacionalcatolicismo español (los cursis de First Dates que no congenian con otra persona dicen que no es su prototipo, como si fuera un coche de carreras, cuando lo que quieren decir realmente es que no es su tipo, tal como se ha dicho toda la vida).
Uno creía que Vox era, más que un partido político, una sagrada familia bien avenida, cristiana, indisoluble y para siempre como las de antes, o sea el tándem ideológico encarnado por papá Abascal y mamá Olona, más un toque de distinguido supremacismo a la inglesa (el condado de los titos Espinosa/Monasterio) y el abuelo Ortega Smith contando sus batallitas en el Peñón de Gibraltar que le ponía las gotas necesarias de militarismo legionario y africanista al proyecto. Hoy todo eso vuela por los aires y comprobamos que el partido voxista, la gran Familia ultra, no se diferencia demasiado de otras casas como Podemos, donde salen a pelea diaria; o el PSOE, donde Page lleva frito a Sánchez; o el PP, donde Isabel Díaz Ayuso espera el momento oportuno para darle el descabello a Feijóo. Los muchachos de Vox no son tan elevados, ni tan fieles camaradas, ni tan desprendidamente patriotas como nos habían dicho, y también ellos se pelean, traman conjuras internas, se odian y se divorcian como cualquier hijo de vecino. Ellos, pese a que son de misa de doce y dicen moverse solo por el bien de España, son mortales, mundanos, pecadores como todos, y se dejan llevar por otras cosas que pesan más que el amor a la patria, como el sueldecillo de político que conviene mantener, los intereses personales, las mezquinas ambiciones, las cuotas de poder y los proyectos individuales de futuro.
Vox se rompe por la columna vertebral como se rompe España, como se desintegra la anticuada monarquía británica y como implosiona la Casa Real española, donde los unos y los otros se detestan tanto que ya no pueden ni compartir banco en una iglesia durante un funeral de Estado. Todo aquel votante nostálgico de Vox que quería ver en Abascal y Olona a los nuevos Reyes Católicos se ha debido llevar un buen palo o chasco, ya que si los dos dirigentes ultras no pueden mantener a salvo la unidad del partido, cómo van a garantizar la unidad de la patria. Sin duda, más que ante una refriega por ideas políticas estamos ante una riña doméstica, una trifulca familiar, que son las peores porque al final la vajilla siempre sale volando por los aires y acaba dándole a alguien. Más allá de que Olona haya alegado problemas de salud que nadie se traga porque ya está otra vez en la primera línea de la política –fuera de Vox y filtrando a los medios derechosos su intención de formar un partido propio–; más allá de que el Califa Abascal quiera ver cómo ella se arrastra ante él antes de mandarla otra vez al destierro en la taifa andaluza, bien lejos para que no moleste, pocos saben lo que ha pasado en realidad en ese binomio tan bien avenido que parecía indestructible y forjado a fuego como el hierro del yugo y las flechas del escudo franquista. Algún día nos enteraremos. De momento, Rocío Monasterio espera que “Maca encuentre su camino” porque en el partido todos le tienen “mucho cariño”. Esta gente da miedo. Hablan como si fuesen adeptos de una de esas sectas milenaristas tan destructivas.