Pasado el primer debate de cara a las elecciones andaluzas, cabe preguntarse cómo está el patio político por aquellas tierras meridionales a solo doce días de la decisiva cita con las urnas. Y la verdad es que nada invita a ser optimista. De los seis candidatos, dos salieron a no meterse en charcos para no perder el poder (Moreno Bonilla y Marín); del socialista Juan Espadas se esperaba más, confirmando que es el hombre de perfil institucional que ha colocado Sánchez para no quemar al auténtico aspirante que llegue por detrás con la ardua misión de reflotar al PSOE; y en cuanto a las izquierdas nos deja una Teresa Rodríguez brava y racial que enarbola la bandera de un republicanismo anticapitalista en horas bajas y una recién llegada Inmaculada Nieto que dejó algunos apuntes inteligentes de la mejor escuela yolandista (fantástico su vacile a Moreno Bonilla: “Le veo venido arriba. Luego nos firma un autógrafo si quiere”).
Macarena Olona, como siempre, merece capítulo aparte. Solo Rodríguez confrontó ideas con ella cometiendo un grave error, ya que por Durruti sabemos que con el fascismo no se discute, se le combate y se le destruye. Mientras la candidata de Adelante Andalucía se enganchaba en discusiones bizantinas con la ideóloga del nuevo falangismo posmoderno a cuenta de la guerra cultural, el feminismo, la inmigración o la democracia en abstracto (por momentos parecían dos mujeres salidas de 1933), el resto de candidatos optó por ningunear a la delfina de Abascal o por hacerle el vacío. En general, cuando la número 1 voxista intervenía se hacía un tenso silencio en el plató y unos miraban a otros como sintiendo vergüenza ajena ante el bicho raro. Anoche, Olona fue como esa tía abuela a la que la familia ya ha dado por loca, de tal forma que cuando dice algún disparate o entra en crisis nerviosa todos miran al techo como si nada, silban, se ponen a leer el periódico, a hacer ganchillo o cambian de tema con alguna frase hecha como “pues se ha quedado buena tarde, ¿no?”. No llega a ser un cordón sanitario, pero se le parece mucho, y aunque la paracaidista de Salobreña quiso ensuciar el diálogo tranquilo y civilizado entre los distintos representantes del pueblo no lo consiguió.
Más allá de la puesta en escena, el debate sirvió de poco a los andaluces. Cuando los intervinientes presentaban gráficos o cifras sobre sanidad, educación o dependencia, sobre esto o lo otro, todos tenían razón. Manipular una estadística es lo más fácil del mundo. Un político armado con una estadística tiene más peligro que una piraña en un bidé. Lo bueno de una estadística es que deja satisfecho a todo el mundo en función de cómo se analicen los resultados y del grado de falta de escrúpulos o de honestidad del analista. Basta con agarrarse al dato que avala la tesis que se quiere mantener y obviar el resto de las cifras para aparentar que uno lleva la razón. Es lo que se conoce como sesgo de confirmación, o sea la tendencia a buscar, destacar y recordar solo lo que confirma las propias creencias o hipótesis, desechando lo demás. En el sesgo de confirmación –en realidad uno de los muchos tipos de falacias que existen–, se basa la política basura que se hace hoy en día, mayormente en las filas de la extrema derecha. También sirve para alimentar la burda manipulación informativa que practican algunos medios de comunicación, supuestos periodistas que se quedan con un dato, el que les interesa o conviene en cada momento, aunque sea irrelevante, para poner el titular amarillo o sensacionalista que andan buscando. Es el signo de los tiempos de la posmodernidad en la era de la posverdad.
Así las cosas, cuando los espectadores que asistían al debate de anoche concluían que unos y otros los abrumaban con datos sobre, por ejemplo, el paro o el número de enfermeros despedidos por la Junta de Andalucía tras la pandemia, cambiaron de canal o simplemente apagaron la televisión para irse a la cama. Resulta imposible que un ciudadano medio pueda escapar a la trampa que supone la tergiversación tendenciosa de las matemáticas a la que se dan sin pudor los políticos de hoy en día. Para saber quién dice la verdad cada votante tendría que manejar los farragosos informes oficiales, calcular medias y tantos por ciento y extraer conclusiones científicas. Imposible, ningún andaluz tiene tiempo, ni ganas, ni conocimientos para meterse en ese berenjenal y concluir si el que miente es Moreno Bonilla, Marín o Espadas. La dictadura de la falsa estadística, la retórica aritmética practicada con mala fe, es un gran cáncer de la democracia, un mal que lleva al ciudadano al descreimiento, a la desconfianza y a la desafección.
Pero volvamos al cara a cara a seis bandas de la campaña andaluza. Si algo quedó claro es que, descartada cualquier posibilidad de saber quién está siendo más honesto (en algún momento todos mienten y todos dicen la verdad), el debate queda reducido a una batalla de soflamas en la que cada votante opta por el candidato que se acerca más a sus ambiciones, frustraciones, odios, filias y fobias. Ya no se trata de votar por el líder que mejor lo puede hacer por su sociedad y por sus paisanos, sino por aquel que queda mejor en pantalla, el que suelte la ocurrencia más chistosa o más hábilmente refuerce los prejuicios de su potencial electorado. Y en ese territorio, reducida la democracia a puro espectáculo vacío de contenido, lo cierto es que Vox tiene las de ganar. Objetivamente, Macarena Olona quedó como una indocumentada que no sabe de nada. En un momento de su intervención, la andaluza de Alicante quedó gravemente en evidencia: “Ahora están todos muy escandalizados con las imágenes de Saint-Denis [los graves disturbios ocurridos durante la pasada final de la Copa de Europa]. Pero, ¿saben cuál es la diferencia entre Saint-Denis o El Puche o El Ejido? Que en Andalucía no se ha celebrado todavía una Champions”. De esta manera, la candidata ultra trataba de denunciar las bolsas de inmigración ilegal que su partido pretende combatir con el arma inútil de la xenofobia. El problema es que Sevilla acaba de ser sede de una final de la Europa League, lo cual que la señora Olona no se entera. Eso sí, soltará cuatro idioteces patrióticas en los mítines que queden de aquí al 19J y se llevará de calle a las masas desinformadas. El odio siempre gana.