Las derechas se han apropiado de la bandera, del himno nacional y del concepto mismo de España. Ahora quieren patrimonializar la Policía Nacional y la Guardia Civil. Mejor dicho, ya lo han hecho. Ayer, el gremio de fuerzas de seguridad se manifestaba en Madrid para protestar contra la reforma del Gobierno que pretende acabar con la ley mordaza. Aquello, más que una legítima movilización para mejorar las condiciones laborales de los agentes, fue un acto político a mayor gloria de SantiagoAbascal y de Vox. El manifiesto callejero previo al recurso de inconstitucionalidad que llegará después.
Pablo Casado también quiso sacar su tajada electoral de la movida policial, pero el hombre no tiene ni la mitad de tirón que su competidor, así que pierde el tiempo. Él va a esas cosas porque tiene que ir, cantinflea un poco por allí, olfatea por si quedan algunas sobras de la extrema derecha, suelta una frase de cuñado de las suyas y con las mismas se vuelve para Génova. Sabe que no es, ni de lejos, el hombre elegido por las masas policiales, que lo consideran un feble, y si no asistiera a la convocatoria ni siquiera se notaría su ausencia. Nos guste o no, los agentes afiliados a Jusapol están con Vox. Son la guardia pretoriana, los Proud Boys del Trump español. Y ese éxito es incontestable. No se puede negar que Abascal sabe trabajarse el grupo de cabildeo o de presión, cosa que Casado no. Casado sabrá de títulos universitarios exprés para engordar currículum, pero no le hables tú de sacar adelante un partido ni de moverse por Granada porque es de orientación torpe y al final acaba metiéndose sin querer en una misa negra en recuerdo de Franco.
Sin embargo, cuando Vox pone la diana en un lobby, le saca cien mil votos o más. Que el Gobierno se olvida de los problemas de los transportistas o autónomos, allí está Vox para sacar provecho. Que los agricultores están quemados porque tienen que tirar la fruta a la basura o porque el diésel está por las nubes, allá que se van los de Vox con el megáfono, la camisa a cuadros de leñador, el hacha y la gorra con orejeras del rural. Que los taurinos y cazadores se levantan en armas contra Sánchez, allí aparece Vox con las redes de pescador (y las de Twitter) para sacar provecho del río revuelto. Y entre mitin y mitin, entre performance y performance, todavía tienen tiempo de mandarle algún mensaje de apoyo y resistencia a los machistas que se niegan a pagar la pensión de la ex, que todo suma. Al caer la tarde, los proselitistas ultras regresan al cuartel general cantando fraternalmente, ay ho, ay ho, como los enanitos de Blancanieves, se sientan alrededor de una mesa ante el sargento Smith y hacen recuento de votos recolectados. Así se va llenando el granero, así se va levantando un partido.
La estrategia política voxista está tirando fuerte en buena medida por dos motivos. En primer lugar, porque el PSOE de Sánchez se está olvidando negligentemente de la calle, de la sociología real de España, de los problemas acuciantes de los distintos gremios profesionales (no hay más que ver su bochornosa gestión del conflicto gaditano del Metal) mientras se dedica a sus congresillos regionales y a sus discusiones metafísicas sobre el futuro de la socialdemocracia, el feminismo transgenerista y la importancia de comer brócoli para frenar el cambio climático. La nueva izquierda debate teóricamente, la ultraderecha de siempre va al grano, o sea al voto del desafecto.
En segundo término, el secreto del éxito de Vox hay que buscarlo en que Casado está en otra cosa, mayormente en pegarse tiros en el pie en su guerra fratricida contra Ayuso. Resulta curioso comprobar cómo Abascal jamás dice nada que pueda suponer un coste electoral entre su parroquia y si tiene que entrar en abierta contradicción lógica lo hace con total tranquilidad. Ayer, sin ir más lejos, fue capaz de acusar al Gobierno de “desarmar a la Policía para armar a los delincuentes” y al mismo tiempo criticar la tanqueta Marlaskaque estos días reprime con dureza al obreraje de Cádiz. “Nos parece muy significativo que el Gobierno utilice medidas más contundentes contra los trabajadores desesperados que contra quienes asaltan nuestras fronteras o dan un golpe separatista en Cataluña”, afirmó el líder voxista. Es decir, que en un burdo truco de hábil ilusionista supo dar jabón a los policías cabreados que se manifestaban en Madrid mientras dejaba con el culo al aire a los mismos agentes que hacen frente a los piquetes en los astilleros de Navantia. ¿Se puede ser más incoherente y demagógico? Pues le funciona.
Si hacemos un análisis semiótico de su declaración ante la prensa constataremos su guiño descarado al proletariado gaditano abandonado por la izquierda. Abascal está diciéndole a la famélica legión: venid conmigo, romped con el sanchismo podemita que os ha traicionado, acercaos a mí que yo soy el camino, la verdad y la vida. Hay que tener morro y no poca destreza política para en una misma tarde y en una misma frase querer seducir a unos y a otros, a los que reparten palos y a los que los reciben, a los maderos antidisturbios y a los que sufren la leña. Eso es la extrema derecha populista: cubos de demagogia, cantos de sirena por doquier, piquito de oro y melodías de flautista de Hamelín que los acólitos, incautos y desahuciados del Estado de bienestar siguen sin rechistar y sin mostrar ni un ápice de capacidad crítica. Sin duda, Abascal es el hombre más peligroso de la derecha española. Y Casado un chiquilicuatre. Ya lo dijo Aguirre.